Uno. El pensador alemán, judío alemán, Walter Benjamin, pasó el cepillo a contrapelo no sólo sobre el lomo de la Historia, sino, por igual, sobre los pelajes del Lenguaje, la Filosofía, el Arte, la Literatura, la Ilustración, el Derecho, la Crítica, la Cultura, la Traducción, el Capitalismo, el Marxismo, la Tecnología. Con celeridad, en el transcurso de una breve vida (1892-1940).
Dos. Sus reflexiones pueden calificarse de originales, de una complejidad que se abisma, subversivas, asimiladores de la arqueología a productos simbólicos, a salto de temas, observadoras de lo particular camino a la generalización. Intenta una mezcla dialéctica entre el credo mosaico y el materialismo. Propósito para no pocos, imposible (salvo que al marxismo se le juzgue también religión).
Tres. Esta vez nos referiremos tan sólo al efecto del mencionado contrasentido, el cepillado a contrapelo, operado en el lenguaje, la traducción y por supuesto la historia.
Cuatro. Consecuencia de la Caída, el lenguaje al uso no nombra la realidad, al tiempo que la elude, la manipula con propósito utilitario; excepción hecha de la poesía, la verdadera, momento de encuentro entre el habla del lenguaje y el lenguaje de las cosas.
Cinco. La traducción, el traslado de un idioma a otro, significa en efecto traición, pero a la par, la producción de un nuevo lenguaje que trasvasa el mundo del texto original al nuevo, superándolo. Al igual que en su concepto de la crítica, que devela la sustancia del Arte, más allá de la intención o conciencia del autor, lo que sitúa a la crítica por encima de la creación, la traducción es creación.
Seis. Pero más que las ideas de Benjamin sobre el lenguaje y la traducción, aquí simplificadas me temo hasta la caricatura, es la relativa a la Historia la que con mayor fiereza demuele la concepción y práctica de una disciplina por su esencia adscrita a las Humanidades. Aunque con larga data, el pensador fija su visión en un breve ensayo, 15 páginas, que se publicará post mortem.
Siete. Me refiero a Tesis sobre el concepto de la historia, 18 en total, ensayo que trabajó entre 1939 y 1940, recuperando intuiciones adelantadas en su copiosa escritura atraída por temas tan diversos como el papel de la juventud, el romanticismo, el drama barroco alemán o la reproductibilidad técnica de la obra de arte.
Ocho. De la jugosa brevedad del ensayo en cuestión, pueden entresacarse algunos puntos, todos ellos concebidos como misiles (dicho alegóricamente). Está el rechazo al historicismo que asigna un sentido, una finalidad al pasado, que no sería otro que el del Progreso. Y no, la historia carece de sentido. De otra parte, lo que se ofrece es la visión parcial de los vencedores, que ocultaba el silenciamiento de los vencidos.
Nueve. Cuando el verdadero objetivo de la historia, es dar voz, nombrar a los desposeídos, los oprimidos, los ajenos a la felicidad. El pasado, no el presente, picaporte de un futuro supuestamente prometedor, constituye la razón de ser de la historia. Y no como nostalgia sino como redención, no sin ánimo vengativo, de derrotas y catástrofes, a fin de evitarlas (pensado esto al mismo tiempo que por Europa se expandía la ola fascista que desembocaría en la Segunda Guerra Mundial).
Diez. Tal y como se ha apuntado, Benjamin se esfuerza en fusionar el cientificismo, o conocimiento de las leyes del proceso histórico, del materialismo, con el ímpetu utópico de la teología, su ímpetu redentor: el cambio de cuajo de lo existente en un aquí y ahora.
Once. Será la impulsividad ciega de la historia la que sigue a una mente de brillo excepcional. De hijo de una familia pudiente, WB, irá descendiendo los escalones de la marginación, mordida por la precariedad y el exilio. Si durante la primera Gran Guerra, escapa a Suiza, con el objetivo que no cumplirá de encontrar un espacio en la vida académica, el triunfo nazi, lo lleva a París, donde lo cerca tras la ocupación alemana.
Doce. Obtenido el visado, pero no el permiso para dejar Francia, y alcanzar Lisboa, y aquí embarcarse a los Estados Unidos, se le recluye en un campo de concentración. Liberado gracias a la influencia de colegas galos, juega su baza. Atravesar los Pirineos por una ruta clandestina y llegar a España, el peor lugar imaginable dada la victoria franquista sobre la Segunda República. Irrumpe en Portbou, punto fronterizo catalán. Se le detiene, para regresarlo al punto de huida, a la Gestapo.
Trece. La víspera de su deportación, un 26 de septiembre de 1940, se suicida con una sobredosis de morfina. Su cadáver es enterrado en el cementerio local. Pasados los años, el escultor Dani Karavan perpetúa su memoria con una singular pieza: una cristalería, colocada al final de una escalinata, en la que se recoge esta expresión suya: “Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que de las personas célebres. La construcción histórica se consagra a la memoria de los que no tienen nombre”.
Catorce. No escasa es la bibliografía dedicada al rescate e interpretación de Benjamin. Yo recomiendo, por breve y pedagógico, el compendio de Carlos Marzán, Walter Benjamin (México, RBA, 2019)