El pasado 2 de agosto el Comité de Fechado de Ciclos de la Economía de México (CFCEM) dio a conocer la identificación de doce puntos de giro que enmarcan seis recesiones y cinco periodos de expansión de la economía mexicana de 1980 a 2020. El Comité no se pronuncia sobre las causas de las recesiones, ni sobre la política económica instrumentada. Así, a título personal he estado comentando en este espacio sobre las seis recesiones identificadas por el Comité. La semana pasada comenté sobre la tercera recesión (”’Crisis del Tequila’ en México 1994-1995″, 23 de agosto) y en esta ocasión comentaré sobre la cuarta recesión a la que decidí llamarle: ‘Crisis de las empresas de Internet (dot com)’, comprendida entre octubre de 2000 y enero de 2002.
Esta es la primera recesión –en el horizonte de tiempo que analizó el Comité–, que no fue detonada por una crisis interna en México. El origen de esta recesión fue una burbuja de precios en el mercado de valores estadounidense, que después se exacerbó con el muy desafortunado ataque a las Torres Gemelas en Nueva York y al edificio del Pentágono en Washington, DC, el 11 de septiembre de 2001. La revolución tecnológica había mejorado significativamente el tamaño, capacidad y precio de las computadoras para volverse un electrodoméstico más en los hogares durante los ochenta e inicios de los noventa. Sin embargo, el siguiente cambio estructural fue la conectividad. La interconexión de las computadoras tanto personales, como de universidades y empresas mediante la supercarretera de la información o Internet, propició la creación de un sinnúmero de empresas enfocadas en ofrecer un servicio a los usuarios. La mayoría de las empresas eran muy pequeñas, con pocos activos y poco capital físico, pero con gran capital humano fundamentado en innovación y trabajo duro. A estas pequeñas empresas, pero con grandes ideas se les llamó start-ups.
Las posibilidades que ofrecía el Internet al inicio eran muy limitadas, pero con un potencial casi infinito. Así, se crearon una gran cantidad de empresas con estas características. Este fenómeno observó un desarrollo mucho más significativo en Estados Unidos, principalmente debido a la oferta de financiamiento, significativamente mayor que en otros países desarrollados y no se diga ya con respecto a emergentes. Una fuente de capital que utilizaron estas pequeñas empresas fue el mercado de valores en Estados Unidos. Cabe señalar que este mercado financiero llevaba más de una década de desregulación, lo que acentuó las posibilidades para financiar el crecimiento de estas empresas. Ya listadas en bolsa y con una amplia liquidez que prevalecía en la economía global, pero sobre todo en Estados Unidos –en donde el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) había disminuido la tasa de política monetaria de 5.5 por ciento en agosto de 1998, a 4.5 por ciento en enero de 1999–, las empresas comenzaron a observar un incremento substancial en el precio de sus acciones.
Esta elevación casi exponencial en el precio de estas emisoras también llamadas dot com, por la terminación de sus direcciones URL en la red global (o World Wide Web), generó un frenesí de inversión para muchas personas y fondos de inversión. Uno de los aspectos que más llamó la atención es que la valuación de mercado de algunas de estas empresas era muy similar a la de empresas establecidas, que contaban con una gran cantidad de activos. Tal es el caso de Yahoo Inc., que llegó a tener un valor de poco más 100 mil millones de dólares (mmdd), 2.1 veces el de la reconocida empresa automotriz General Motors. Si bien efectivamente había mucho potencial en las utilidades futuras de estas empresas, esta “exuberancia irracional” –como le llamó el expresidente del Fed, Alan Greenspan–, llegó a su fin en marzo de 2000, provocando una caída significativa y generalizada de los precios de las acciones que cotizan en bolsa.
El proceso de globalización de los mercados –que había iniciado con la caída del muro de Berlín en 1989–, propició un contagio financiero global. Así, esa pérdida tan significativa de valor, sobre todo en los fondos de pensiones de los consumidores en Estados Unidos y Europa provocó una caída en el consumo. Desafortunadamente, poco después de esta fuerte caída en la actividad económica, el mundo enfrentó otro choque, pero esta vez de carácter geopolítico. Los ataques terroristas en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 dejaron ver que también lo malo se globaliza. La incertidumbre que generó este muy desafortunado evento, junto con el incremento substancial en los costos de seguridad nacional, incluyendo procesos de revisión y supervisión aeroportuaria y gasto militar hicieron que la economía global tardara más tiempo en recuperarse.
En estos años la economía mexicana se había integrado significativamente a la economía de Estados Unidos a casi una década de haberse firmado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). De hecho, la correlación del crecimiento de la producción manufacturera entre México y Estados Unidos se elevó de 0.10 en el periodo 1980-1993 a 0.54 entre 1994 y 1995 y así continuó entre 1996 y 2001. La caída del consumo en Estados Unidos, así como la incertidumbre financiera global tuvieron un impacto negativo relevante en la economía mexicana. Así, esta recesión tuvo una duración de 16 meses. El PIB en este periodo cayó 3.3 por ciento y el desempleo se elevó de 2.5 por ciento en octubre de 2000, a 3.4 por ciento en enero de 2002. Cabe destacar que esta ha sido la segunda recesión más larga que ha observado México de 1980 a la fecha (16 meses).
* El autor es economista en jefe para Latinoamérica del banco Barclays, presidente del Comité Nacional de Estudios Económicos del IMEF y miembro del Comité de Fechado de Ciclos de la Economía de México.
* Las opiniones que se expresan en esta columna son a título personal.