Ezra Shabot

Terrorismo político

El bajo nivel con el que maneja Trump la negociación política o económica destroza la mediación de sus enviados, como Kushner o el propio Lighthizer, para quedar en manos de verdaderos ignorantes.

La definición de terrorismo pasa por el principio de generar miedo en la sociedad como mecanismo para obtener sus objetivos. El temor como forma de dominación se consigue a través de amenazas de todo tipo, o del ejercicio de la violencia verbal y física que termina por dañar la integridad de las personas. El discurso populista de atracción de masas, y que divide a la sociedad en "buenos y malos", requiere indispensablemente de un alto índice de terror que ayude a someter a los adversarios, que en realidad son sus enemigos irreconciliables y a los que hay que eliminar en la medida de los posible, y si no, reducirlos a su mínima expresión.

Es lo que ha intentado realizar Donald Trump desde su campaña electoral y durante sus casi dos años y medio de gobierno. Su desprecio a las minorías y a todo aquel que no encaje en su concepción del mundo blanco –anglosajón– protestante, es motivo de escarnio y eventualmente de persecución por parte de un aparato de Estado que ha sido contenido de manera eficaz por parte de las instituciones democráticas del Estado de derecho norteamericano. En otro contexto, la figura de Trump y sus deseos de convertirse en un líder incuestionable ya habrían conducido a un modelo de gobierno autoritario, como el existente en Rusia, desde donde obtuvo el apoyo para su elección en 2016.

A un par de semanas de lanzar su campaña para la reelección y disminuido políticamente por la presión china y el informe Mueller en voz del mismo fiscal especial para el caso ruso, Trump decidió reactivar la estrategia de terrorismo político que tanto éxito le redituó en el pasado, principalmente frente a sus bases. Azuzado por su propio canal de propaganda fascistoide, Fox News, que le mostró a cientos de centroamericanos intentando cruzar desde México hacia Estados Unidos, el presidente norteamericano desató su furia contra México con argumentos irracionales e insostenibles en la práctica.

Ni el tema de las drogas es un asunto puramente mexicano, ni el alud de centroamericanos dirigiéndose a la Unión Americana es impulsado por el gobierno mexicano, ni mucho menos la historia del comercio entre ambos países es la del abuso por parte de nuestras empresas, saqueando la riqueza del país más poderoso del mundo. La voz de Trump es como la del terrorista que culpa al otro de los males de su pueblo y por lo tanto legitima el uso de la violencia para aplastarlo sin misericordia alguna. Imponer aranceles al comercio bilateral no sólo es una medida ilegal, soberbia y prepotente, sino que muestra la ignorancia de Trump sobre los efectos que sobre su economía tendrá en caso de ser puesta en práctica.

La cantidad de partes de un producto, principalmente en el sector automotor, que entran y salen de Estados Unidos a México y viceversa y que pagarían un arancel, encarecerían el valor final del vehículo al grado de hacerlo incosteable en su totalidad. Suponer que esto haría que los fabricantes de autos trasladasen sus plantas a la Unión Americana, es otra idea absurda de un hombre que cree poder destruir la globalización y reconstruir la grandeza de su país con base en el aislamiento, la amenaza y el terror verbal y arancelario.

El bajo nivel con el que maneja Trump la negociación política o económica destroza la mediación de sus enviados, como Kushner o el propio Lighthizer, para quedar en manos de verdaderos ignorantes de los límites de la resistencia económica de los mercados, como Peter Navarro, quien termina por fomentar la teoría del terrorista, según la cual ante el miedo y el temor por un atentado mayor, el enemigo se rendirá sin consideración alguna. A ese nivel hemos llegado y con esos bueyes hay que arar.

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