Leer es poder

El triunfo de Yalitza

Yalitza despierta una reacción ambigua. A algunos les parece carismática y una magnífica actriz, otros la desdeñan abiertamente, ya que en el fondo rechazan el color de su piel y su raíz indígena.

Independientemente de la decisión de la Academia, que desconozco cuando escribo esto, Yalitza Aparicio ya ganó. En un país tan racista como el nuestro, la visibilidad que le otorgó su papel protagónico en Roma, y más tarde su nominación al Oscar como mejor actriz, son un auténtico triunfo.

En 1994 estalló la rebelión indígena en Chiapas. El país entró en un estado de shock. Los de abajo reclamaban su lugar en la historia. Fuimos durante algunos meses una nación avergonzada. "Nunca más sin ustedes", se decía por todos lados. Lo cierto es que no cambiaron las cosas. Una encuesta levantada pocos años después de la revuelta mostraba que el racismo en contra de los indígenas, lejos de haber disminuido, se acrecentó.

En México los pobres viven marginados. Dentro de ese enorme conjunto las mujeres viven más agudamente esa marginación. Mucho más si son indígenas. En nuestro país, ellas ocupan el último peldaño de la escala social. El triunfo de Yalitza, con Oscar o sin él, estriba en haber vuelto visible lo invisible; en haber colocado en primer plano lo que "normalmente" se encuentra en el sótano.

No se puede argumentar que, por transmitirse en un canal de streaming, Roma sólo haya sido vista por el segmento más privilegiado de la población. He visto copias de 10 pesos vendiéndose en los tianguis. He visto, también, que su protagonista despierta una reacción ambigua. A algunos les parece carismática y una magnífica actriz, otros la desdeñan abiertamente, menosprecian su contenida emoción, su expresivo laconismo. En el fondo rechazan el color de su piel, su raíz indígena. La fuerza del mensaje que proyectan su actuación y su figura calará hondo en las mujeres pobres indígenas de México.

Fernanda Solórzano, destacada crítica de cine, en su reciente libro Misterios de la sala oscura (Debate, 2017), ha señalado la estrecha relación entre el cine y su tiempo. "Las películas arrojan luz a los enigmas de una sociedad", señala Solórzano, "se usa el nombre de sus personajes para hablar de temperamentos y sus escenas sirven de ejemplo para discutir escenarios políticos, dilemas morales, crisis sociales y disyuntivas íntimas". Roma, en este sentido, es indisociable del momento de transformación que vive el país.

Muchos individuos y grupos marginados encontraron reivindicación en el triunfo electoral de López Obrador. Falta saber si Morena en el poder cumple esas expectativas. Si se crean los empleos prometidos, si la inseguridad disminuye, si la corrupción desaparece. Es muy temprano para saber si las promesas de campaña se transformarán en beneficios tangibles. Por lo pronto, los indígenas que integran el colectivo más emblemático de México, el Ejército Zapatista, han mostrado su rechazo al proyecto de López Obrador. No solamente por el gran impacto ambiental que provocará la irresponsable construcción del Tren Maya (del que no existe hasta ahora estudio de impacto ambiental), sino porque el proyecto que les ofrece el nuevo gobierno choca abiertamente con su forma de entender la vida en comunidad. "El desarrollo va a tener afectaciones al medio ambiente, obvio", dice Rogelio Jiménez Pons, director de Fonatur. Esto coloca a las comunidades indígenas en la disyuntiva de "subirse al proyecto" modernizador o dejar, como afirma el funcionario de Morena, que "se los lleve el tren".

El racismo en México es un cáncer de hondas raíces. Sus consecuencias están a la vista: la población más pobre de México es la población indígena. Se trata, además, de un racismo hipócrita, que finge veneración por el antiguo esplendor del mundo indígena y maltrata y desprecia al indígena vivo.

Existen leyes y sanciones contra la discriminación, mismas que no han disminuido el menosprecio cotidiano del que son objeto los indígenas de México. Los mestizos rechazan al indígena que llevan dentro, tratamos de sacarlo de nuestro cuerpo por medio de cirugías plásticas (que hacen menos chata la nariz y disminuyen el tamaño de los pómulos), borrarlo de nuestra piel (mediante cremas y costosos tratamientos), negarlo a través de nuestra descendencia (buscando parejas más blancas para clarear la piel de los hijos), pero también rechazando una comprensión más generosa de nuestra historia.

Aceptamos durante siglos la versión del pequeño puñado de conquistadores que derrotó al gran imperio azteca y desdeñamos la versión más fidedigna: lo que llamamos Conquista fue en realidad una guerra civil entre grupos indígenas, en uno de cuyos bandos militaban los españoles (Letras Libres, febrero 2019). Abrazamos la versión victimizante. Es hora de aceptar quiénes somos, de ser protagonistas de nuestra historia.

Yalitza Aparicio es uno de los rostros de México que durante siglos no quisimos ver. Mientras aquí se discuten y regatean sus virtudes, causa admiración en el mundo. No es para menos. El rostro que exhibe es uno de los más honestos, fuertes y nobles que el país puede ofrecer. Es el rostro de un México que está atravesando una profunda transformación.

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