A mediados de marzo del año pasado asistí a las reuniones ministeriales del G20, cuya presidencia estaba a cargo del gobierno argentino ("G-20 2018, mayor preocupación por el proteccionismo", 20 de marzo, 2018). En el panel en el que me tocó participar —como miembro del comité de estudios económicos del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF)—, comentamos sobre nuestras perspectivas en torno a las economías de Latinoamérica y cómo a lo largo de nuestra historia nos hemos encontrado "entrando y saliendo" de gobiernos y políticas de carácter populista ("Latinoamérica y su eterno andar entre los ciclos (neo)populistas y (neo)liberales", 25 de junio). No obstante lo anterior, considero que hay de populismos a populismos y en particular destaqué dos aspectos que me parecían relevantes en ese momento y que considero que siguen vigentes:
(1) La forma de instrumentar los programas sociales. En México llevamos varios años modificando nuestra política social reduciendo subsidios y aumentando apoyos directos. Salvo algunos subsidios que todavía quedan, como el del precio de la gasolina —que afortunadamente hoy se instrumenta mediante el ajuste en el cobro de un impuesto especial fijo—, y el de las tarifas eléctricas, los programas sociales en México se llevan a cabo con transferencias directas. Hay muchas críticas acerca de este tipo de programas, que los ubican como 'asistencialistas', más que de desarrollo económico —porque 'se otorga el pescado, en lugar de enseñar a pescar', etc—, y porque independientemente de que realmente existan necesidades sociales, estos programas pueden buscar la creación de bases clientelares. No obstante lo anterior, considero que en un país como el nuestro, con la magnitud de pobreza y desigualdad que desafortunadamente nos caracteriza, son muy necesarios. Ahora, independientemente de las evaluaciones que se pueden hacer a este tipo de programas desde el punto de vista social, no tengo duda de que los apoyos directos son mucho mejores en términos de manejo fiscal. Cuando un país tiene un problema fiscal y tiene que verse en la necesidad imperante de reducir los programas sociales, es muy diferente retirar subsidios, que apoyos directos. Cuando un gobierno está de alguna manera obligado a retirar apoyos directos, éste enfrenta enojo de la población, pérdida de capital político y puede tener un impacto negativo en el PIB. En la Argentina de los Kirchner (2003-2015) instrumentaron todo tipo de subsidios. Cuando llegó Mauricio Macri al poder en 2015 se le complicó mucho reducir el déficit fiscal debido a que al reducir los subsidios, no solo enfrentó las mismas consecuencias que cuando se retiran apoyos directos (e.g. enojo de la población, pérdida de capital político), sino que además, enfrentó una elevación significativa de la inflación. Esto se debe porque el retiro de un subsidio implica un aumento en los precios que paga el consumidor. Adicionalmente, los subsidios que los gobiernos normalmente deciden otorgar se instrumentan en precios de productos en los que la población promedio asigna una parte más grande de su ingreso, por lo que normalmente estos productos subsidiados tienen un ponderador alto en el índice de precios al consumidor, lo que hace que el impacto en la inflación sea todavía más grande cuando se retira el subsidio.
(2) El manejo de la deuda gubernamental en términos de la divisa en la que se emite. En México hemos modificado significativamente la estructura de la deuda gubernamental en términos de la moneda con la que se emite. En 1994 alrededor del 80 por ciento de la deuda gubernamental estaba denominada en moneda extranjera (principalmente dólares) y el resto en pesos mexicanos. Hoy en día estos porcentajes prácticamente se encuentran invertidos. Es decir, solo el 30 por ciento de la deuda está en moneda extranjera y el 70 por ciento está denominada en pesos mexicanos. Eso hace una gran diferencia en momentos de volatilidad financiera internacional. El año pasado estaba cenando en un restaurante muy tradicional del barrio de Puerto Madero, en la Ciudad de Buenos Aires. Al ver la cuenta me percaté que no tenía que hacer ninguna conversión de pesos argentinos a pesos mexicanos. El tipo de cambio de pesos del peso argentino estaba en 20.20 pesos por dólar y el del peso mexicano estaba en 18.70 por dólar, por lo que el tipo de cambio peso mexicano-peso argentino estaba prácticamente al uno por uno en marzo del año pasado (con decimales era 1.08 pesos argentinos por un peso mexicano). En ese momento, la deuda gubernamental en Argentina se encontraba alrededor de 55 por ciento del PIB y la de México cerca de 46 por ciento del PIB. Con la fuerte devaluación que sufrió el peso argentino en los últimos 18 meses —pasando de 20.20 a 56.60 pesos argentinos por dólar (180 por ciento)—, la deuda gubernamental de Argentina —en donde el 70 por ciento está denominada en moneda extranjera—, se encuentra hoy alrededor de 85 por ciento del PIB —debido principalmente a la variación cambiaria—, mientras que en México permanece en 46 por ciento del PIB.
* Las opiniones que se expresan en esta columna no necesariamente coinciden con las del Grupo Financiero Banorte, ni del IMEF, por lo que son responsabilidad exclusiva del autor.