Fernando Curiel

Miguel León-Portilla

El autor hace un reconocimiento al historiador Miguel León-Portilla a su memoria, tras su fallecimiento el pasado 1 de octubre.

Uno. A un mes, octubre, y días ocho del de noviembre, de que se ajusten 490 años del "encuentro" (término que él pondría en boga, no sin resistencias), de Moctezuma y Cortés (América y Europa), fallece a sus 93 abriles de fructífera edad, en esta ciudad a la deriva, Miguel León-Portilla.

Dos. Las inmersiones de la Memoria en las aguas del pasado, sorteando el olvido, su Némesis, y la anfibología del lenguaje, no son puramente de orden de las tomografías. En el viaje, puede bañarse de nostalgia.

Tres. 1972. He vivido en, y regresado de, Londres; visitado prolijo París, a partir de la Isla de San Luis, una de sus matrices; conocido, por vez primera, un Madrid franquista, pre moderno; mutado laboralmente la Suprema Corte de Justicia (vecino el Palacio Nacional, su escalinata casi abierta al vasto "zócalo"), por Ciudad Universitaria; y me he acercado a la Galería de Notables de las Humanidades.

Cuatro. También lo haré, en su oportunidad, con el ala científica, confirmando los diversos procesos de producción y de evaluación de ambos saberes, pares.

Cinco. En la plazuela a la que concurren los accesos al edificio que alberga a algunos de los centros de investigación humanista, y a la Facultad de Filosofía y Letras, suele reunirse el areópago.

Seis. Los evoco. Clementina Díaz y de Ovando, Beatriz de la Fuente, Miguel León-Portilla, Elisa Vargas Lugo mi "paisana" taxqueña, Edmundo O'Gorman; Rubén Bonifaz Nuño, de paso a su oficina en la Coordinación de Humanidades. Leopoldo Zea, siempre de prisa.

Siete. Jóvenes, Roberto Moreno de los Arcos, Jorge Carpizo, Virginia Guedea, Elisa García Barragán. Más joven aún, Juan Ramón de la Fuente.

Ocho. Don Miguel, tan grato, tan erudito, al punto gracejo y bonhomía, dirige la colección Nueva Biblioteca Mexicana. Mi edición del epistolario Guzmán/Reyes, al que seguirá la de las Memorias de José Juan Tablada, entre otros títulos, nos amista.

Nueve. Ocasión de las primeras de cientos de conversaciones, que luego se prolongarán en su cubículo del Instituto de Investigaciones Históricas, en la Ciudad de las Humanidades, pegada a "Cultisur".

Diez. En contrapartida, como director de la Biblioteca del Estudiante Universitario, me tocará cuidar una y otra, y otra, decenas de ediciones, del título "best seller" de la colección y de su propia obra: La visión de los vencidos.

Once. Celebré su amistad y tutela para con mi hermana, la historiadora Guadalupe Curiel Defossé, fallecida pasa de un año.

Doce. Por Concepción Hernández Triviño, su esposa, mi amiga y colega en el Instituto de Investigaciones Filológicas, tuve noticias constantes de su estado de salud, severamente mermada los últimos meses.

Trece. Fijada, sentimental, nostálgica y esperanzadora la Memoria.

Catorce. El pasado domingo, 29 de septiembre, en aras de un futuro rencuentro, con León-Portilla, adquirí y empecé a leer uno de los libros que está levantando la oleada con vistas a las conmemoraciones del inmediato noviembre de 2019.

Quince. Aludo a Cuando Moctezuma conoció a Cortes, del norteamericano Matthew Restall (México, Taurus, traducción de José Eduardo Latapí Zapata). Me interesaba sobremanera la opinión de don Miguel, tan sapiente y bromista, tan celoso del cultivo y propagación de la filosofía y la historia propias, autóctonas.

Dieciséis. La muerte, su muerte, se interpuso.

Diecisiete. Descanse en paz el formidable amigo Miguel León-Portilla, uno de mis maestros fuera del aula como lo fueran Rubén Bonifaz Nuño y Gastón García Cantú.

COLUMNAS ANTERIORES

Ciudad letrada expandida
La realización simbólica

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.