Leer es poder

La Quinta Transformación

Lo mejor para México sería que Morena pierda la mayoría en el Congreso en la elección intermedia y gane el NO en la consulta de revocación de mandato.

Luego del fracaso de la Cuarta Transformación (todo indica que la megalomanía presidencial nos conducirá a un callejón sin salida) será necesario comenzar de inmediato la reconstrucción de las instituciones que el presente gobierno ha mandado al diablo.

La Quinta Transformación deberá intentar cerrar la brecha de confrontación social que el presidente ha impuesto como política de Estado, aplicar una auténtica estrategia de seguridad que sustituya al conjunto de ocurrencias que han ensangrentado como nunca al país, reactivar la economía y restañar el vulnerado Estado de derecho; restablecer los contrapesos institucionales al Poder Ejecutivo que han sido uno a uno nulificados en favor del autoritarismo presidencial, pero sobre todo deberá de tratar de recuperar el tiempo perdido.

México es, también, la historia de sus fallidas modernizaciones. La última, de tendencia liberal, duró 36 años (1982-2018): abrió México al mundo y pasó de ser un sistema autoritario a un régimen democrático. Dejó grandes pendientes –corrupción, inseguridad, desigualdad– que el proyecto populista de Morena explotó muy bien (enojo convertido en anhelo de cambio) en las elecciones de 2018. Su lastre mayor, al pasar de oposición a gobierno, es que su proyecto de futuro es en realidad una visión del pasado. Su Edad Dorada la sitúan en los sexenios de Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo, años de autoritarismo e irresponsabilidad económica dirigida desde Los Pinos (ahora desde Palacio Nacional). Quizás sea normal que la modernización liberal se haya interrumpido. El progreso nunca es lineal.

En repetidas ocasiones López Obrador ha dicho que desea profundizar la transformación institucional (hacia atrás) que encabeza, que su propósito es que, de cambiar el gobierno de manos, les cueste mucho trabajo, o incluso les sea imposible, dar marcha atrás. Pero todo lo que sube, y más aún en política, tarde o temprano tiende a caer. Todos los gobiernos piensan que detentarán el poder sexenios o décadas. Salinas de Gortari creyó que un clan bajo su tutela gobernaría 24 años: su sueño reventó en Lomas Taurinas. Cuando el "priismo renovado" de Peña Nieto llegó al poder en 2012 lo que se comentaba entonces era que esa generación –corruptos pero eficientes– gobernaría tres o cuatro periodos: su proyecto se descarriló en Iguala con la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Los panistas apenas duraron doce años con un par de gobiernos mediocres que los condujeron al tercer sitio en las elecciones de 2012. Ahora los morenistas se sueñan en Palacio por un largo periodo. No toman en cuenta lo que Moisés Naím (El final del poder) ha estudiado: que ahora como nunca el poder es inmenso y frágil.

Las primeras crisis de gobierno: las 135 personas calcinadas en Tlalhuelilpan y el misterioso desplome del helicóptero en el que viajaban dos prominentes miembros de la oposición, las sortearon con una mano en la cintura. El fracaso de la operación en Culiacán (trece muertos, 51 prófugos, libre el capo) les costó más trabajo controlarla. El saldo: descrédito internacional por la ausencia de una estrategia seria en seguridad y quizás una decena de puntos de popularidad.

La recesión está tocando la puerta y la alta inseguridad no cede. La producción petrolera volvió a caer. El hackeo del sistema de Pemex puso en evidencia la fragilidad de la mayor empresa pública del país. En las elecciones de 2021 se les cobrará su impericia: le gente vota con el bolsillo y las emociones.

Lo mejor para México sería que Morena pierda la mayoría en el Congreso en la elección intermedia y gane el No en la consulta de revocación de mandato. La experiencia de gobierno de Morena (si no destruyen antes las instituciones) habrá sido fundamental. Por su aprendizaje de lo que es el gobierno y sobre todo porque, entonces, ya inscritos en la normalidad de la alternancia, los gobiernos no se plantearían giros radicales sino gobiernos transitorios y gradualmente perfectibles. Cada sucesivo gobierno no trataría de destruir lo que el anterior hizo sino ir corrigiendo las imperfecciones del modelo.

La Quinta Transformación, nombre ridículo, no debe plantearse como tal sino como un periodo de reconstrucción. Es necesario volver a equilibrar los poderes, desterrar por siempre la tentativa del Gobierno de Uno. El cesarismo revolucionario, según lo visto, no es la fórmula para resolver los problemas del país. Es preciso restaurar la República.

Los aportes del periodo de Morena (el combate a la corrupción y la pobreza) son invaluables, pero no han sabido aplicarlos. Son elementos que necesariamente debe incorporar el siguiente gobierno. Un gobierno que normalice la alternancia ya sin el temor de un gobierno de izquierda. Alternancia en la Presidencia y en el múltiple mosaico electoral del país. Todo lo que he descrito, es obvio, será imposible si el gobierno consigue supeditar al INE. Evitemos que ocurra.

COLUMNAS ANTERIORES

Las virtudes de la alternancia
Popularidad espuria

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.