La semana pasada se llevó a cabo la reunión anual de otoño del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Cabe señalar que una mejoría que se observó en torno a la pandemia fue la forma en la que se llevaron a cabo las reuniones. En esta ocasión, las reuniones fueron en formato híbrido vis-à-vis la reunión de primavera en abril de este año y todas las del año pasado, que se desarrollaron en formato totalmente virtual. No obstante lo anterior, en donde ya no se observó una mejoría fue en los pronósticos de crecimiento económico en general. Los datos económicos de más alta frecuencia sugerían que ya no iba a continuar la ola de revisiones de las proyecciones de crecimiento al alza, como había ocurrido en las últimas actualizaciones de la Perspectiva Económica Global (World Economic Outlook o WEO) del FMI y eso fue lo que sucedió.
La proyección del PIB global se revisó marginalmente a la baja de 6.0 a 5.9 por ciento para 2021 y se dejó sin cambio en 4.9 por ciento para 2022. Sin embargo, sí hubo modificaciones importantes al interior de los países y regiones. Tal es el caso de la previsión de crecimiento para Estados Unidos, que se revisó de 7.0 a 6.0 por ciento para 2021, aunque se incrementó de 4.9 a 5.2 por ciento para 2022. Asimismo, la proyección de crecimiento para China se revisó ligeramente de 8.1 a 8.0 por ciento para 2021 y de 5.7 a 5.6 por ciento para 2022. No obstante lo anterior, claramente se llevaron a cabo revisiones al alza también. En este sentido, el pronóstico de crecimiento de la Eurozona se elevó de 4.6 a 5.0 por ciento para 2021 y permaneció sin cambio en 4.3 por ciento para 2022, mientras que para Latinoamérica también se realzó de 5.8 a 6.3 por ciento para este año, aunque tuvo una pequeña revisión a la baja para el año que entra de 3.2 a 3.0 por ciento.
La revisión que más nos debe de importar a los mexicanos es el cambio en el pronóstico de crecimiento de Estados Unidos. Sin embargo, no tanto por la magnitud del cambio −a pesar de haber sido de todo un punto porcentual−, sino por el ‘por qué’ de la revisión. En este sentido, cabe destacar que la proyección de crecimiento de México se revisó ligeramente a la baja, de 6.3 a 6.2 por ciento para 2021 −a pesar de la fuerte revisión a la baja del pronóstico de EU−, y de 4.2 a 4.0 por ciento para 2022. Por ello, considero que el optimismo embebido en el pronóstico de crecimiento de EU −impulsado principalmente por la plétora de gasto público−, no estaba presente en la previsión de crecimiento de México, a pesar de que sin duda nuestro país se ha beneficiado vía el impulso a las exportaciones manufactureras, las remesas y el turismo.
Para enfocarnos en el ‘por qué’ del cambio, considero que hay que voltear a ver el título del documento de Perspectiva Económica Global del FMI, que en esta ocasión se tituló “Preocupaciones por salud, disrupciones de las cadenas globales de suministro y presiones inflacionarias”. En cuanto a las causas de las disrupciones en las cadenas de suministro a nivel global, hoy no queda claro si van a ser transitorias o permanentes. Lo que sí se sabe es que una de las consecuencias son las presiones inflacionarias. En cuanto a las causas, están los desbalances entre oferta y demanda.
En este sentido, hago una reflexión sobre estos desequilibrios, que fueron causados por choques de lado de la oferta. Tal es el caso de las restricciones que se impusieron en muchos países para atajar la pandemia, incluyendo el paro de fábricas enteras por un tiempo, así como la desaparición de muchas empresas que no pudieron resistir el embate de dichas políticas de confinamiento y la dificultad de planear la producción hacia delante con un choque tan sui géneris. Así como los choques de lado de la demanda, que trataré de resumir en cinco puntos: (1) Las políticas de confinamiento per se que hicieron que las personas no demandaran particularmente servicios (e.g. restaurantes, hoteles, salas de concierto) y algunos bienes, como los automóviles; (2) la cautela de una buena parte de la población ante la pandemia aun cuando se levantaron las políticas de confinamiento; (3) la mesura en el gasto de los hogares ante la incertidumbre laboral, sobre todo en países en los que no se instrumentaron paquetes de estímulo fiscal significativos; (4) los cambios que propició la aceptación del ‘teletrabajo’ o home office’ como el abandono de edificios corporativos −de lado de las empresas−, y el cambio de residencia de lugares cercanos a los centros de trabajo a los suburbios y periferias de las ciudades; y (5) el cambio en los hábitos de consumo en donde se reorientó la asignación del gasto de los hogares de servicios a bienes (e.g. no hotel, pero sí consola de video juegos). A su vez, este último punto está teniendo un impacto muy importante en el transporte de los bienes. Los servicios −como el tradicional ejemplo del ‘corte de pelo’−, normalmente no requieren de buques cargueros para transportarse. Sin embargo, los bienes sí y esto está provocando escasez de contenedores, saturación de puertos y mayor demanda de combustibles, en donde las grandes empresas energéticas han dejado de invertir en hidrocarburos. La infraestructura prepandemia es insuficiente para ‘la nueva normalidad’ que estamos viviendo.
Claramente con la reapertura, varios de esos cambios que provocó la pandemia no se han revertido y más que revertirse en algún momento, tal vez muchos de ellos hayan ‘llegado para quedarse’. He aquí la complejidad para saber qué tan transitorias serán las disrupciones en las cadenas de suministro, así como las presiones inflacionarias.
* El autor es Economista en Jefe para Latinoamérica del banco Barclays, presidente del Comité Nacional de Estudios Económicos del IMEF y miembro del Comité de Fechado de Ciclos de la Economía de México.
* Las opiniones que se expresan en esta columna son a título personal.