1968 fue un año decisivo para la conciencia nacional. Lo fue sin duda para la conciencia cívica de Gabriel Zaid, que mañana cumple 90 años.
Zaid, originario de Monterrey, había estudiado en esa ciudad ingeniería administrativa. Se trasladó a la Ciudad de México a principios de los años sesenta. Comenzó a colaborar en el suplemento La cultura en México, dirigido por Fernando Benítez, artículos de humor corrosivo sobre diversos aspectos de la literatura y la cultura mexicana. Hasta entonces nadie pensaba en Gabriel Zaid como un autor interesado en la política. El medio familiar y estudiantil en el que se había desarrollado eran esencialmente apolíticos. El movimiento estudiantil de 1968 constituyó una fuerte sacudida para él. En septiembre de ese año, en un ensayo dedicado a examinar cuánto gastaba el gobierno en educación, Zaid mencionó de forma irónica los tanques, las bazukas y la represión que se veían por la ciudad. Nadie sabía lo que se aproximaba: la matanza, el coraje, la vergüenza. Un mes después de la sangrienta noche de Tlatelolco, Zaid publicaría su versión del soneto 66 de Shakespeare, que concluye con estos versos:
Asqueado de todo esto, preferiría morir
de no ser por tus ojos, María,
y por la patria que me piden.
Algo muy profundo había cambiado en Gabriel Zaid, algo muy profundo había cambiado en México: el despertar de la conciencia cívica.
Un año antes, en 1967, el Papa Paulo VI publicó la encíclica Populorum progressio, en la que manifestaba la “preferencia por los pobres” de la Iglesia. La encíclica tuvo un gran impacto en la Iglesia latinoamericana. En 1968, en Perú, se propuso una nueva lectura de las Escrituras, de la que nació la Teología de la Liberación. En México, como consecuencia de esa encíclica, hubo quien tomó las armas y se unió a la guerrilla. Otros no fueron tan radicales, pero siguieron ese movimiento a través de influyentes publicaciones, como Proceso y su trío católico (Scherer, Maza y Leñero). Una tercera vía la ejerció Gabriel Zaid. No tomó las armas ni consideró que había que poner la pluma al servicio de ellas. Su particular manera de encarar el compromiso con los pobres fue la de criticar el modelo que estaba siguiendo México en los años setenta y proponer una alternativa, no revolucionaria ni asistencialista. Una vía que combinaba la ingeniería social (pequeñas mejoras graduales) con el anarquismo social (y su empleo de soluciones prácticas a problemas locales) y la caridad cristiana. Zaid fue publicando avances de su propuesta en Plural y Vuelta y más tarde las recogió en El progreso improductivo.
Otra consecuencia de la matanza de 1968 fue la designación, por parte de Gustavo Díaz Ordaz, de Luis Echeverría como presidente de México. Quizás el mayor responsable de la matanza de cientos estudiantes quedó a la cabeza del Estado mexicano. Como forma de acercarse a la comunidad estudiantil agraviada y a los intelectuales, Echeverría puso en marcha dos operaciones. Amplió de modo exagerado las matrículas de la Universidad y la preparatoria (creó el CCH). Como compensación simbólica de la matanza, multiplicó los campus universitarios. Con los intelectuales ensayó otra vía, la llamada “apertura democrática”, que básicamente consistía en cooptar intelectuales seduciéndolos con la supuesta apertura política del régimen.
Dueño de una nueva conciencia cívica, por la matanza de los estudiantes en Tlatelolco y por la preferencia de la Iglesia hacia los pobres, Zaid reaccionó a las dos iniciativas de Echeverría. Como respuesta al crecimiento desmesurado de la matrícula universitaria, al desproporcionado peso que los universitarios comenzaban a tener en la administración pública y a los presupuestos elefantiásicos dedicados a la educación superior, Zaid comenzó a investigar sobre el saber universitario, sobre el modo en que se utilizaba la titulación universitaria como trampolín para acceder a los puestos públicos, sobre la forma en que dejó de interesar el saber y se privilegió el poder. Sus ensayos desembocaron en De los libros al poder. Demoledor libro que desmonta la estructura simbólica y administrativa del supuesto saber superior, el universitario. Reaccionó Zaid también al intento de cooptación del gobierno echeverrista. Luego de la matanza de 1971, un grupo de intelectuales decidió concederle el beneficio de la duda a Echeverría, que había ofrecido llegar “hasta las últimas consecuencias”. A la cabeza de ese grupo se encontraba Carlos Fuentes. Gabriel Zaid confrontó al autor de Cambio de piel en una célebre “Carta a Carlos Fuentes”. Zaid le pedía en ella a Fuentes que pusiera su inmensa fama no al servicio del presidente sino de la sociedad. Fuentes no aceptó la propuesta. Poco después, Echeverría nombraría a Fuentes embajador en París. Zaid continuaría su labor de crítico permanente del poder, que ha ejercido en contra de Díaz Ordaz hasta la fecha.
Desde 1968 Zaid optó por ponerse al servicio de la sociedad. Gracias a esta elección hemos salido ganando todos sus agradecidos lectores.