Hace muchos años escuché de un político decir: “En México, los tres precios que hay que tener bajo control para lograr bajar la inflación son el dólar, el de la gasolina y el de la tortilla”. Si bien esta frase no es del todo precisa, ni completa, considero que tiene cierta sabiduría embebida. En mi opinión, esto explica por qué en el pasado se pensó en controles de precio, tanto del tipo de cambio –imponiendo regímenes de tipo de cambio fijo o semifijo–, como de los precios de la gasolina –en donde ningún gobierno se ha atrevido a liberalizarlo por completo en México–, y controles de precio o subsidios ya sea para el maíz o para la tortilla, que dejaron de existir hace algunos años.
Hoy en día, sabemos que cualquier control de precios puede tener consecuencias muy negativas. Controlar el tipo de cambio directamente puede drenar las reservas internacionales y por su parte, controlar el precio de cualquier producto puede ocasionar escasez. Cuando teníamos un régimen de tipo de cambio fijo o semifijo, el dólar jamás se abarataba. Una vez que se liberalizó, las fuerzas del mercado lo encarecen o lo abaratan, dependiendo de los fundamentales macroeconómicos relativos de los países que participan en el par de monedas. En este caso, de Estados Unidos por parte del dólar y de México por parte del peso.
Cabe señalar que en términos de percepción de la población, antes se veía al tipo de cambio y a los precios de bienes controlados –como los de la tortilla de maíz–, como responsabilidad del gobierno. Cualquier fortalecimiento del dólar o incremento en el precio de las tortillas y otros bienes administrados era ‘culpa del gobierno’. Conforme se han ido liberalizando, la población cada vez culpa menos al gobierno de estos movimientos, entendiendo que hay fuerzas de mercado, en muchos casos globales, que el gobierno no puede controlar. Es decir, los precios de estos productos han dejado de ser tan ‘políticamente sensibles’, como en el pasado.
Sin embargo, uno de los vestigios de esta cultura de control de precios es el de la gasolina. No cabe duda que el precio de la gasolina continúa siendo políticamente sensible. La lección que ya debimos de haber aprendido en México es que debemos liberar el precio de la gasolina. Al liberarlo lo ‘despolitizaríamos’. Por algo así es el estándar internacional. En muy pocos países del mundo el precio de la gasolina continúa de alguna manera controlado (e.g. Venezuela, Corea del Norte). Es más, considero que si se liberalizara el precio de la gasolina, esto tendría un impacto más profundo en la inflación, muy posiblemente a la baja. Esto puede llegar a sonar contraintuitivo, pero ofrezco un razonamiento al respecto: Cuando los precios de algunos productos observan una dinámica de mercado y a veces suben y a veces bajan, la población no necesariamente percibe que los aumentos son permanentes, dado que han observado que así como suben, pueden bajar. Así, si se transita por un periodo corto de mayores precios, no necesariamente se ajustan los precios de otros productos y servicios, al pensar que esto puede ser transitorio. Sin embargo, hoy por hoy en México, cualquier incremento en el precio de las gasolinas es considerado permanente y casi automáticamente ocurren ajustes de otros precios de bienes y servicios al alza, sobre todo los relacionados.
Ahora bien, esto no quiere decir que en México no se han hecho esfuerzos por liberalizar el precio de la gasolina, al menos de manera gradual. Después de varios años de control total, el gobierno decidió transitar a un mecanismo híbrido en el que se suavizaban los grandes movimientos de los precios de las gasolinas mediante política impositiva. Cuando los precios internacionales de las gasolinas se incrementaban y se ubicaban por arriba de los precios nacionales, el gobierno subsidiaba. Por el contrario, cuando los precios internacionales de las gasolinas descendían y se ubicaban por debajo de los precios nacionales, el gobierno recaudaba impuestos. Entonces, los precios de las gasolinas en México no bajaban, pero cuando subían, subían poco. De hecho, en las últimas dos décadas se tomaba el objetivo de inflación del Banco de México de 3.0 por ciento para hacer que los precios de las gasolinas en nuestro país se incrementaran 3.0 por ciento a lo largo de todo un año, independientemente de cuál era la dinámica de precios a nivel global.
Con la reforma energética de la administración anterior se definió liberalizar el precio de las gasolinas el 1 de enero de 2017. El ‘gasolinazo’. ¿Qué cambios se llevaron a cabo en ese momento y qué está sucediendo actualmente? Lo comentaré en este mismo espacio la semana que entra.
* El autor es Economista en Jefe para Latinoamérica del banco Barclays y miembro del Comité de Fechado de Ciclos de la Economía de México.
* Las opiniones que se expresan en esta columna son a título personal.