A México le pusieron la mesa. A nuestro país le ha tocado la suerte de contar con unas condiciones internacionales muy favorables que podrían llevar a cuando menos duplicar la raquítica tasa de crecimiento que ha tenido los últimos 40 años. Y México ha decidido voltear esa mesa que la suerte le había regalado y estamos desperdiciando una oportunidad única.
Llevo más de una década impartiendo conferencias acerca de perspectivas económicas y siempre me ha parecido difícil el cierre de esas pláticas. Normalmente tengo que decir que el panorama hacia adelante es mediocre o negativo y la audiencia se queda con un sentimiento negativo, de pesimismo. Siempre he querido acabar esas pláticas con un tono más optimista, pero la realidad económica de nuestro país no me lo permitía.
Sin embargo, hace un año las perspectivas económicas de nuestro país por fin parecían mostrar una luz al final del túnel. Alegremente, se reunieron un par de elementos que podían impulsar a la economía nacional. Por un lado, la relocalización de empresas como consecuencia de la disrupción de las cadenas de suministro globales causada por la pandemia colocaba a México como la opción natural para reubicar la producción manufacturera. Nuestro país no sólo está ubicado al lado de la economía más poderosa del mundo, también tiene una manufactura compleja y eficiente, además de bien integrada con el resto de Norteamérica.
Por otro lado, y tal vez más importante, la guerra comercial entre Estados Unidos y China beneficiaba a México. El ascenso de China como una potencia económica y tecnológica a nivel mundial provocó una respuesta decidida por parte de Estados Unidos con la consecuente necesidad de aliados en lo económico. En este sentido, México también se perfilaba para ser un aliado natural con los beneficios económicos que eso traería a nuestro país.
Por fin podía hablar de perspectivas económicas positivas para México. Por supuesto que aprovechar esa oportunidad cabalmente requería de varios cambios. Es necesario invertir en infraestructura, principalmente energía y agua. Además de corregir algunos de los lastres con los que siempre ha cargado la economía mexicana como la inseguridad, la falta de un Estado de derecho funcional, la corrupción, entre otros.
Sin embargo, aún sin arreglar todo eso, el futuro se veía prometedor y la economía podría crecer más allá del mísero 1.6 por ciento en promedio que ha crecido en lo que va de este siglo. Al pintar este escenario optimista tenía el cuidado de aclarar que siempre era posible echarlo a perder y que la historia económica de nuestro país tenía ejemplos de esto.
Y, aunque parecía difícil, lo logramos. La oportunidad se nos resbala de las manos. O, más bien, la estamos dejando caer. Las propuestas recientes del gobierno mexicano son capaces de desalentar al inversionista más entusiasta. La desaparición de los órganos autónomos apunta a una búsqueda por terminar con cualquier posible contrapeso al poder Ejecutivo. Y es imposible no temer a la terrible reforma judicial que puede dejar a ciudadanos e inversionistas completamente indefensos.
Los datos de inversión del Inegi son elocuentes tanto en la oportunidad que se veía como en la forma como se ha desaprovechado. La inversión creció a tasas superiores al 20 por ciento entre mayo y octubre de 2023. Con excepción del rebote pospandemia, no habíamos tenido esas tasas de crecimiento desde 1998. En contraste, el último dato correspondiente a junio de 2024 muestra una caída de la inversión a tasa anual de 1.3 por ciento. Esta cifra todavía no captura los eventos más recientes, pero ya podemos imaginar lo que viene.
México ha tenido un pobre desempeño económico en lo que va del siglo, pero las circunstancias internacionales ofrecían un camino para mejorar y lograr un mayor crecimiento económico. Es increíble que el gobierno actual haya encontrado la forma de desalentar la inversión y frenar el crecimiento económico en medio de esas condiciones tan favorables.