Fernando Curiel

¡A rajatablada!

Entre los episodios polémicos de Tablada se cuenta el de si efectivamente viajó a Japón en 1900, viaje auspiciado por el adinerado Jesús T. Luján.

Uno. Figura controversial, "sospechosa", del viejo régimen, el ciudadano capitalino José Juan Tablada (1871-1945). Pero, en tanto artista (poeta, prosista, dramaturgo, periodista, pintor), figura la más representativa de la ruptura, la experimentación, una postura de infatigable avanzada. Con él se inaugura, para finales del XIX y buen parte del siglo XX, una tradición vanguardista que pasa por Ramón López Velarde, aparentemente cerrado provinciano, el Reyes al día y más, el Torri autor de haikús en prosa, el Estridentismo, Salvador Novo y la generación a la que cronológicamente me adscribo: La Onda.

Dos. Debí a Jorge Ruedas de la Serna, tabladista, rescatador del teatro político del autor de Florilegio, la invitación para realizar la edición crítica de sus dos tomos de Memorias: La feria de la vida y Las sombras largas. Tarea ya cumplida y ocasión de poner sobre la escena, no sólo dos textos, autobiográficos y de época, fundamentales para el conocimiento del México porfiriano, el de comienzos de la Revolución, el del huertismo (al que se adherirá), y el del discurrir entre el Constitucionalismo y los 40 de la postrevolución, sino un género por décadas desdeñado por la academia.

Tres. ¿Qué género? El que, en estudios literarios, llamase "Literatura del Yo" y, en los históricos, "Testimonios del Yo". Género abarcador de Diarios, Epistolarios, Autobiografías y Memorias, de modo señalado, y al que negaron estatus de investigación (y de vulgata) las corrientes estructuralistas, postestructuralistas, textualistas y ultratextualistas. Como si poesía y prosa fueran producto automatizado (y tautológico) del lenguaje. Bastaba con accionar la "aplicación" precisa. Todo esto con prescindencia del autor de carne y hueso (vida, época, nacionalidad, preferencias de todo orden), del escritor-autor, y me temo del lector mismo. Y aún de la Literatura en tanto artefacto humanista; figura del lenguaje, sí, pero que lo trasciende.

Cuatro. Modas autoritarias, importadas de Francia que las exporta a Estados Unidos, por fortuna rato ha reducidas a modos, entre otros, de interpretación literaria. Giro que yo, ocupado de tiempo atrás en ediciones de Diarios, Epistolarios y Memorias, y miembro de un organismo académico, califiqué sin dubitaciones de "Conquista laboral".

Cinco. Hoy por hoy se cuentan decenas de más jóvenes investigadores, atareados en este campo, deudor al parejo de la "textualidad" y la "contextualidad". Aunque, lo reconozco, algunos olvidadizos de una tradición inquisitiva que lleva rato de cultivarse por colegas inscritos tempranamente en la Historia Intelectual, que gusto llamar "tropa de refresco" de los estudios literarios.

Seis. Tornando a Tablada, de quien el Instituto de Investigaciones Filológicas viene publicando sus Obras (al igual que las de Lizardi, Gutiérrez Nájera, Cuéllar, etcétera); pendiente me queda un tercer tomo suyo, "no autorizado" (como reza la leyenda mercadotécnica de algunos productos editoriales), con materiales posteriores al último registro de Las sombras largas, y hasta el momento de su muerte en la ciudad de Nueva York; material, que aunque en parte ya publicado, cerraría el ciclo que arranca con La feria de la vida.

Siete. Entre los episodios polémicos de Tablada se cuenta el de si efectivamente viajó a Japón en 1900, viaje auspiciado por el adinerado Jesús T. Luján, también patrocinador de Revista Moderna, clarinada en 1898 de la irrupción del Modernismo (Tablada, Valenzuela, Campos, etcétera), y con el Modernismo de la emancipación literaria mexicana (emancipación pendiente, ya adelantada por "El Duque Job" y en no poca medida por mi paisano Ignacio Manuel Altamirano). ¿Viajó realmente el poeta y prosista de avanzada, aquejado del "japonesismo", al Lejano Oriente, o se quedó en San Francisco, California? La cuestión ha desvelado y dividido por décadas a los tabladistas.

Ocho. Una notable exposición, sobre Tablada y Japón, su devoción japonesa, montada en el primer piso del Palacio de Bellas Artes, tiene todos los visos de zanjar, en un sentido positivo, la álgida cuestión. Lleva por título "El pasajero 21. El Japón de Tablada". El número alude al que en la lista de pasajeros ocupaba Tablada, en el buque América Maru, que habiendo zarpado de Yokohama el 15 de diciembre de 1900, atracó en San Francisco el día 22 del mismo mes. Se le inscribe de 29 años, varón y escritor. El hallazgo es de la autoría del catalán Martín Camps.

Nueve. La exposición de marras, estupendamente "curada" (vaya palabreja), incluye parte de la colección Tablada de arte japonés, muestras de no pocos de sus pintores nipones favoritos, acuarelas del propio escritor, y cuadros de pintores mexicanos bajo la influencia de la pintura japonesa (tan elusiva como detallista), entre los que sobresalen el Doctor Atl y Jorge Enciso. Me permito recomendar al lector de El Financiero que no se la pierda. O vuelva a disfrutarla como yo pienso hacerlo, en próxima excursión al Centro Histórico.

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