Leer es poder

La popularidad del presidente

El gobierno de la cuatro té se ha encargado de dejarles muy claro a los que reciben apoyos sociales que no vienen de los impuestos de otros mexicanos sino de López Obrador.

A muchos sorprende, a mí entre ellos, la alta popularidad del presidente. Las crisis sanitaria, económica, educativa y de seguridad no parecen hacerle gran mella. Las explicaciones religiosas o carismáticas son insuficientes para esclarecerlo. Propongo la siguiente interpretación.

No parece ser un fenómeno local. Putin es un presidente autoritario y cuenta con arrastre popular. El mismo Trump, que ha mentido e insultado como nadie, tiene una sólida base de seguidores que, en un descuido, podrían darnos una desagradable sorpresa en noviembre.

El demagogo es esencialmente popular. Dice lo que la gente quiere oír, aunque sea falso. Promete cosas que no cumple pero que dibujan en el horizonte esperanza. "Ya se acabó la corrupción", dice el presidente. El futuro ya está aquí. Pero la verdad es que todo sigue igual o peor. Un primer punto: el presidente es popular porque miente. Esto es muy curioso. Llegué a pensar que evidenciar sus mentiras podía hacer que descendiera su popularidad. Ocurre lo contrario: sus mentiras son los leños que alimentan el fuego de su fama.

El ser humano no puede soportar tanta realidad, dice T.S. Eliot. Más de medio millón de personas contagiadas y posiblemente 150 mil personas muertas son ciertamente insoportables. Mejor la mentira. Una fracción de la popularidad del presidente se sostiene por una campaña sistemática de mentiras y medias verdades. Las mañaneras como mecanismo de difusión. Este es el segundo punto: la popularidad se sostiene por un aceitado aparato de propaganda.

Luego está la felicidad del que recibe. El gobierno de la cuatro té se ha encargado de dejarles muy claro a los que reciben apoyos sociales que no vienen de los impuestos de otros mexicanos sino de López Obrador. El padre dadivoso que reparte con la chequera de los otros. No tengo claro si son 21 o 24 millones de personas las que reciben los apoyos. Sé que cada una de ellas tiene parientes, que también se benefician. Apoyos, hay que decirlo, que llegaron para quedarse. No imagino un candidato por más liberal que sea anunciando que retirará esos apoyos. Sería tanto como darse un balazo en el pie. Tercer punto: el presidente compra su popularidad a través de los apoyos sociales.

La gente es crédula. El pueblo no es infalible como dice el presidente. Fox siempre tuvo alta aceptación. En su momento más militar, Calderón también. Los dos primeros años de Peña Nieto. Una gran cantidad de personas cree en fantasmas, es supersticiosa, cree en ángeles, cree realmente que el presidente vela por ellos, ve por los desamparados. Cuarto punto: la popularidad de López Obrador abreva de forma importante de la credulidad. La gente cree en su presidente. Por este motivo, el que no se ponga cubrebocas es casi un gesto criminal.

La televisión juega también un papel muy importante en todo esto. Los dueños de las televisoras forman parte de su consejo de asesores. Estos medios se llevaron el mayor tajo en el pastel publicitario del gobierno el año pasado y este año les entregará 450 millones adicionales por las labores educativas que van a desempeñar. (Los conductores de televisión apoyarán la labor de los maestros, afirmó Esteban Moctezuma. Esta administración no deja nunca de sorprenderme, siempre para mal.) El secretario de Educación fue empleado de Salinas Pliego y en muchos sentidos lo sigue siendo. La televisión, salvo contados programas de opinión, brinda un apoyo claro al presidente. Quinto elemento: como en el pasado, una parte de la popularidad del presidente se sostiene por su machacona presencia en los medios electrónicos.

Por último: la gente se reconoce en el presidente. La mayoría de las personas habla mal frente al público, como él. Va fachosa, como él. Se equivoca en las fechas históricas, hace corajes, dice mentiras, da consejos de abuelo, insulta, como él. El pueblo tiene los gobernantes que se le parecen, sentenció Malraux.

La democracia es un mecanismo vacío, neutro. Somos nosotros con nuestras acciones quienes la dotamos de sentido. La democracia da el poder a la mayoría y la mayoría se conquista con popularidad. Puede ser porque miente, por la propaganda, por la compra de adhesiones, por credulidad, por las televisoras o por la identificación con el presidente, pero éste mantiene una alta popularidad que tendrá consecuencias electorales.

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