La economía china ha tenido avances sorprendentes desde que Deng Xiaoping tomó el liderazgo en ese país en 1978. China ha sacado a más de 900 millones de personas de la pobreza en los últimos 40 años y ha pasado de ser un país de ingresos bajos a uno de ingresos medios altos, de acuerdo con el Banco Mundial. Además, China ha logrado convertirse en un jugador importante en el desarrollo científico y tecnológico a nivel internacional. Sin embargo, su economía no se conduce como en la mayor parte de las economías capitalistas y las características especiales que presenta son un desafío para el resto del mundo.
En las economías capitalistas, el sistema de libre mercado ‘dirige’ la actividad económica. Las empresas responden a la información de los precios y a los incentivos del mercado para decidir cuánto producir. El mismo sistema impone disciplina con el surgimiento de empresas más innovadoras o eficientes y la muerte de aquéllas que no logran generar valor con la eficiencia que lo hacen sus competidores.
Por su parte, en China muchas de las decisiones económicas se distorsionan por un gobierno autocrático con objetivos que no coinciden con los que se buscan en una economía de libre mercado. Una diferencia fundamental está en el bienestar del consumidor. Este es un objetivo básico para una economía de mercado, pero no lo es para el gobierno chino y la economía que dirige. De hecho, un mayor consumo es visto de forma negativa por el Partido Comunista Chino.
El gobierno de China tiene como objetivo el desarrollo tecnológico y la producción manufacturera, pero no en relación con las necesidades del consumidor. En China, el gobierno central se plantea el objetivo de desarrollar ciertos sectores económicos y los gobiernos de las provincias responden con incentivos para la producción de esos bienes. El problema está en que la competencia entre provincias produce un exceso de oferta que suele ser gigantesco. Esta sobreoferta deprime los precios y acaba con la rentabilidad de las empresas, las cuales requieren de ayuda gubernamental para sobrevivir.
Este problema no se limita al interior de la frontera china, el exceso de oferta se expande al resto del mundo, cuyas empresas no son capaces de competir con esta producción subsidiada y favorecida por el gobierno chino. Un ejemplo de esto se puede observar en las dificultades que presenta la industria automotriz en Europa y, más específicamente, el sector de los autos eléctricos.
Volkswagen podría cerrar tres plantas en Alemania y despedir a miles de trabajadores. También Stellantis podría cerrar su planta de Fiat en Turín. Esto todavía no es un hecho, pero la posibilidad de esta acción, que hubiera sido impensable en otros tiempos, es consecuencia de la dificultad de varias armadoras automotrices para competir con los automóviles eléctricos provenientes de China. Algunas fuentes reportan que algunas empresas chinas están produciendo coches eléctricos con costos 30 por ciento menores que las armadoras europeas.
Este tipo de problemas no es exclusivo de los automóviles eléctricos, así como China inundó el mercado mundial de acero en su momento, hoy existen excesos en carbón, aluminio, cemento, baterías para vehículos eléctricos y paneles solares.
En un sistema de libre mercado las empresas que producen de más o que no responden a las necesidades de los consumidores acaban por desaparecer. Pero el gobierno chino mantiene vivas a empresas cuya producción no responde a las necesidades del mercado y genera un exceso de oferta en los sectores que considera como estratégicos. Esto representa una amenaza para estos sectores en el resto del mundo. El ascenso económico de China y la importancia de su economía implica desafíos muy importantes que son inéditos y enfrentarlos requerirá de una buena dosis de determinación y creatividad.