Uno. De mi zambullida en la escritura (el lenguaje ya me poseía) culpo a Juan José Arreola. Mi profesor de declamación en la Escuela de Arte Teatral del INBA, me descalificó como actor en agraz, pero me auguró el camino de las letras. Impulsado el augurio por una singular circunstancia: amén de teatro, estudiaba yo la carrera de Derecho y había vivido en provincia. De esta suerte me abrió la selecta puerta de su taller Mester.
Dos. Esto ocurrió en los movidos sesenta del pasado siglo. De lo que haya hecho con mi literatura (vasta es mi bibliografía de varia invención, relato, ensayo, estudios) o la literatura esté haciendo conmigo (dudas, parálisis que sería sencillo, coartada, atribuir a la enconada Peste vista oficialmente con arrasador desdén), soy el único responsable. Pero aquí el punto focal es el hijo de Zapotlán el Grande, su no muy dilatada pero maravillosa obra.
Tres. Nacido en 1918, Juan José expiró en 2001. La casa Joaquín Mortiz, tan de los mencionados sesentas, y luego absorbida por Planeta, editó en 2018, una artística y manuable caja que nos brinda cinco títulos: Confabulario, Bestiario, Palindroma, Varia invención y La feria. Se trataba de un “edición definitiva”, en la a que partir del quinto volumen “todo va a llamarse confabulario total o memoria y olvido”.
Cuatro. Vida múltiple y accidentada la del escritor, de la que da cuenta precisa El último juglar del que es autor su hijo Orso. Aprendiz de encuadernador, empleado de una tienda de abarrotes, peón de campo, cobrador de un banco, “abonero”, panadero, corrector, periodista, actor, animador cultural, profesor. De destacarse son su participación en el proyecto de Poesía en Voz Alta, su papel de primer director de la Casa del Lago y el de mantenedor del taller literario Mester (ya citado).
Cinco. Oportunísima la caja conmemorativa, por su diseño, por el autor y por las largas horas de ocio que impone un confinamiento extremado por la ferocidad del virus y el coyuntural manejo del semáforo López-Gatell; ahora que su poste de luces perece destartalado, metido a teórico antigolpista. Pero estamos con Juan José.
Seis. Cada uno de los tomos se acompaña de señales. Sigo el orden de aparición. Varia invención, el primero de la serie, se publicó en 1949, mientras el autor, en sus 31 años, se desempeñaba como corrector del FCE, la casa editora (Colección Tezontle). Su índice consta de Varia invención y la pieza teatral La hora de todos. No me parece empero acertada la afirmación de que la obra constituía un “pequeño oasis dentro de una zona particularmente desértica de la literatura mexicana”. ¿Y Al filo del agua de Yáñez (1947)? ¿Y Los días terrenales de Revueltas (1949)?
Siete. A Varia invención sigue Confabulario de 1952, también bajo el sello del FCE. Se acompaña de una aguda observación del entrañable Emmanuel Carballo, en el sentido de que virtud sobresaliente de su paisano jalisquillo son las hermosas imágenes y metáforas con que orna el poema en prosa, la fábula y el cuento “reducido a sus rasgos esenciales”. En su extraordinaria presentación, “De memoria y olvido”, Arreola aclara que no lo asustan los términos de “prosa poética” y “poesía prosaica”.
Ocho. Toca su turno a Bestiario publicado en 1959 por la UNAM. Amén del fruto de la paciente (mas imaginativa) contemplación de las jaulas y espacio del Zoológico de Chapultepec, el libro incluye las secciones Cantos de mal dolor, Prosodia, Aproximaciones y el Postfacio “Amanuense de Arreola” del que es autor José Emilio Pacheco. Menuda historia ejemplar de en qué circunstancias desesperadas y cómo, Arreola dictó al jovencísimo Pacheco un libro sobre el que pendía la Espada de Damocles de su perentoria entrega a la imprenta. En el episodio también aparece otro entrañable, Henrique Gonzáles Casanova.
Nueve. Tras el bestiario escrito/dictado, también de 1959 y asimismo bajo el sello UNAM, se edita Palindroma. Son sus partes Palindroma (“Are cada Venus su nevada cera”), Variaciones sintácticas y la pieza Tercera llamada ¡tercera! O empezamos sin usted. De “Doxografías”, postrera sección de las variaciones…, rescato estos aforismos que dicen más de lo que expresan: No olvide usted, señora, la noche en que nuestras almas lucharon cuerpo a cuerpo; La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones.
Diez. De esta suerte llegamos a La feria, aparecida en 1963, solitaria novela de Arreola y de la que recibí ecos por mi proximidad al autor. Se agolpan a mi juicio poesía, prosa, la predilección por lo fragmentario, lo sentencioso. Toca a usted poner a prueba el cebo que nos la presenta (vende). A saber.
Once. “Arreola ha creado un libro de documentos de la manera más cabal, más icónica y dolorida, una realidad del México de hoy y de siempre. La fidelidad a los giros populares y el realismo mágico de ciertos pasajes son tal vez las mejores cualidades de este libro múltiple y singular”.
Doce. Dispóngase pues a un tránsito por la obra de Juan José, sus escalas, constancias y variantes, que puedo asegurarle le brindará un edén en estos yermos tiempos bajo amenazas en los que furia política, plataformas, infodemia, redes, declaraciones desmelenadas y demás distractores han arrinconado a las artes, la literatura, la dramaturgia y la pintura, sobre todo. A las artes excelsas y al pensamiento crítico.