Si alguien hubiera quedado en coma en los ochenta y se despertara hoy, tal vez no notaría mucho las diferencias en las noticias. El conflicto bélico más relevante es entre Rusia y Estados Unidos, hasta hace poco la posición de primer ministro del Reino Unido lo ocupaba una mujer del partido conservador, se anuncia la película Top Gun en los cines, Estados Unidos vive niveles elevados de inflación y nos encontramos bajo el mandato de un presidente que se apellida López. Por si fuera poco, existe un precandidato que se apellida De la Madrid y hay un joven político con carrera prometedora que se llama Luis Donaldo Colosio. ¿Qué tanto se parece el México de hoy al de los ochenta?
En los ochenta México experimentó una crisis de deuda en 1982 y una crisis cambiaria en 1985. La crisis en 1982 fue detonada por una crisis de balanza de pagos, que se exacerbó por una serie de acciones de política económica, incluyendo la expropiación de la banca. Esta crisis se gestó con el incremento en el endeudamiento en moneda extranjera del gobierno federal, principalmente para invertir en la exploración y extracción petrolera, ante el descubrimiento del yacimiento Cantarell, el segundo más grande del mundo después de Ghawar, en Arabia Saudita. Así, el aumento en la importación de bienes de capital condujo a una elevación del déficit de cuenta corriente de 2.0 por ciento del PIB en 1977, a 7.0 por ciento en 1982. Sin embargo, la caída de 27.8 por ciento del precio del petróleo provocó que el pago de deuda externa del gobierno se dificultara, sobre todo porque el perfil de vencimiento de la deuda era de muy corto plazo (un año). De hecho, el nivel de reservas internacionales cayó de 3 mil 187 millones de dólares (mdd) en diciembre de 1981 a 751 mdd. Ante la dificultad del gobierno para poder continuar financiando la deuda, el gobierno mexicano decretó una suspensión de pagos de seis meses (de agosto de 1982 a enero de 1983). Así, el gobierno mexicano tuvo que devaluar el peso con respecto al dólar de Estados Unidos en 170 por ciento de diciembre de 1981 a septiembre de 1982. La inflación se elevó de 28.7 por ciento en diciembre de 1981, a 117.3 por ciento en abril de 1983 y la tasa de interés de referencia aumentó de 31.8 por ciento en diciembre de 1981, a 62.0 por ciento en marzo de 1983.
La crisis cambiaria de 1985 se detonó con el terremoto del 19 de septiembre, que afectó principalmente la Ciudad de México. Desafortunadamente, el terremoto no fue lo único que provocó esta crisis. A finales de 1982 –en plena crisis–, el gobierno mexicano había pactado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) un paquete de apoyo extendido (Extended Fund Facility o EFF, como el que tiene hoy Argentina, por ejemplo), con una duración de tres años. Desafortunadamente México no había podido cumplir con los compromisos con el FMI y el propio organismo multilateral ya no permitió que se llevará a cabo el siguiente desembolso del crédito en agosto de 1985. A pocas semanas de este suceso sobrevino el peor terremoto que ha azotado a México en la época contemporánea. Cabe destacar que el temblor vino acompañado de una caída del precio del petróleo de 54.4 por ciento, de septiembre de 1985 a febrero de 1986. En esta crisis, el peso tuvo que ser devaluado 200 por ciento, llevando la tasa de inflación anual a niveles por arriba de 100 por ciento a finales de 1986 y que continuó hasta llegar a su nivel máximo histórico en 179.7 por ciento, en febrero de 1988.
Hoy México cuenta con ‘grado de inversión’ por las tres calificadoras más importantes, una deuda gubernamental que no pasa de 50 por ciento del PIB –incluyendo la deuda de Pemex y CFE–, en donde más de la mitad está denominada en moneda nacional y con un plazo promedio de vencimiento de más de siete años (es decir, en promedio hay que renegociarla en siete años). No le debe dinero al FMI. Asimismo, nuestro país tiene ya 16 años aplicando una Ley Federal del Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria. Por su parte, México lleva 27 años con un banco central constitucionalmente autónomo y con un régimen de tipo de cambio flexible. Aun así, el Banco de México cuenta con un stock de reservas internacionales de más de 200 mil millones de dólares, que cubren cinco meses de importaciones y 60 por ciento de la deuda en moneda extranjera y de la interna en manos de extranjeros, entre otras métricas de salud externa de un país. La inflación se encuentra en niveles elevados, pero de un dígito y el Banco de México lleva combatiéndola desde el año pasado, ahora con ayuda de un programa gubernamental antiinflación.
A su vez, México es una economía cuya producción manufacturera se encuentra altamente integrada con Estados Unidos, por lo que, entre otras cosas, cuenta con un mecanismo casi automático de regulación del déficit de cuenta corriente. Es decir, cuando hay una caída en las exportaciones de bienes manufacturados (la mayoría), automáticamente caen las importaciones, particularmente las de bienes intermedios. Por si fuera poco, cuenta con un sistema financiero sólido en donde los bancos cumplen más de una vez con los criterios de capital y liquidez de Basilea III, habiendo sido el primer país en el mundo en haberlo logrado.
Considero que con solo ver estas diferencias, la persona que despertó del coma sabría que no está en los ochenta. Así, hoy que el mundo se enfrenta a riesgos de alta inflación y posible recesión, nuestro país se encuentra en una mucho mejor situación para sortear este tipo de eventos.
* El autor es economista en jefe para Latinoamérica del banco Barclays y miembro del Comité de Fechado de Ciclos de la Economía de México.
* Las opiniones que se expresan en esta columna son a título personal.