El pasado 22 de noviembre el Banco de México llevó a cabo un seminario para celebrar el 25 aniversario de su autonomía. Se dice fácil, pero haber logrado su aprobación, instrumentarla y haberla defendido por 25 años no ha sido nada sencillo. Es en este sentido que envío una felicitación muy grande a quienes enfrentaron los retos de planeación, aprobación, instrumentación y defensa. Asimismo, no tengo duda de que la autonomía de nuestro Instituto Central es un gran motivo de celebración para nuestro país. Los resultados son muy palpables. Las altas tasas de inflación que aquejaron a nuestro país en los ochenta y todavía parte de los noventas, ya no existen más. En 1982 la inflación anual llegó a ser de 99 por ciento, en 1987 se registró la tasa de inflación más alta que haya observado la economía mexicana, en 159 por ciento y en 1995 el cambio anual del Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) fue de 52 por ciento. Hoy por hoy, la inflación no solo es de un dígito —como lo ha sido desde el año 2000—, sino que oscila alrededor del objetivo del Banco de México de 3.0 por ciento. En lo que resta de este espacio comentaré sobre la importancia que considero que tiene el haber logrado la autonomía. En una columna posterior comentaré sobre la autonomía misma, así como la forma en la que el Banco de México la ha ido ejerciendo y defendiendo.
Hoy, muchos toman la autonomía como si siempre hubiera existido, pero lograrla implicó una serie de retos muy significativos. Por un lado, la autonomía explícita de los bancos centrales no era algo tan común cuando se discutió este tema en México entre 1992 y 1993. Uno de los bancos centrales más antiguos del mundo, el Banco de Inglaterra (Bank of England) —fundado en 1694—, por ejemplo, obtuvo su autonomía hasta 1998. Por otro lado, imagínense al gobierno mexicano de los ochentas y principios de los noventa —caracterizado por la concentración del poder—, renunciar a la instrumentación de política monetaria y dejarla en manos de un instituto autónomo. Recordemos que desde hace muchos años la política económica se divide principalmente en dos: (a) Política fiscal; y (b) política monetaria. Si bien los objetivos de ambas políticas pueden lograrse al mismo tiempo, i.e. crecimiento y estabilidad, es complicado lograr un equilibrio cuando la persona que opera estas políticas tiene una motivación política. Esto se exacerba debido a dos diferencias características de ambas políticas.
Por un lado, los cambios a la política fiscal normalmente requieren algún tipo de aprobación legislativa y esto normalmente toma tiempo, pero una vez aprobada, puede ser instrumentada rápidamente y tener un impacto en el crecimiento económico, en un tiempo relativamente corto. Por otro lado, la política monetaria no requiere de aprobación legislativa, por lo que puede ser instrumentada muy rápido. Sin embargo, debido a los canales por los que se transmite la política monetaria —como el crédito bancario—, toma tiempo observar los efectos de ésta. Así, un gobierno que controla ambas políticas podría optar por instrumentar una política monetaria expansiva —sin justificación—, algunos meses antes de una elección, sin tener que 'molestarse' por lograr la aprobación legislativa de una política de expansión fiscal e impulsar un crecimiento 'artificial'.
Ese crecimiento adicional podría influenciar el resultado de la elección, pero probablemente a costa de mayores niveles de inflación, unos meses más tarde. Es ahí en donde dos objetivos aparentemente muy compatibles, como lo son crecimiento y estabilidad, se distancian y generan una dicotomía: ¿Crecimiento o estabilidad? Es por ello que se asigna el objetivo de crecimiento a la autoridad fiscal y el de estabilidad al banco central. Si bien ambos objetivos contribuyen al crecimiento económico de un país, cada institución lo hace desde su 'trinchera' y con sus propios instrumentos, procedimientos, características y circunstancias particulares.
Cabe destacar que es muy lamentable que en los Estados Unidos se ponga el mal ejemplo para el mundo teniendo un doble mandato, como es el caso del Banco de la Reserva Federal. En resumen, es precisamente la motivación política la que hace necesaria la autonomía del Banco Central, pero a su vez, la que hace que sea difícil lograrla. Por eso celebro que hayamos tenido políticos que pensaron en un México de largo plazo y no de un trienio o un sexenio al aprobar la autonomía del Banco de México.
* El autor es director general adjunto de Análisis Económico y Relación con Inversionistas de Grupo Financiero Banorte y presidente del Comité Nacional de Estudios Económicos del IMEF.
* Las opiniones que se expresan en esta columna no necesariamente coinciden con las del Grupo Financiero Banorte, ni del IMEF, por lo que son responsabilidad exclusiva del autor.