Fernando Curiel

Mengele, El ángel de la muerte

La sobrevivencia bestial de una bestia. Bestia humana, amante de la música clásica y deudora de infinidad de asesinatos.

Uno. Figuras hay instaladas, hasta su derrumbe, en una zona repelente al valor humano que, instintivamente, la humanidad se confiere a sí misma. Anti-humanos, no humanos, criminales de cuerpo completo. Conducta que puede enmarañarse, si la barbarie viene acompañada de una motivación ideológica.

Dos. Tal es el caso del médico Joseph Mengele, "El Ángel Negro de Auschwitz", monstruo en una galería de monstruos. Sólo que, a diferencia de otros criminales de guerra nazis, sometidos a juicio y ejecutados, con lo que se reparó en algo el atroz mal causado a poblaciones inermes, se salió con la suya.

Tres. Embozado en la estampida de ratas pardas, que siguió al hundimiento en Berlín de la nave capitana, con su suicidado piloto adentro, escapa a Sudamérica. Fichado por la justicia internacional, pieza de caza del Mossad y de Simon Wiesenthal, pero apoyado por cómplices y su propia familia, consigue romper cuanto cerco lo rodea, y morir de muerte natural en su último escondrijo.

Cuatro. Los pasados días de ocio vacacional, leí una correcta vida novelada del diabólico médico, La desaparición de Josef Mengele, de Olivier Guez, multipremiada (Tusquets). Novela que sin embargo propone varias enseñanzas.

Cinco. La clase de santuarios, refugios VIP, que para los derrotados nazis en fuga, representaron la Argentina de Perón y Evita y el Paraguay de Stroessner. Complicidad de mayor profundidad que episodios de tesoros nacionales ocultos, submarinos misteriosos, capturas "mediáticas" (como la de Eichmann).

Seis. El culto a la muerte de las dos puntas de lanza de la investigación científica hitleriana. La del campo genético y la de los cohetes. Una y otra, francos retos al orden natural y a su autoría. Que la manipulación de genes respondiera a la basura mental racista de don Adolfo, o que los V2, dispusieran la muerte a distancia, no palian el "alucine" de médicos e ingenieros balísticos. Al contrario.

Siete. Ruda lección es, por lo tanto, el la de la vanidad científica, aquí luciferina, que empareja los egos de hombres de ciencia con los de los humanistas y los artistas.

Ocho. Cientos fueron los médicos alemanes trabajando cual posesos en los campos de concentración, mudados laboratorios genéticos. Cientos los ingenieros en una lucha más contra el tiempo que contra el espacio. Lograr por auto estima narcisista lo imposible.

Nueve. Inevitable, insoslayable, de otra parte la lección de sobrevivencia a toda costa del propio Mengele.

Diez. Al mismo tiempo que su ruta de escape, que incluye un regreso a Alemania, a las ruinas del Tercer Reich, traza el mapa de la reconstrucción europea, el colaboracionismo sudamericano, el grado de enfermedad de la de las creencias nazis (hablar de ideología es exagerado), arroja luz intensa sobre una voluntad de sobrevivir.

Once. Quizá por el grado cero de humanidad del sujeto, su total ausencia de culpabilidad, el extraño maridaje de una inteligencia excepcional con la superchería de Mi lucha, el existir sin límites ni cortapisas.

Doce. Es la fuerza arrolladora del mal, la que mantiene a Mengele en Argentina hasta el derrumbe de Perón (en veces con su propio nombre), en Paraguay, y finalmente, en círculos de mayor degradación, en Brasil.

Trece. La sobrevivencia bestial de una bestia. Extraña por supuesto. Bestia humana, amante de la música clásica y adoradora de sí, deudora de infinidad de asesinatos.

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