Leer es poder

Después del 2 de junio

Gane quien gane México seguirá siendo un país democrático. Eso no quiere decir que las instituciones democráticas, tal y como las conocemos, no estén en peligro.

¿Qué va a pasar después del 2 de junio? Dependiendo de quién gane habrá reacomodos y redefiniciones. No voy a ensayar el juego de los escenarios y de las profecías. Si gana Sheinbaum por poco o por mucho, si gana Xóchitl por poco o por mucho. Cada escenario plantea problemas complejos. Prefiero referirme a lo que creo que no va a pasar.

Creo que gane quien gane México seguirá siendo un país democrático. Eso no quiere decir que las instituciones democráticas, tal y como las conocemos, no estén en peligro.

No conozco a nadie, y no he leído nada que se le parezca en las proteicas redes sociales, que afirme que hay que acabar con la democracia y que lo mejor es cambiarla por otro sistema, de signo autoritario. Supongo que pueden decirme que no es necesario que así lo afirmen porque sus actos hablan por sí solos. Pueden decirme, por ejemplo, que López Obrador (con su “plan A” de reforma electoral) intentó que el partido en el gobierno volviera a hacerse cargo de las elecciones y que ahora mismo intenta quitarle facultades a la Suprema Corte para supeditarla al Poder Ejecutivo. De cumplirse estos dos objetivos la democracia estaría en riesgo, regresaríamos a los tiempos del PRI, de la ‘dictadura perfecta’ y la ‘presidencia imperial’. Se me puede objetar que de ganar Sheinbaum la próxima elección correríamos el riesgo de una regresión autoritaria, de la desaparición de la democracia. No voy a negar que ese riesgo existe. Creo, sin embargo, que ese escenario catastrofista no toma en cuenta el surgimiento de la sociedad civil. La aparición de esas multitudes de ciudadanos (en la Ciudad de México y en las principales capitales del país) que han salido en defensa del INE y de la Suprema Corte, esa sociedad civil que tuvo la fuerza suficiente de impulsar la candidatura de Xóchitl Gálvez a contracorriente de las dirigencias del PRI y el PAN. Me parece que tampoco se toma en cuenta que esa ‘marea rosa’ vería en Xóchitl una líder emergente que podría guiar a la multitud a oponerse a los intentos de una restauración autoritaria.

Algunos creen que es posible esa regresión autoritaria, ese regreso al México del PRI, sin darse cuenta de que México ya no es el mismo de ese entonces. A pesar de sus insuficiencias, la sociedad mexicana ya probó los valores y las prácticas de la democracia y se me antoja realmente difícil que pueda renunciar a ellas. La alternancia es una realidad profunda en cientos, si no es que en miles, de municipios del país. Un pueblo que ha experimentado la libertad de expresión no puede sin más renunciar a ella. La sociedad civil será un freno a cualquier intento de acabar con la democracia.

También cuenta que, si es Sheinbaum quien gana los comicios gracias a las artimañas propias de una elección de Estado, ella no es López Obrador, por más que ahora calque sus políticas, adopte su tono de voz y se muestre ante él sumisa hasta lo abyecto. López Obrador, por su trayectoria de vida y talante, es un caudillo que quiere supeditarlo todo a su persona. Sheinbaum, con todos los defectos que ha mostrado en la campaña, no es una caudilla. Un caudillo requiere por fuerza de carisma, cualidad de la que Sheinbaum carece. López Obrador es hijo del nacionalismo revolucionario más rancio. Sheinbaum creció y se desarrolló en otro ambiente, en el de la lucha contra el autoritarismo priista y su caudillismo institucional.

El mundo ha cambiado. México ha cambiado. El Tratado de Libre Comercio, para bien, ha cambiado la economía mexicana. Tenemos una economía abierta que complicaría la instauración de un gobierno autoritario.

No me resigno a pensar que la democracia sea solo un paréntesis venturoso en la historia mexicana. Costó mucho trabajo conquistarla. Participaron en su construcción los liberales, las izquierdas y los priistas que consintieron en abrir el sistema a la democracia electoral. Ese esfuerzo colectivo sufre ahora embates desde el poder, protagonizados por un hombre obsesionado a concentrarlo en su persona con el pretexto de ayudar a los desfavorecidos. Pero ese hombre dejará el poder en 155 días. Si gana Sheinbaum las elecciones, la inercia del gobierno y los modos de López Obrador serán fuertes al principio, pero tenderán a disminuir sin su machacona presencia en los medios.

No supo o no pudo López Obrador construir un partido, Morena es un movimiento, y un movimiento sigue a su líder, que estará ausente. Las fuerzas al interior de Morena comenzarán a disputarse el poder. Sheinbaum, hasta ahora empleada de López Obrador, no tiene madera de líder. Hasta ahora se ha limitado a repetir “lo que diga el señor presidente”, su propio perfil ideológico no es muy claro. Las fuerzas que ahora operan para centralizar el poder, a las cuales les estorban los formalismos y los equilibrios de la democracia, perderán su eje. Del otro lado, del lado de la sociedad civil, su fuerza crecerá para impedir que se cancele, disminuya o se distorsione la democracia.

La democracia no fue una concesión, sino una construcción. La democracia siempre está en riesgo. Nos tocará defenderla.

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