A diario malas noticias se acumulan en México. Todos los días despertamos con la misma pregunta: “¿Hoy qué nos toca?”
Se nos cae a pedazos el país y pareciera que nada detiene la decadencia en que vivimos. No es culpa, exclusiva, de la actual administración. Llevamos al menos tres sexenios donde un panista, un priista y ahora el primer morenista; han destruido con su desprecio a los derechos humanos, su tolerancia a la corrupción y su negligencia la promesa de una vida mejor y un país justo que perseguimos con la transición democrática.
La caída del vagón de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México es la metáfora perfecta de la crisis en que vivimos. La pérdida de vidas, la falta de empatía, la ineficiencia, los discursos huevos y la caída de la esperanza.
Enumerar las fallas de la actual administración es hasta ocioso. Los intentos restauradores de la dictadura perfecta de un gobierno de un solo hombre, la destrucción de instituciones, polarización de la población y la fantasía de una realidad que se puede moldear con la voluntad y discursos del líder. López Obrador ha resultado un político mezquino y un hombre pusilánime; que construye castillos en el aire mientras afuera de su Palacio las consecuencias de sus ocurrencias y los pecados de administraciones pasadas duelen en la vida cotidiana de millones de mexicanos.
López despertó una gran esperanza en millones de mexicanos ante quienes ahora se abre paso la desesperanza y el sinsentido político.
Pero de aquellos polvos vienen estos lodos.
México ha venido descendiendo por años en una espiral de corrupción y decadencia impulsado por la arrogancia, cerrazón y bajeza de una clase política incapaz de crear estructuras políticas que respondan a las necesidades de la población. Poco queda de la democracia cristiana en Acción Nacional, hoy convertido en un partido de miserables contrabandistas de votos; el partido eterno del siglo XX mexicano, PRI, ha dado muestra tras muestra de carecer de ideología y proyecto es simplemente una organización de la más vil de las oligarquías mexicanas preocupadas por mantener sus privilegios a toda costa; dos partidos se pelean el banderín de la social democracia, PRD y Movimiento Ciudadano, pero carecen de apoyo popular, izquierdas sin clase obrera, sin discurso, el primero un muerto que camina el segundo repletos de almas bellas y bien intencionadas pero irrelevantes ante el panorama actual.
Derrotados, apabullados en el 2018 los partidos de oposición fallaron en hacer un examen de conciencia, y enmendar sus errores. Al contrario se encerraron en sí mismos y han perdido el rumbo, son partidos sin proyectos ni identidad.
El resto de los partidos, son mercenarios y sanguijuelas que viven de chupar el poder de MORENA.
Los problemas se nos acumulan como la humedad y el moho que todo lo corroe en una casa vieja. Y nuestra clase política ha mostrado una y otra vez ser mediocre, vil e insignificante.
¿Qué hacer?
Quedan tres opciones: la resistencia-resignación estoica, emigrar a otra nación o voltear a los ciudadanos comunes y corrientes, los buenos empresarios, académicos y la sociedad civil. Que desde allí, como ha pasado en décadas anteriores, presionar a la clase política por cambios que mejoren nuestra democracia representativa. Por ahora hay tres propuestas: defensa del INE y TRIFE, rompimiento del pacto de impunidad y hacer más sencillo el surgimiento de nuevos partidos políticos que refresquen nuestras opciones democráticas; entre otros modos nuevos modos de financiamiento de los partidos.