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¿No hay salida?

¿Puede el presidente dejar de polarizar y de execrar a los que piensan distinto? Quizá no le quede de otra.

El día que López Obrador ganó la presidencia dijo que gobernaría para todos. Esa fue su primera mentira. Para él, desde el principio, hay dos clases de mexicanos: sus fieles y los adversarios. En vez de unirlos, de tender puentes, busca enfrentarlos, dividirlos.

Los adversarios, desde la óptica presidencial, son conservadores canallas que buscan explotar y hacer sufrir al pueblo bueno que lo sigue. Su política ha sido exitosa: tenemos una sociedad cada vez más dividida y polarizada. Mexicanos contra mexicanos.

Huelga decir que un país confrontado no puede llegar a ningún lado, salvo a la discordia, que significa corazón dividido, roto. ¿En serio los mexicanos queremos llegar a ese punto que sólo conviene a la razón autoritaria del divide y vencerás? ¿No hay otra salida? Tiene que haberla. Es nuestro deber darle forma, pensarla, imaginarla, aunque en este momento parezca imposible.

Encaremos los hechos: el país va mal y no va a mejorar. Estamos en un atolladero y desde el gobierno no se vislumbran rutas alternativas. La economía, estancada; la seguridad, en sus peores niveles históricos; el sistema de salud, colapsado y con escasez de medicinas; la educación, en manos de un sindicato radical.

Desde el gobierno habían pensado, como instrumentos para salir de la lógica "neoliberal", que los programas sociales y la industria petrolera serían los motores del desarrollo. A estas alturas ya se sabe que el reparto masivo de dinero no abona al crecimiento (y sin crecimiento no aumenta la captación fiscal) y que Pemex, como animal metido en arenas movedizas, cada vez que se mueve se hunde más.

Ante el desastre que se aproxima, ¿qué hacer? Hace algunos meses pensaba que había dos alternativas posibles, una buena y otra mala. La buena: el presidente, ante la crisis, rectificaría, pragmático, para "pasar a la historia" como un mandatario responsable. La mala: el presidente se aferraría a sus prejuicios, obcecado, e impondría sus ocurrencias autoritariamente apoyado en el Ejército. Hoy esa segunda vía parece clausurada. El presidente se ha granjeado con creces la animadversión de las Fuerzas Armadas. Ya no resulta tan fácil pensar que el presidente pueda imponer sus caprichos apoyado en la Guardia Nacional. ¿Exagero? En Tabasco si se intenta protestar contra la construcción de la refinería de Dos Bocas se puede terminar en la cárcel.

El único camino –para salvar el legado de su presidencia, para reencauzar al país– es propiciar, mediante el acuerdo, una política de unidad nacional. Esta salida puede parecer quimérica pero –ante la amenaza intervencionista norteamericana (que se intensificará debido a la dinámica de la campaña presidencial) y el complejo panorama económico mundial– quizá no haya otro camino. No parece imposible, sobre todo si Morena pierde en el 2021 su mayoría en el Congreso. Esta posibilidad, que se antojaba lejana, parece hoy posible en un entorno de crisis económica internacional. La gente, más allá de filias y fobias ideológicas, vota con el bolsillo. Sin mayoría legislativa y frente a la posibilidad de un descalabro en la votación de revocación de mandato –trampa en la que ellos solos se metieron– una política de unidad deja de ser una fantasía.

Para que esa unidad sea viable no basta la voluntad presidencial, es indispensable la colaboración de la sociedad civil. Partidos, prensa, sindicatos, cámaras empresariales e intelectuales deben dar los pasos necesarios hacia el centro político para cerrar la brecha de la polarización que atizó el presidente. López Obrador dividió a la sociedad para ganar en las urnas y, ya en la presidencia, profundizó esa división para acrecentar su poder personal. En una situación de crisis esa polarización es un obstáculo formidable.

No hablo de un gobierno de unidad sino de una política de unidad. Trabajar en causas comunes. La seguridad, por ejemplo. La política de pacificación está resultando más letal que la guerra de Calderón y Peña. Tan equivocados están los que plantean regresar a la política punitiva como los que proponen continuar con el cuento de hadas de los abrazos sin balazos.

Sin embargo, puede diseñarse una nueva estrategia que combine elementos del gobierno y la sociedad civil. Es claro que deben atenderse las causas sociales con educación, becas y deporte, así como la despenalización de ciertas drogas.

Esto combinado con una poderosa y selecta tropa que actúe de forma total y contundente –acompañado de acciones efectivas de la Unidad de Inteligencia Financiera– cuando ocurran masacres o crímenes de alto impacto.

¿Podremos reencontrar el centro? ¿Puede el presidente dejar de polarizar y de execrar a los que piensan distinto? Quizá no le quede de otra. ¿Hay salida? La hay. Implica ánimo de reconciliación, ceder, negociar, reconocimiento respetuoso del otro. Se requiere de la suma de muchas voluntades.

Debemos considerar desde ahora esto que parece imposible, antes de que la economía mundial nos estalle entre las manos.

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