Debate Puntual

El México que merecemos

La realidad nos sitúa en un país sin certeza jurídica, sin Estado de derecho, con inseguridad, nulas oportunidades, poca igualdad, sin educación de calidad ni un sistema de salud pública digno.

Recientemente, todos hemos participado o escuchado conversaciones sobre el presente y el futuro de nuestro país. En el ánimo de los ciudadanos no solo se percibe un ambiente optimista; también las pláticas se tornan tristes, llenas de preocupación o desesperanza, ya que la polarización que se ha impulsado desde Palacio Nacional ha logrado ganar una batalla más al dividirnos en la interpretación y alcances de la reforma constitucional al Poder Judicial.

Por un lado, nos encontramos con la ignorancia e indiferencia de la sociedad, y por otro, con una fe que parece ciega e incondicional hacia el “siempre presidente”. En este contexto, nuestro país mejoraría si la ciudadanía no solo se dedicara a votar, sino que se involucrara activamente en el proceso democrático, exigiendo resultados y participando en la toma de decisiones.

Estoy convencido de que muchos nos sentimos decepcionados y despojados de lo que entendemos y queremos de una república democrática, justa, con libertades, separación y autonomía de poderes. Si recordamos el tema que abordé en el artículo pasado, en ningún momento o foro se expuso la importancia de una mejora en el Estado de derecho en nuestro país, que a nivel mundial se encuentra en el lugar 116 de 142, según el World Justice Project (WJP).

Fuimos testigos de un proceso legislativo que, lejos del análisis y la viabilidad, se enfocó en cumplir los tiempos que marcó el presidente, sin un estudio profundo y sin dejar en claro los beneficios que realmente se buscan. Para algunos, solo se cumplió el capricho de venganza por parte del Ejecutivo; para otros, solo fue un tema más de la agenda pública, y otros tantos simplemente cumplieron su cuota política por el cargo que el partido en el poder les confirió.

Ahora bien, para este Debate Puntual, me gustaría poner sobre la mesa algo que se repite en las conversaciones, en redes sociales con el hashtag #disfrutalovotado, y en el ambiente en general: “El México que merecemos”. Tristemente, esta frase no se refiere a algo positivo, sino que se torna negativa, ya que la pregunta que surge es: ¿Cuál es el México que merecemos?

La realidad nos sitúa en un país sin certeza jurídica, sin Estado de derecho, con inseguridad, nulas oportunidades, poca igualdad, sin educación de calidad ni un sistema de salud pública digno; sin un sistema tributario equilibrado, sin aprovechar nuestro potencial y sin una visión a futuro para construir una mejor sociedad.

Si pensamos en el gobierno y políticos que merecemos, nuevamente la frase se torna negativa, ya que hoy, nuestro sistema político se ha devaluado tanto que no contamos con políticos preparados, con convicción de Estado… predomina la fantochería, lo vulgar y el servilismo, en lugar de que prevalezca la justicia, la transparencia y la rendición de cuentas.

En el proceso electoral pasado, se eligieron a los representantes que encabezan la propuesta del gobierno en turno, y esa mayoría decide cómo y quién gobierna actualmente. No obstante, estoy convencido de que hay una gran mayoría de personas que no se sienten representadas por ese poder, pero eso es parte de la pluralidad y libertad democrática que habíamos alcanzado y que hoy se está desmoronando. Ciertamente, hubo una mayoría de votos que se volcaron a las urnas pensando en el día a día, y los resultados se lograron gracias a un esquema de dádivas, de una cultura del subsidio y subvenciones; claramente, esa no es una visión a largo plazo, sostenible y productiva para gobernar nuestro país.

Ahora, si hablo del gobierno que a mí, como ciudadano, me gustaría tener, debo confesar que considero que es posible lograr un gobierno justo, competitivo, igualitario, socialmente sensible, con un Estado de derecho, seguro y, sobre todo, con visión de futuro, con oportunidades para todos y cada uno de los mexicanos.

En este país, la política no es un juego de poder, sino una herramienta que, de la mano de la sociedad, puede crear oportunidades para vivir dignamente, pero para poder crecer, tenemos que construir. No podemos pensar en ser una nación desarrollada si todos no ponemos de nuestro esfuerzo en ese proceso de construcción.

Por ejemplo, para aspirar a más y mejores empleos, debemos nutrir nuestra educación y fortalecer nuestro profesionalismo; o bien, si queremos un país donde la justicia social, la transparencia y el diálogo sean las bases del gobierno que tenemos, la apatía política debe sustituirse por una sociedad más activa y consciente de su capacidad para cambiar al país. Los mexicanos debemos exigir más y mejores perfiles que nos representen; merecemos una clase política preparada, con convicciones y sensibilidad social; no en un liderazgo mesiánico, no en un poder autoritario y absoluto, no en la abolición de instituciones, sin respeto a la autonomía y separación de poderes.

Para mí, la magia y el gran poder de la política radica en lograr consensos, acuerdos y grandes cambios, respetando y entendiendo que todos somos diferentes, pero que tenemos un mismo objetivo en común: hacer cada día un mejor México para todos. Un México donde la pobreza no duela tanto, un México seguro, justo y con oportunidades para todos los que estén dispuestos a trabajar por ello.

¿Acaso esto suena loco o descabellado? Claro que no, pero implica que todos asumamos nuestra responsabilidad en la construcción del México que queremos y que verdaderamente merecemos.

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