Debate Puntual

¿En verdad es momento de una reforma al 130 constitucional?

Con el nuevo discurso, se trata de generar una nueva matriz de opinión que no juzgue la participación de la Iglesia en las responsabilidades y acciones del Estado laico.

Este es el sexenio de los evangélicos. Después de décadas en los que, a pesar de la ley, los líderes católicos mexicanos tuvieron acceso a los privilegios y lujos que les permitía ser los representantes de una mayoría de fieles extendida, hoy los grupos cristianos evangélicos intentan demostrar su músculo y las bondades que trae ser cercanos al presidente López Obrador.

Entre las voces que se han hecho oír en las últimas semanas, ha tenido mayor resonancia la de Arturo Frela Gutiérrez, presidente de la Cofraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Cofraternice), quien se ha asumido como "soldado de la 4T" y aparente vocero de un movimiento que se muestra a favor de reformar el artículo 130 de la Constitución.

Como lo hemos vivido más de una vez en los últimos ocho meses, se usa un argumento comprensible, completamente válido y que va a generar aceptación social (la lucha contra la corrupción y la violencia) para que un grupo se sume a la lucha por poder político, esta vez desde la ideología cristiana evangélica.

La polémica nació desde el periodo electoral en 2018, cuando AMLO comenzó las alianzas con grupos evangélicos, contrario a todo discurso pro Juárez, para sumar aliados y adeptos a su movimiento. Desde entonces, los líderes de dichas congregaciones, que normalmente se mantuvieron al margen del poder (sólo parcialmente, como se evidenció con el descubrimiento de las relaciones políticas del líder de La Luz del Mundo), hoy se notan confiados por la cercanía con el Ejecutivo ("una relación de 20 años", dice Frela Gutiérrez), y alzan la voz para luchar por los que ellos llaman sus derechos, pero que contravienen la separación de Iglesia y Estado que marca nuestra Constitución.

El mensaje siempre es desde la paz. "No debe haber ningún temor en la distribución de la Cartilla Moral", ha dicho Arturo Frela Gutiérrez. ¿Por qué temer que grupos religiosos distribuyan los mensajes del gobierno federal? Para muchos la respuesta es clara: Estado laico. Sin embargo, con la nueva participación activa y visible de líderes evangélicos en la vida social y sus intentos por ser aún más activos en la vida política de México, los límites que se solían respetar, por lo menos de manera aparente, hoy se quieren desaparecer usando mensajes de amor y unidad como disfraz.

Se conoce bien el poder de la religión en México. Líderes de la Iglesia católica aprovecharon su poder de convocatoria y sus contactos políticos y empresariales para llevar una vida que la enorme mayoría de sus fieles jamás tendrá. Los escándalos se transmiten de boca en boca, se saben, se han investigado desde el periodismo en algunas ocasiones. La permisividad con la que se trató a un grupo ayer, abre la puerta para que, hoy, muchos otros se pregunten por qué los evangélicos no deberían tener las mismas oportunidades.

Con el nuevo discurso, se trata de generar una nueva matriz de opinión que no juzgue la participación de la Iglesia en las responsabilidades y acciones del Estado laico. Al asumirse como ciudadanos mexicanos comunes y corrientes, soslayando su carácter de líderes religiosos y aparentando dejar de lado los intereses propios de sus congregaciones, pretenden ganar notoriedad política y participar en más campos de la vida cotidiana.

La Cofraternice se ha pronunciado en días recientes por dos temas que resultan preocupantes para el laicismo, aunque en el discurso se les ha tratado de envestir con cierta normalidad. Primero, se mostraron a favor de eliminar las restricciones actuales para que ministros y pastores aspiren a cargos públicos, contra lo que hoy establece el artículo 130 de nuestra Carta Magna. Con ello, se abriría la puerta a la existencia de partidos políticos con influencia abiertamente religiosa; sus líderes podrían militar en agrupaciones políticas y practicar proselitismo a favor de un candidato.

En segundo lugar, han hecho público su interés por tener presencia en los medios de comunicación mexicanos, concesiones en radio, televisión y demás medios de telecomunicación. Los grupos evangélicos aseguran que es hora de que la ley se reforme. ¿Quién marca dicha hora? ¿Cuál es la urgencia? ¿Acaso no parece oportunismo el lanzarse a dar dichas declaraciones hoy que tienen toda la cercanía y el respaldo presidencial?

Antes de brindar cualquier oportunidad para que los grupos religiosos se inmiscuyeran en la política nacional, se debería investigar a profundidad la forma en la que dichas agrupaciones se financian, qué hacen con los recursos que reciben (se erigen templos ostentosos, o se extienden como franquicias de comida rápida antes que ayudar de verdad a los fieles: esa responsabilidad sí la han relegado al Estado). La opacidad con la que, hasta hoy, han manejado sus recursos se presta como un escenario más en el que la corrupción y el lavado de dinero podrían enturbiar el tema electoral.

¿Estarán dispuestas todas estas congregaciones a asumir las responsabilidades fiscales que hoy la misma ley les permite "rodear"? ¿Por qué querer confundir la libertad de culto con la actividad política? ¿Por qué los medios nacionales deben ser parte del adoctrinamiento religioso? ¿Cómo se garantiza que el uso de dichos espacios en medios no será destinado para la propaganda política del propio gobierno? Esas preguntas no las responde ni la Cofraternice ni ninguno de los personajes que hoy dicen buscar conciliación nacional pero parece que sólo buscan enquistarse en el poder.

Mientras los acercamientos de líderes evangélicos con el presidente y con los legisladores son más constantes, debemos llamar a la sociedad, a todos los grupos religiosos y a los representantes de los tres poderes a realizar un Debate Puntual sobre la importancia de la separación Estado-Iglesia, la necesidad de límites y el refuerzo a la legislación existente. Por supuesto, hay que respetar de manera total la libertad de culto y de creencias, así como la libertad de expresión de todos los mexicanos, sin importar su ideología política o religiosa. Sin embargo, la fe no necesita de política ni de medios de comunicación masivos para profesarse. Y apostar por abrir las puertas a la hibridación de Estado e Iglesia puede multiplicar casos como los que todavía hoy no logra esclarecer el Vaticano, o los que se investigan en Estados Unidos contra un líder religioso (autoasumido apóstol de Cristo) que usó su poder para abusar de sus fieles.

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