El 2 de agosto pasado, el Comité de Fechado de Ciclos de la Economía de México (CFCEM) dio a conocer la identificación de doce puntos de giro que enmarcan seis recesiones y cinco periodos de expansión de la economía mexicana de 1980 a 2020. A título personal he estado comentando en este espacio sobre las seis recesiones identificadas por el Comité. La semana pasada comenté sobre la cuarta recesión (”Crisis de las empresas de Internet 2000-2002″, 6 de septiembre) y en esta ocasión comentaré sobre la quinta a la que decidí titularla: ‘Crisis financiera global de 2008′, como se le ha llamado a nivel global desde entonces. Esta recesión inició en julio de 2008 y terminó en mayo de 2009. Cabe señalar que este ciclo económico estuvo marcado por dos eventos muy relevantes: (1) La Crisis Económico-Financiera Global de 2008-2009 (CFG), que inició en los Estados Unidos; y (2) La epidemia de influenza A(H1N1) o ‘gripe porcina’ cuyo brote inicial apareció en México. Debido a la complejidad y detalle que deseo escribir sobre esta recesión, decidí partirla en dos. Esta es la primera parte.
Esta recesión inició con una serie de eventos de carácter financiero en Estados Unidos, pero que tuvo un impacto a nivel global. Las nuevas tecnologías, la búsqueda de retorno y la innovación financiera, en un mercado altamente desregulado, propiciaron la creación de instrumentos financieros más complejos. Estos derivados financieros se ataron a otro tipo de activos, entre los que destacan los bonos respaldados por créditos hipotecarios. Los nuevos instrumentos financieros cambiaron la dinámica en la que los bancos y otras instituciones originaban los créditos garantizados por propiedades. Ahora los originadores podían otorgar un mayor número de préstamos hipotecarios dado que podían descargar estos créditos en bonos respaldados por hipotecas, que adquirían los participantes de los mercados financieros. Asimismo, el ‘empaquetamiento’ de las hipotecas de alto riesgo, con las de riesgo medio y bajo, tenían como resultado un riesgo promedio ‘aceptable’ para los participantes de los mercados, incentivando a los originadores a disminuir los estándares de otorgamiento de crédito y ofrecer hipotecas a un espectro más amplio de la pirámide socioeconómica.
La demanda por mayor variedad de estos instrumentos –en términos de riesgo y rendimiento–, creció a un nivel en el que también se crearon instrumentos con una mayor cantidad de hipotecas de alto riesgo o subprime. Para disminuir el riesgo de tasa de interés, una gran cantidad de hipotecas se estructuraron con tasas de interés variable o ARM’s (Adjustable-Rate Mortgages). La valuación de estos instrumentos era compleja, por lo que, por un lado, una gran cantidad de instituciones financieras no pudieron medir bien a qué se enfrentaban, mientras que por otro lado, las más sofisticadas tenían el deseo de incurrir en mayor riesgo, ofreciendo una falsa sensación de ‘tranquilidad’ a las menos sofisticadas. El incremento significativo de los créditos hipotecarios impulsó la demanda por propiedades que, a su vez, generó una tendencia creciente de precios, exacerbando la sensación de tranquilidad para todos. Al final del día, si un crédito hipotecario se volvía impagable, el precio de venta de la garantía sería mayor que el préstamo. Asimismo, los originadores también ofrecían nuevos créditos hipotecarios a quienes ya tenían, pero con montos mayores, ajustando el principal que les quedaba por pagar, al nuevo precio de las propiedades, que en su mayoría era considerablemente mayor que el precio al que compraron originalmente.
Por su parte, la velocidad a la que se creaban estos instrumentos financieros tuvo otras dos consecuencias. Por un lado, restó capacidad de análisis a las calificadoras que, en lugar de realizar un análisis más profundo, prefirieron sacrificar el nivel de rigurosidad con tal de seguir cobrando comisiones. Por otro lado, dicha rapidez, en conjunción con el grado de complejidad de los instrumentos, provocó que los reguladores no tuvieran la capacidad de entender y medir los riesgos y supervisar adecuadamente. Esto se exacerbó debido a que los reguladores perdieron capital humano, ya que las instituciones financieras que generaban estos instrumentos necesitaban contratar a un número mayor de empleados y en muchas ocasiones contrataban a quienes trabajaban en las instituciones regulatorias, atrayéndolos con salarios mayores. Así, en el momento en el que el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) inició un ciclo restrictivo de tasas de interés a mediados de 2004 de 1.00 por ciento en mayo de 2004, a 5.25 por ciento en agosto de 2006, el ajuste que se dio en los mercados fue significativo, empezando por la falta de pago de las hipotecas de alto riesgo o subprime, que generó un fuerte incremento de la cartera vencida y una pérdida de valor tanto de los instrumentos respaldados por hipotecas, como de muchos de los derivados atados a estos instrumentos.
Esto provocó un efecto dominó a lo largo y ancho del sistema financiero a nivel global, que contagió a bancos de inversión, bancos comerciales, aseguradoras, fondos mutuos y de pensiones, así como fondos de cobertura (hedge funds) y a los ahorradores. También permeó a las tesorerías de las empresas y de los mismos bancos centrales, en donde parte de sus reservas internacionales también habían sido invertidas en este tipo de instrumentos. Esto provocó un incremento dramático de la aversión al riesgo y el dólar se fortaleció de manera importante, a pesar de ser la divisa del país en donde inició la crisis (continuará…).
* El autor es economista en jefe para Latinoamérica del banco Barclays y miembro del Comité de Fechado de Ciclos de la Economía de México.
* Las opiniones que se expresan en esta columna son a título personal.