Fernando Curiel

Pacheco: tres estampas

El autor hace una reseña de la influencia del escritor José Emilio Pacheco en su vida desde que lo conoció entre los años 60 y 70, hasta el momento de su muerte.

Uno. En aquella República de las Letras de los 60 y los 70, de trato cotidiano, filias y fobias literarias a la luz del día (que el pacto histórico Salinas-Paz, de foncas y conacultas, tornarán bajo el agua y mezquinas), me amisté con José Emilio Pacheco. Joven total, cabal, de letras, afable maestro, discreto hasta exhibirse contrapunto de su amigo y coetáneo Carlos Monsiváis.

Dos. Dirigía JEP la benemérita colección unamita Biblioteca del Estudiante Universitario. Yo, en la búsqueda de recursos para autobecarme a Londres con mi familia de tres ("Londres, mi Londres"), tuve la fortuna de caerle al tomo que venía debiendo Arturo Arnaiz y Freg. Páginas escogidas de Lorenzo de Zavala.

Tres. A mis personales dilemas (¿Actor? ¿Abogado? ¿Escritor?), se añadía la intolerancia al delirante y desquiciado echeverriato, en pesca de mis condiscípulos (veo que ya resurgió Ignacio Ovalle, al frente de un proyecto muy Conasupo; ¿quiénes faltan para que redondeé la nostalgia por don Luis?). Y estaba la herida abierta del 68 que, de clamor por revolucionar la cuadriculada Vida, terminó en política a la mexicana. Y mito autoalimentado.

Cuatro. Así como, en la Facultad de Derecho, el constitucionalista Mario de la Cueva me condujo a Martín Luis Guzmán y su pandilla (¡y qué pandilla, Reyes, Vasconcelos, Torri, Silva y Aceves!), el profesor de Derecho Agrario, Manzanilla Shaefer, me condujo a las Obras de Zavala, su paisano yucateco. Deslumbrante político e historiador, Zavala, de los primeros exploradores de los vestigios mayas como lo demuestra la amiga Ana Luisa Izquierdo. En la lista, sin embargo, de los malvados (apestados) por sus compromisos tejanos.

Cinco. Llevé a la casa de José Emilio, en la calle de Reynosa, próxima a la Capilla Alfonsina, mi propuesta de prólogo y de selección. Si la segunda resultó procedente y sazonada, el prólogo pecaba en los vicios del academicismo. Paciente, leyó, y propuso las ineludibles transformaciones. En dos, tres sesiones, aprendí lo que sé del género prólogo, al servicio del autor, acicate del lector posible, específica forma de la prosa.

Seis. Privilegiadas sesiones de la amistad naciente y del descubrimiento. Por ejemplo, de la imposibilidad compartida de la posición sedente, que él tipificó de "locura ambulatoria". Por ejemplo, de una solidaridad, infrecuente en el "egosistema" literario (y que la Ciudad Irreconocible en que convertimos a la Ciudad de México, ¡qué CDMX ni qué manceras rábanos!, acabará por disgregar). Por ejemplo, el fervor compartido a los Titos, Piazza y Monterroso, y a Gabriel Zaid.

Siete. Sigo teniendo, por relecturas (dice relecturas, no "relerturas") ineludibles sus poemarios, sus prontos urbano-nostálgico-sentimentales como Las batallas del desierto, su absolutamente experimental Morirás lejos, sus periodísticos y sapientes Inventarios.

Ocho. Pacheco, por su parte, gustó y así lo hizo constar mi Vida en Londres, mis asedios a Guzmán y a su horizonte humano: El Ateneo de la Juventud. Páginas escogidas de Lorenzo de Zavala salió a la luz, y se impone, me temo, su reedición (como pronto ocurrirá, aunque en la gemela colección Poemas y ensayos, de mi edición de La vorágine de José Eustasio Rivera, sin la que, y nada invento, sería imposible la Casa verde, de Mario Vargas Llosa).

Nueve. Fui a, y regresé de, Londres; a la sazón con la rebelde juventud Pop de regreso al hogar (y a la moda, retro, del ropaje de los ancestros), y el país por Ingresar a la Comunidad Europea. Brexin.

Diez. Proseguimos nuestras "vidorrias". Ocasionales encuentros, aquí y en España. Hasta que se presentó el caso Antología del Modernismo, best-seller de su autoría, en la BEU. La historia guarda cierto desaliento. A la consulta de la casa ERA, editora epónima de José Emilio, a la entonces directora de la Imprenta Universitaria, sobre el interés del claustro por reditar el exitoso título, recayó, contra todo pronóstico, un rotundo no.

Once. Al frente el de la voz de la BEU, con motivo de alguna efeméride, nos propusimos negociar la redición, en un solo tomo y no en dos, como apareció originalmente, de Antología del Modernismo. Negociaciones arduas, con lo suyo de callejón sin salida, en las que, la buena disposición de Pacheco, resultó decisiva.

Doce. Por último, a un proyecto de encuentros (o desencuentros), entre creadores e investigadores, en el seno del Instituto de Investigaciones Filológicas, invité al formidable polígrafo. JEL Pacheco se ocupó, a través de la figura de Juan de Dios Peza, del costo, que se paga, de la popularidad en vida. Igualmente comparecieron, Hugo Gutiérrez Vega y, si mal no recuerdo, Sergio Pitol.

Trece. Tuve la muerte de José Emilio Pacheco, no sólo como lamentable pérdida de un entero hombre de letras, émulo de Altamirano, de Sierra, de Torres Bodet, sino como el fin de una época. Cultural, capitalina.

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