El 2 de agosto pasado, el Comité de Fechado de Ciclos de la Economía de México (CFCEM) dio a conocer la identificación de doce puntos de giro que enmarcan seis recesiones y cinco periodos de expansión de la economía mexicana de 1980 a 2020. El Comité no se pronuncia sobre las causas de las recesiones, ni sobre la política económica instrumentada. Así, a título personal he estado comentando en este espacio sobre las seis recesiones identificadas por el Comité. La semana pasada comenté sobre la quinta recesión (“Crisis financiera global 2008-2009 (I)”, 13 de septiembre). Debido a la complejidad y al detalle con el que deseo escribir sobre esta recesión, decidí dividirla en dos partes. Ésta es la segunda parte. Cabe señalar que este ciclo económico estuvo marcado por dos eventos muy relevantes: (1) La Crisis Económico-Financiera Global de 2008-2009 (CFG), que inició en Estados Unidos; y (2) la epidemia de influenza A(H1N1) o ‘gripe porcina’ cuyo brote inicial apareció en México.
La destrucción de valor a nivel global que generó la crisis inmobiliaria en Estados Unidos –que describí la semana pasada–, fue inusitada y los gobiernos de varios países tuvieron que instrumentar paquetes de rescate bancario a nivel global. En el caso de México, esta recesión se caracterizó por una caída en el nivel de actividad económica de 9.1 por ciento (o 0.8 por ciento mensuales) y una elevación de la tasa de desempleo de 3.4 a 5.2 por ciento. Asimismo, esta recesión tuvo una duración de once meses y no se detonó por algún asunto de carácter interno. Cabe señalar que ésta fue la recesión más profunda que había experimentado Estados Unidos y el mundo desde la gran depresión de 1929. No obstante lo anterior, al igual que en la recesión de 2000, la economía mexicana mostró una gran resiliencia ante semejante crisis global.
El único ‘contagio’ en México en cuanto a utilización de instrumentos derivados tóxicos, fue que algunos corporativos adquirieron algunos instrumentos derivados para ‘deshacerse’ de sus coberturas cambiarias, ya que parecía que el peso no más iba a observar alta volatilidad en los próximos años. El tema fue que, para poder deshacer esas coberturas con un costo bajo, implícitamente estaban adquiriendo compromisos de venta de dólares a un tipo de cambio bajo, en caso de que el peso se depreciara significativamente. Sin embargo, el peso se depreció significativamente y las tesorerías de estas empresas quedaron en muy mal estado financiero. Así, el Banco de México resolvió intervenir en el mercado cambiario –cosa que no habían querido llevar a cabo dado el apego al régimen de tipo de cambio flexible–, para poder subsanar el desbalance cambiario y evitar riesgo sistémico.
A pesar de la magnitud de la crisis global y de la depreciación del peso de cerca de 30 por ciento frente al dólar de Estados Unidos, la inflación en México cayó de 7.6 a 5.6 por ciento y por primera vez en el periodo de estudio, el gobierno mexicano pudo llevar a cabo políticas anticíclicas. Por un lado, el Banco de México pudo recortar la tasa de referencia en 375 puntos base (pb) de 8.25 por ciento en noviembre de 2008, a 4.50 por ciento en agosto de 2009. Por otro lado, el Gobierno tuvo la oportunidad de instrumentar un paquete de estímulo fiscal dirigido a aliviar la situación del empleo, sobre todo en el sector automotriz. El Gobierno mexicano llevó a cabo un programa de estímulo temporal que redujo algunos impuestos y las tarifas eléctricas. Asimismo, incrementó el gasto público e instrumentó un descuento en las aportaciones al IMSS, con el objetivo de estimular el consumo y la inversión.
Un aspecto que diferenció a México con respecto a los ochenta y noventa es que ahora la economía mexicana se encontraba con una muy alta integración a la de Estados Unidos, sobre todo en el terreno manufacturero, con una correlación de 0.75 del crecimiento de la producción manufacturera entre México y Estados Unidos. Así, la cuenta corriente no observó un desbalance a pesar de la fuerte caída de las exportaciones, sobre todo hacia Estados Unidos. Esto se debió justo a la integración de las cadenas de valor en la manufactura con la Unión Americana, ya que la caída de la exportación de bienes finales estuvo acompañada por una caída de magnitud similar en la importación de insumos lo que se convirtió en un mecanismo casi automático de regulación del déficit. Por su parte, México fue claro ejemplo de la importancia de contar con una regulación financiera que brindara fortaleza al sistema financiero. Ningún banco en México se tornó insolvente, fruto de esta crisis, a pesar de que en Estados Unidos, por ejemplo, más de mil bancos se fueron a la quiebra y cerraron sus puertas.
Desafortunadamente, a mediados de abril de 2009, hubo un brote de influenza A(H1N1) en México. Una cadena de esta enfermedad que no se observaba desde la influenza española hacía casi un siglo, con un grado de contagio y de letalidad significativamente mayor al de la influenza estacional. Las consecuencias tanto de salud, como de cuidado de la población, así como las medidas tomadas por el Gobierno para atajar el problema y evitar que se tornara en una pandemia, provocaron una caída muy relevante de la actividad económica, que extendió y profundizó la recesión. Afortunadamente las medidas tomadas y el hecho de que la enfermedad no se transmitía de manera asintomática –a diferencia del Covid-19–, hicieron que le epidemia de A(H1N1) no se transformara en pandemia. Esta recesión fue sucedida por una fase de recuperación de 122 meses, la más larga del horizonte de tiempo bajo estudio.
Envío por este medio mi más sentido pésame a mi querido amigo Jorge Seguí por la reciente y muy sentida pérdida de su mamá, quien falleció el pasado 7 de septiembre. Te mando un fuerte abrazo, querido Jorge.
* El autor es Economista en Jefe para Latinoamérica del banco Barclays y miembro del Comité de Fechado de Ciclos de la Economía de México.
* Las opiniones que se expresan en esta columna son a título personal.