Leer es poder

La historia sin fin

Los valores predominantes, no solo en México, sino en el mundo, han cambiado. Ya no vivimos en una época liberal, los populistas y su modelo autoritario han tomando fuerza.

Para comprender el triunfo electoral de Claudia Sheinbaum no basta considerar el clientelismo asociado a los programas sociales, ni las recurrentes intervenciones ilegales del presidente, ni la complicidad con el crimen organizado, ni la supeditación de las televisoras. Los valores predominantes, no solo en México, sino en el mundo, han cambiado.

La historia no llegó a su fin, como anunció Francis Fukuyama, con la entronización de la libertad y la democracia que atestiguamos a comienzos de la década de los noventa. Luego de la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, emergió con fuerza un polo opuesto al norteamericano, un modelo alternativo representado por China, al que podemos llamar de modernización autoritaria. Los cauces para que en diversas partes del mundo ese modelo emergente llegara al poder vinieron más tarde, con la crisis financiera del 2008 y la consiguiente aparición del populismo. Ya no vivimos en una época liberal.

La falta de representatividad de los partidos tradicionales condujo a la emergencia de liderazgos fuertes, en los que las sociedades depositaron la confianza de que ellos podrían resolver los problemas que la democracia no había podido solucionar: el bajo nivel de crecimiento, la creciente desigualdad, la marginación de los excluidos.

El modelo chino orientó la ruta que comenzaron a seguir los nuevos gobiernos populistas. En Rusia, Turquía, Hungría, en Europa del Este, Asia y África, el nuevo modelo populista fue tomando fuerza: gobiernos de liderazgos carismáticos, apoyados en partidos hegemónicos y antipluralistas, gobiernos a los que les estorbaban los contrapesos legislativo y judicial, intolerantes frente a la libertad de prensa.

El populismo como instrumento para acceder al poder y el modelo de modernización autoritaria hicieron frente a la democracia liberal y muy rápidamente, acuciado por la crisis financiera nacida en los Estados Unidos y muy pronto globalizada, fue ganando terreno. Con Trump en la presidencia cobró una fuerza extraordinaria. Hoy ese modelo tiende a predominar en el mundo. Es el modelo que al parecer va a instaurarse en México.

Los promotores de la democracia liberal nos dormimos en nuestros laureles. No supimos plantear fórmulas para abatir la pobreza. Consideramos la desigualdad como algo natural e inevitable. No creamos nuevos partidos y no hicimos nada para ciudadanizar a los existentes. No pudimos desarrollar una retórica efectiva para enfrentar la propaganda gubernamental. La sociedad civil esperó hasta el último momento (noviembre de 2023) para movilizarse. Las élites intelectuales no consideraron relevante renovar sus ideas de cara a un electorado que, como antes de un tsunami, había retirado el agua de sus orillas.

No será nada sencillo derrotar a este monstruo. Nos queda el consuelo de que ya lo derrotamos una vez, a finales de los noventa, y podemos volver a hacerlo. El autoritarismo antes se llamaba PRI y ahora se agrupa en Morena.

En 2012, luego de haberlo perdido en el 2000, regresó el PRI al poder. Peña Nieto arrasó en las elecciones con López Obrador, llegó a la Presidencia rodeado de un grupo compacto de jóvenes tecnócratas. Se dijo entonces que ese grupo, el de Atlacomulco renovado, gobernaría México mínimo tres sexenios. Tenían recursos, tenían equipo, tenían un ánimo reformista, tenían discurso. En poco menos de dos años consiguieron la aprobación de catorce reformas estructurales. Antes de cumplir dos años en el poder —por una conjunción de factores: los desaparecidos de Ayotzinapa, el escándalo de la ‘casa blanca’ y el bombardeo inclemente de las televisoras que habían sido afectadas por la reforma de telecomunicaciones— el gobierno de Peña Nieto se desplomó y ya no pudo levantarse. Ante la amenaza de Ricardo Anaya de meterlo a la cárcel al terminar su gobierno, prefirió pactar la entrega del poder a López Obrador a cambio de impunidad.

Un fantasma dual recorre el mundo, el fantasma del populismo y la modernización autoritaria. Emergió gracias a la crisis financiera de 2008 y puede ser derrotado si sobreviene una nueva crisis. En México le hicimos frente al autoritarismo y pudimos derrotarlo en el 2000. No podemos dejar pasivamente que la fortuna haga su trabajo. Es necesario organizarnos, renovar los partidos, fundar otros si es necesario, revisar las fórmulas de apoyo a los más necesitados. Es preciso hacer una necesaria autocrítica de nuestras propuestas liberales, de nuestros métodos para acceder al poder.

La historia no llegó a su fin luego del ascenso casi universal de la democracia liberal en los años noventa. La historia no ha llegado a su fin con el ascenso de los populistas y su modelo autoritario. Ahora mismo “los mejores no tienen convicción, y los peores / rebosan de febril intensidad” (W.B. Yeats.) La historia no tiene guion. Lo que ahora está arriba volverá a bajar, pero no sabemos cuándo. La historia no tiene fin.

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