Fernando Curiel

Diálogo obligado: Humanidades y ciencias

Fernando Curiel reflexiona sobre la trayectoria de la Universidad Nacional Autónoma de México y las experiencias de diálogo entre Humanidades y Ciencias, emprendidas en la UNAM.

Uno. La buena nueva pudo haber ocupado la portada de Gaceta UNAM, correspondiente al pasado 28 de febrero de 2019. O, a lo menos, compartirla con la elegida, una sin lugar a dudas "Monumental" exposición, en los ventanales de la Facultad de Química, de la Tabla Periódica de los Elementos, con motivo de su 150 cumpleaños.

Dos. ¿Qué noticia? La "edición 2019 de QS World University Rankings By Subjet, publicado por la consultora QS Quacquarelli Symonds, posiciona a la Universidad Nacional Autónoma de México como la mejor institución de educación superior en América Latina" (p. 11). "Dos carreras se ubicaron en el top 20: las de Ingeniería de Minas y Metalurgia en el lugar 14, y Lengua y Literaturas Modernas en el 15" (Ídem). Al tiempo que se destacan, por su número, las licenciaturas en Antropología, en Historia, en Geografía y en Ingeniería Civil.

Tres. No es este el lugar para analizar las opiniones a favor y en contra de tales "ranqueos", su idoneidad o interés sesgado. Sí, en cambio, para sacar las moralejas del mosaico de materias reconocido. Desde su apertura en 1910, la Universidad Nacional de México, Autónoma a partir de 1929, se reconoce en una misión tripartita: docencia, investigación, difusión. Y si bien es verdad que el "QS Wolrd University Rankings by Subjet", enfatiza la primera de tales funciones, indudable es su conexión con las dos restantes.

Cuatro. Basta apuntar que se mantiene el alto propósito, culturalista lo llamo yo, aunque cabría el calificativo de humanista, que su artífice, Justo Sierra, le asignó a una institución, nacida Porfiriana, pero adoptada por la Revolución: coordinar "las líneas directrices del carácter nacional". De ahí sus contenidos laicos, populares, ascensionales, justicieros me atrevo a decir, y centrados en los problemas nacionales; rasgos que consolida su actual Ley Orgánica (1945).

Cinco. Si en la acepción contemporánea de las Humanidades, el cultivo de lo humano se enriquece con el ingrediente de su contexto social y natural, las dos carreras reconocidas, Ingeniería de Minas y Metalurgia, en el número 14, y Lengua y Literaturas Modernas, en el 15, guardan estrecha correspondencia. La extracción minera (y sobran los ejemplos en nuestra actualidad), por la obligada consideración de los contextos, social y natural. Y la filología (por emplear un término omnicomprensivo del lenguaje y su expresión estética, la literatura), con el auxilio que la tecnología (computacional, informática, telemática) aporta a sus quehaceres.

Seis. Y, en verdad, nada sorprende que entre las licenciaturas cuyo número se destaca en el "ranqueo" que comentamos, sobresalgan la Antropología, la Historia, la Geografía y la Ingeniería Civil. Sin la necesidad de considerarse "ciencia dura", la Antropología se fortifica con disciplinas científicas, a la Historia le basta su preeminencia en las humanistas ciencias sociales, a la geografía en cambio no le basta la dimensión física sino que reclama la humana, y el calificativo "civil" de la ingeniería de que se trata, se explica por sí mismo.

Siete. No son escasas las experiencias de diálogo entre Humanidades y Ciencias, emprendidas en la UNAM. Baste recordar el basamento de filosofía positivista de la Escuela Nacional Preparatoria (1868), y la fundación de un Colegio de Ciencias y Humanidades en tiempo más o menos próximo. Solamente que se trata de un diálogo aún trunco, por continuar explorándose.

Ocho. Diálogo, interlocución, en proceso, que si explica la naturaleza de la Máxima Casa de Estudios, debería, a fe mía, orientar la comedida de equivocaciones, en veces superchería, desaciertos, pésimos nombramientos (ya señalados por el propio AMLO, de tan pletórica agenda) que han rodeado la reconversión del CONACyT, ¿en qué realmente?

Nueve. Como lo hemos apuntado un grupo de colegas, en dos proclamas, el cambio del organismo responsable de la política pública oficial de investigación, no puede limitarse a lo nominal, sino que exige reconocer y equilibrar la asignación de recursos, la gestión y la evaluación de los dos saberes, el Humanista y el Científico. Saberes complementarios, no enemigos.

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