Vivo en un país de masacres y decapitados. Un país en el que los puestos de juez se rifan en una tómbola. Vivo en un país militarizado en el que los militares ya no pelean ascensos sino contratos. Un país sangriento y sin ley. Vivo en un país gobernado por una caterva de políticos venales y mediocres. Pero aquí nos tocó vivir y no vamos a desfallecer.
México está cambiando. No me parece mal que cambie. “Espera veneno del agua estancada”, dice Blake. No siempre se cambia para bien. La degradación es un cambio.
Me formé pensando que nos merecíamos un país democrático. En mis años de formación lo correcto era oponerse y luchar contra un partido hegemónico. Ese partido, presionado por millones de ciudadanos, se abrió a elecciones libres, perdió el poder y dio paso a la transición. Me tocó vivir en un país que creía que la democracia, el libre mercado, la transparencia y el Estado de derecho eran la vía correcta para salir del subdesarrollo. Ahora puedo darme cuenta de que no cuidamos lo que construimos. Un nuevo partido hegemónico domina la vida nacional. Se parece al viejo PRI, pero no es el PRI. Afinó y perfeccionó el clientelismo. Será muy difícil ganarle en las urnas a un partido que regala dinero y que controla los medios masivos de comunicación. Pero como en el pasado, no tenemos otra alternativa que oponernos a la opresión con las armas de la crítica.
Menospreciamos a López Obrador por aldeano y limitado. Había muchos políticos mejor formados y más inteligentes que podrían con él. No pudieron. A diferencia de los políticos tradicionales no ofrecía una visión de futuro. Con astucia y maña cultivó y avivó el resentimiento social. Todo el mundo tenía un agravio que cobrar (por ser pobre o moreno o desempleado o maltratado o asaltado o violado o engañado o tantas otras injusticias) y López Obrador supo encauzar esos agravios y darles rostro. El mal eran los privilegiados, los fifís, los Salinas y los Claudios X, los machuchones, los corruptos, los que solo pensaban en el dinero. A cada agraviado le tocó su beca.
López Obrador supo detectar la herida histórica de México y explotarla a su favor. Los malos no eran los gringos que nos arrebataron la mitad de nuestro territorio. Los malos eran los españoles que ‘nos conquistaron’. El abuelo de López Obrador era español. No se ha escrito aún la biografía que nos explique sus traumas familiares. Una biografía que aclare con documentos y testimonios qué ocurrió el 8 de junio de 1969. Dos hermanos, adolescentes, atendían el negocio familiar. Jugaban o discutían. Uno tomó una pistola y disparó. La versión oficial dice que uno de los hermanos por descuido se disparó a sí mismo. La gente dice que Andrés Manuel, de carácter irascible, disparó contra su hermano José Ramón. Esa muerte, accidental o no, definió su vida. Esa culpa se convertiría en un hoyo negro. La inmensa necesidad, insaciable, de redimirse y ser querido. El culto a la personalidad alentado desde el poder. Los zócalos llenos. Las interminables conferencias en las que se hablaba de un solo tema: López Obrador. Si ocurría una masacre, era para perjudicarlo. Si disparaban contra Ciro Gómez Leyva, la víctima era él.
Todo giraba alrededor de su persona. La experimentada clase política mexicana se rindió ante el personaje. Nada pudieron hacer contra el amo del rencor. Nada pudieron hacer tampoco los intelectuales. Armados con sofisticadas teorías y análisis complejos, no solo no pudieron (no pudimos) hacer frente al político de Macuspana, sino que éste los vapuleó, los calumnió en sus conferencias, los amenazó en público, se burló de ellos. Utilizó parte del rencor social acumulado y lo dirigió contra sus instituciones (el CIDE, la UNAM, el Conacyt), contra sus periódicos y revistas, contra sus personas.
El país cambió. La democracia está maniatada, el libre comercio amenazado, la transparencia es ya un chiste viejo. ¿El Estado de derecho? Ayer en el circo del Senado el clown Noroña organizó una tómbola para rifar el destino de centenares de jueces mexicanos.
Ahora nos gobierna, por primera vez en nuestra historia, una mujer. Poco qué celebrar si al mismo tiempo el gobierno se dedica a denigrar a otra mujer, la ministra Norma Piña, por negarse a entregar el Poder Judicial a los chacales. Nos gobierna una científica que, el día de su toma de protesta, acudió ante los chamanes para que la sahumaran de incienso mágico. Una científica que no ha dudado en recurrir a las mentiras y otros datos de su predecesor (no: México no produce el 90 por ciento del combustible que consume). Una científica que no vacila en utilizar el chivo expiatorio de la España conquistadora para no ahondar en las masacres y decapitaciones cotidianas.
Nos ofrecieron el segundo piso de la transformación. Creímos que la metáfora refería al segundo piso del Periférico (moderno aunque siempre atascado). Ahora sabemos que se trata del segundo piso de la Línea 12. Desplomado. Con fuerte olor a sangre. Hierros retorcidos. El fruto de gobernar desde el rencor.