El lunes de la semana pasada se anunciaron los ganadores del Premio Nobel de Economía 2024 y durante la semana se escribieron varias columnas sobre la relación del trabajo de estos economistas y nuestro país. Destaco la de Jorge Suárez Vélez, en Reforma (’Dedicado a México’, 17 de octubre) y la de Benjamín González Roaro en El Sol de México (’Los ganadores del Nobel de Economía dan clases a la 4T’, 18 de octubre). En este sentido, el libro ¿Por qué fracasan los países? (2012) de dos de los tres economistas recién galardonados por la Academia Sueca de Ciencias y el Banco Central de Suecia (Sveriges Riksbank) con el Premio Nobel de Economía, Daron Acemoglu y James Robinson, inicia con una comparación entre dos ciudades con el mismo nombre, divididas solo por un muro. Las ciudades de Nogales, una en el estado de Sonora, en México y otra con el mismo nombre en el estado de Arizona, en los Estados Unidos. Acemoglu y Robinson comparan las condiciones de vida entre ambos lados de la frontera en Nogales. Los habitantes del lado estadounidense ganan aproximadamente tres veces más que aquellos del lado mexicano realizando trabajos similares. Además, hay una mayor proporción de personas con niveles superiores de educación formal y con buena salud. A diferencia de sus contrapartes del lado mexicano, quienes viven del lado estadounidense pueden confiar en su gobierno para representarlos democráticamente y proporcionarles servicios básicos como agua potable, carreteras seguras y un sistema legal justo.
En otras palabras, Nogales, Arizona, tiene un estándar de vida significativamente más alto que Nogales, Sonora. Sin embargo, comparten la misma historia, cultura y geografía, por lo que ninguno de estos factores puede explicar las diferencias entre ellos. Es por esto que Acemoglu y Robinson destacan las instituciones políticas y económicas y los incentivos que éstas generan: el sistema de gobierno de Estados Unidos ofrece a sus ciudadanos oportunidades políticas y económicas que México simplemente no brinda. En esencia, el éxito o fracaso de una nación no depende en primer lugar de la geografía, la cultura u otros factores, sino de la dinámica de poder dentro de sus instituciones, donde los sistemas inclusivos permiten una participación más amplia y oportunidades económicas, mientras que los sistemas que se dedican a extraer rentas concentran el poder en manos de una pequeña élite que explota a la mayoría.
En algunos sentidos llega a parecer obvio el análisis de Acemoglu y Robinson, conociendo las circunstancias de ambos lados de la frontera. Sin embargo, es muy interesante que economistas reconocidos en el pasado han investigado sobre las razones por las que los países no observan tasas de crecimiento económico similar. Por ejemplo, después de décadas de estudio sobre las variables más importantes que determinan el crecimiento de un país –incluyendo el nivel de desarrollo de los mercados financieros–, el reconocido economista norteamericano de Harvard, Robert J. Barro, en uno de sus estudios más sólidos apunta a que el Estado de derecho es una variable clave para detonar mayores tasas de crecimiento económico (’Impunidad y Estado de derecho’, 16 de junio, 2020 y ‘Estado de derecho y crecimiento económico’, 4 de noviembre, 2014). En este sentido, sin embargo, hacer un estudio profundo que va más allá con el hacer cumplir las leyes e investigar sobre los arreglos institucionales de los países brinda un panorama mucho más completo sobre el diagnóstico que permite explicar el éxito o el fracaso de las naciones.
En México, nuestra incipiente democracia, partidos de oposición de muy baja calidad e instituciones que nos han quedado a deber mucho (e.g. Poder Judicial, Cofece, INAI) hicieron que la población en general no las haya valorado y permitieron que Morena no solo ganara la Presidencia, sino que se quedara con las mayorías constitucionales en ambas cámaras. Esto ocurrió aun sabiendo que la agenda de reformas del expresidente López Obrador tenía la intención de desmantelar el andamiaje institucional de nuestro país y concentrar el poder. Considero que no porque las instituciones no hagan un trabajo óptimo, se deben eliminar. Al contrario, se les debe de dotar de recursos y mecanismos que les permitan llevar a cabo su labor de mejor manera y perfeccionar los procedimientos para que exista una mejor rendición de cuentas. Desafortunadamente la serie de veinte reformas que el expresidente López Obrador envió al Congreso el 5 de febrero pasado –de las cuales se han aprobado cinco y cinco han avanzado en su proceso de aprobación–, no solo no es positiva para México, sino que además, debilita el andamiaje institucional de nuestro país (’Debilitamiento democrático de México‘, 27 de agosto; ‘¿Qué tan buena o mala es la reforma electoral de AMLO?’, 8 de noviembre, 2022; ‘¿Puede la reforma del presidente mejorar el Poder Judicial de nuestro país?’, 2 de julio).
Al haber galardonado a Acemoglu, Robinson y Johnson con el Premio Nobel de Economía de este año, la Academia Sueca de Ciencias y el Banco Central de Suecia enaltecen la importancia de un buen arreglo institucional inclusivo para que se pueda tener un Estado de derecho fuerte y que las naciones sean exitosas, logrando un crecimiento económico compartido. Considero que nuestra presidenta no converge con las ideas de antiinstitucionalidad del expresidente López Obrador, por lo que creo que nuestro país puede aspirar a algo mejor hacia delante.
Referencias
Acemoglu, D. and Robinson J.D. (2012). Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty. New York, NY: Crown Currency Publishing.
Barro, Robert J. (1997). Determinants of economic growth: A cross-country empirical study. Cambridge, MA: The MIT Press.