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El ganso cojo

López Obrador no traga fuego. Lo vimos ceder vergonzosamente frente a Trump en el asunto de los emigrantes en la frontera sur. Darán marcha atrás en la contrarreforma energética.

Si existieran pruebas de que la casa en Houston en la que habitaba el hijo del presidente fue rentada, a tres semanas de que estalló el escándalo que lo involucra, ya las hubiera presentado. Esas pruebas no existen.

Si la casa, propiedad de un alto directivo de una empresa petrolera que tiene contratos con Pemex, no fue rentada, entonces se trataría de un soborno. Una vida de lujos a cambio de renovaciones de contratos cada vez más cuantiosas.

¿Lo sabía el presidente? Por supuesto que sí. El video de su hijo menor bailando frente a la alberca del hijo mayor lo demuestra. Una infancia de privaciones, debió considerar, justifica una vida de lujos. La revolución les hizo justicia.

A mi juicio, a este rompecabezas le faltan algunas piezas para poder distinguir el dibujo completo. No se trata sólo de un asunto doméstico. Las piezas faltantes son las del contexto en el que se enmarca el escándalo actual.

Desde hace algunos meses los gobiernos de México y Estados Unidos iniciaron una ronda de negociaciones en torno a la contrarreforma energética que el gobierno mexicano quiere aprobar.

Casi cada semana han visitado México altos funcionarios del gobierno de Biden. Visitas frustrantes en las que el presidente da cuenta de su amplio acervo de viñetas de la historia de bronce. Al finalizar cada visita, el gobierno mexicano, para el consumo interno, habla de reuniones tersas y amistosas. Pero, por lo visto, las visitas guiadas para ver los murales de Diego Rivera no han sido suficientes. Cansados de reuniones inútiles, fue la secretaria de Energía estadounidense la que arrojó un balde de agua fría sobre el contenido de esas reuniones. En cada una de ellas, afirmó, el gobierno de Biden ha hecho saber al de México su preocupación por la contrarreforma energética mexicana.

Un paréntesis. Hace unos años, en plena campaña electoral estadounidense, López Obrador fue a Washington para apoyar a Trump. Los mexicanos lo recordamos bien porque fue la primera vez que vimos al presidente con cubrebocas. El simbolismo fue claro: frente a los mexicanos, detentes y desplantes; frente a Trump se tuvo que cuadrar. Durante ese viaje Trump ofreció una cena al presidente mexicano. Lo sentó en una mesa con los directivos de las compañías energéticas más poderosas, los cuales le pidieron una sola cosa: respetar lo que México firmó en el Tratado. López Obrador les dijo que así lo haría. Creyó que se había salido con la suya. Cierro el paréntesis.

A lo largo de las tensas reuniones con los funcionarios estadounidenses en México y en Washington, el gobierno de López Obrador defendió la postura soberanista de su contrarreforma aduciendo que era una consecuencia de su lucha contra la corrupción.

Fue justo en medio de esas negociaciones, en las que el presidente mexicano no parece entender razones, que apareció un reportaje que desnuda y deslegitima la postura anticorrupción de nuestro gobierno. Elementos centrales de ese reportaje son documentos fiscales que tiene el gobierno estadounidense, de imposible acceso para un periodista mexicano y para una organización de la sociedad civil como lo es Mexicanos Contra la Corrupción. ¿Con qué cara podrá el gobierno de López Obrador hablar de corrupción si su entorno más cercano está sumergido en el pantano de contratos y conflicto de intereses?

Los estadounidenses son negociadores muy duros. Es su estilo. En 1836 el presidente Jackson mantuvo prisionero a Santa Anna hasta que éste reconoció la ‘independencia’ de Texas. Jacques Rogozinski en este diario ha revelado las mañas que empleó el gobierno norteamericano al momento de estar negociando el TLC. Se vale de los instrumentos de sus aparatos de inteligencia para doblegar a sus contrapartes. La presión es real. La corrupción en el entorno familiar del presidente, también.

El gobierno mexicano, en las negociaciones en curso, ha perdido piso y legitimidad. Las parrafadas moralistas del presidente quedaron pulverizadas. Para el gobierno de Biden la contrarreforma energética que busca aprobar López Obrador es contraproducente en medio de los enfrentamientos geopolíticos con los otros bloques económicos. El gobierno de Biden no va a ceder, sobre todo porque ya se dio cuenta de que las razones de López Obrador para promover esa contrarreforma son argumentos nacidos de su mitología nacionalista, buenos para su frente interno pero nefastos para el bloque norteamericano.

López Obrador no traga fuego. Lo vimos ceder vergonzosamente frente a Trump en el asunto de los emigrantes en la frontera sur. Su gobierno terminará cediendo. Discretamente darán marcha atrás en la contrarreforma energética.

Sin la aprobación de ésta, la reforma sobre la Guardia Nacional y la reforma electoral están liquidadas. La recesión económica, la creciente violencia y, sobre todo, la sucesión presidencial adelantada, harán el resto. En Estados Unidos se le llama ‘pato cojo’ al presidente que ha perdido toda su fuerza. En México, casi a la mitad del sexenio, tendremos el lamentable espectáculo de un ganso cojo.

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