Fernando Curiel

Heriberto Frías

Singular caso el de este autor, nacido en 1870 y fallecido en 1925. De formación militar, derivará al periodismo de oposición a Porfirio Díaz.

Uno. Singular caso el de este autor, nacido en 1870 y fallecido en 1925. De formación militar, derivará al periodismo de oposición a Porfirio Díaz (en el poder desde 1877), previa la publicación anónima en el periódico El Demócrata dirigido por Joaquín Clausell de una serie, luego recogida en libro al que deberá Frías su intermitente renombre. Me refiero a Tomóchic.

Dos. En su origen, crónica de una brutal represión por parte del Ejército de la población rarámuri del mismo nombre, en pie de guerra. Atribuida a Clausell en cuyo periódico aparece entre marzo y abril de 1893, no es sino hasta la tercera edición del libro Tomóchic (Barcelona, Maucci, 1889) que se recoge el nombre del verdadero autor. ¿Por qué el anterior anonimato?

Tres. Por la sencilla razón de que Frías había participado, con el grado de subteniente, en el operativo del 9° Batallón enviado a Chihuahua a sofocar la rebelión indígena. Horrorizado por los sucesos los da a conocer, sin revelar su nombre reitero, dando inicio a una trayectoria de la que aún está pendiente su integral pesquisa. De cualquier manera, la respuesta gubernamental no se hace esperar.

Cuatro. El Demócrata es clausurado y el Ejército acusa a Frías de delitos varios contra el orden militar, agravados por cometerse en zona de combate, lo que implicaba la pena de muerte. Y si bien la acusación no prospera, el subteniente es dado de baja. Punto de arranque de una tenaz dedicación al periodismo crítico, como colaborador e incluso director del Diario de la Tarde del puerto de Mazatlán.

Cinco. Estalla la Revolución y el periodista se integra a la campaña de Francisco I. Madero, quien, al triunfo, además de incorporarlo al comité directivo del Partido Constitucional Progresista, lo hace subsecretario de Relaciones Exteriores. A la caída y muerte de Madero, Frías se une al movimiento constitucionalista; sólo que en la lucha de facciones que sigue a la derrota de Victoriano Huerta, opta por la Soberna Convención.

Seis. Lo que Carranza, ya dueño del poder no le perdona y le entabla juicio por rebelión. Esta vez, a diferencia de lo ocurrido en el pasado, cumple ocho largos años en la prisión de San Juan de Ulúa, lo que le complica una avanzada dolencia de la vista. Cumplida la pena, se retira como avicultor en la población de Azcapotzalco. Ocupación que interrumpe su designación por el presidente Obregón (uno entre sus lectores) como cónsul de México en Cádiz, España.

Siete. De regreso a la patria, instalándose esta vez en Tizapán, se dedica a la profesión docente de historia de México. Muere como anticipe en 1925, siendo sepultado en el Panteón Francés al parejo que en la memoria de la literatura mexicana. Con la excepción a la regla de ocasionales resurrecciones entre los investigadores.

Ocho. Lo anterior pese a que Frías no fue en exclusiva el autor indignado de Tomóchic. Vasta y variada es en perspectiva su obra, además de la surtida a la prensa. Lo mismo de literatura infantil, de la que es notable ejemplo la Biblioteca del Niño Mexicano, de la que da a conocer más de un ciento de títulos; que de corte urbano como (en coautoría con Rafael Martínez) del Álbum histórico popular de la Ciudad de México.

Nueve. Pero hay un libro, osado, innovador, en el me gustaría detenerme: Los piratas del boulevard (1915). No se anda con melindres: “De mi librillo de apuntes arranco páginas donde viven las siluetas de muchos zánganos sociales y aun políticos, de esos que exhiben su maldad o su espléndida vileza”.  Trátase de “piratas que navegan en el golfo del llamado ´boulevard´”, ostentando banderas de honradez, distinción, gloria. Manojo de “víboras y gusanos”.

Diez. El “boulevard” no es otro que Plateros, después Avenida Francisco I. Madero; si bien hay asomos a las avenidas Reforma y Chapultepec, a las calles de Regina y Coliseo. Lo que al autor interesa es que el público lector “se cuide de congéneres que se arrastran por las calles principales de México, sueltos, vivitos y coleando y repletos de ponzoña”.

Once. Formidable desfile de pavos reales; delfines y delfincillos; calumniadores; nanas despóticas; sableadores; “horizontales” y sus víctimas; protegidos y apadrinados; pájaros bobos; organizadores de banquetes y brindis cívicos, capaces de maridar la champaña y el mole; padres vanidosos sin causa; tiples camino a fulanas; ex poetas traidores de Apolo.

Doce. Y fauna que los tiempos por venir multiplicaran, niños de la calle (situación de calle se dice ahora), pilluelas y pilluelos en un leve anticipo de Los olvidados de Luis Buñuel. Y los arribistas que cambian de clase, digamos de charro a catrín. Como sucede con Diodoro Gómez González. Que hace una invitación pública a un tete a tete, que incluye matiné campestre en el Canal de la Viga, lunch en Ixtacalco y a modo de remate un five o´clock en la house familar, vaya chez l’anfitrion.

Trece. Breve libro incisivo libro, créame usted, por demás meritorio de lectura o relectura.

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