Leer es poder

¿Y si no ocurriera?

El Covid se incorporará a la lista de enfermedades que viven entre nosotros. Habrá vacuna, la venceremos. Pero, ¿y si no?

La ciencia ha desplazado a la religión. Lo vemos ahora: ante el peligro de contagio y muerte, los científicos, no los sacerdotes, están en el centro de las decisiones y del foco público. Ningún lugar ocupan los cardenales, ni los obispos, vamos, ni el Papa, ni el Dalai Lama o algún Imán; ni siquiera un Iluminado, un Gurú que dijera las Grandes Verdades ante la posibilidad de la muerte, que es a lo que ahora nos enfrentamos: a la muerte.

La ciencia está en el centro. Las batas blancas desplazaron ¿definitivamente? a las sotanas negras. La fe en la ciencia desplazó a la fe en la religión. La ciencia proveerá. La ciencia nos salvará de las garras de la muerte. La ciencia encontrará vacunas, medicinas, tratamientos. He leído: la vacuna estará lista en octubre, o en noviembre, o en junio del año entrante habrá vacunas ¿para todos? He leído que en Brasil ya probaron vacunas con animales y en comunidades pequeñas. En Alemania, Israel, Inglaterra y Japón están cerca de alcanzar la ansiada vacuna, lo mismo que en varios laboratorios de Estados Unidos. En México estamos discutiendo si sería bueno construir un laboratorio Covid… el año entrante. La vacuna parece al alcance de la mano. Todo es cuestión de encerrarse en casa, los que puedan, y esperar. Todo volverá a la normalidad. La ciencia dará con las vacunas salvadoras. Pero ¿y si no ocurriera?

Una de las características de este virus es su novedad, no lo conocemos, lo estamos apenas estudiando, es imprevisible. No sabemos si muta (bueno, sí sabemos, ya lo está haciendo), si se transforma. No sabemos si se fortalece con nuestras defensas. Apenas la semana pasada la OMS reconoció que el Covid se trasmite por aire en espacios cerrados. Y no hace mucho (respecto al Covid todo es reciente), nos enteramos de que, ya curados los pacientes, están presentando secuelas en el sistema respiratorio y neurológico, no sabemos qué tan severas. Esa es la clave. Creemos que habrá vacunas. No sabemos si funcionarán y podrán frenar la expansión del virus. Un virus que lo único que quiere, como nosotros, es vivir.

¿Y si no ocurriera? ¿Si no funcionaran las vacunas? ¿Y si los pacientes que se curaron pudieran volver a enfermarse? Por más sistemas de protección que vayamos a crear el virus seguirá propagándose porque es imposible vivir en una burbuja. En caso de que el virus saltara la primera barrera de contención que es la ciencia, volverían por sus fueros el pensamiento religioso y mágico. Las sociedades ya no se organizarían para reactivar la economía sino para planear la sobrevivencia. No va a ocurrir. Pero puede ocurrir. ¿Y si ocurriera?

Somos hijos de la Ilustración. De la idea de que el progreso nos librará de enfermedades y prolongará nuestras vidas. Pero somos hijos también de los críticos de la Ilustración. Sabemos que la ciencia puede acabar –con bombas nucleares o con el calentamiento global de origen industrial– con nuestra especie. Una posibilidad que vive como pesadilla desde que Mary Shelley creó Frankenstein. ¿Y si el virus hubiera salido de un laboratorio (como accidente, no con fines conspiratorios) y no de una sopa de murciélago?

El sueño de la razón produce monstruos. No sabíamos que el mundo entero podía detener casi del todo su marcha. (Casi del todo porque en ningún momento se interrumpieron los suministros de alimentos, ni de electricidad, agua o internet). Este mundo increíblemente paralizado llama a la reflexión. Si podemos detener el mundo podríamos entonces girarlo en cualquier dirección. En una dirección que tomara en cuenta el riesgo ecológico, por ejemplo. O un sistema económico alternativo. Si el mundo puede detenerse, puede también reorganizarse mejor.

La vida es una larga enfermedad que desemboca en la muerte. Las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, los accidentes automovilísticos con toda seguridad provocan más muertes que el Covid. Pero hemos normalizado esos factores. La violencia criminal en México también la hemos normalizado, por desgracia. El Covid viene a sacudirnos y nos obliga a enfrentarnos a nuestra mortalidad.

Hace cien años, con la gripa española, los sacerdotes organizaban rezos colectivos para alejar el mal; reuniones que terminaban en inmensos contagios colectivos. Un siglo más tarde, en términos científicos, estamos más preparados que nunca para enfrentar y vencer al virus. Se despertó ya la codicia. Hay laboratorios que ya compiten por ser los primeros en hallar la vacuna. El capitalismo (que algunos creen herido de muerte por esta crisis) quizá sea el que promueva un pronto descubrimiento de la vacuna, el mecanismo para distribuirla y venderla. Curar la enfermedad será también un negocio y una obligación de los estados. Habrá vacunas y tratamientos de diversa calidad. El Covid se incorporará a la lista de enfermedades que viven entre nosotros. Habrá vacuna, claro. Ya nos hemos librado de pestes en siglos anteriores. Y hemos salido adelante. Venceremos esta. Pero, ¿y si no?

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