“En las instituciones humanas —Estados, religiones, ejércitos, empresas, escuelas— se necesita liderazgo para ayudar a las personas a ir desde donde están, a donde nunca han estado y, a veces, a donde apenas imaginan que pueden llegar. Sin liderazgo, las instituciones pierden el rumbo y las naciones se exponen a una irrelevancia cada vez mayor y, en última instancia, al desastre”
(Henry Kissinger en su libro Liderazgo)
Esta semana acabó el siglo de Kissinger. El político que, sin ser jefe de Estado, ha tenido la mayor influencia en la configuración de la geopolítica mundial.
Secretario de Estado con Richard Nixon, su puesto más importante que terminó hace medio siglo. La otra mitad de su vida la dedicó a asesorar a todos los presidentes de Estados Unidos y a múltiples líderes mundiales.
El primer párrafo de la nota publicada en el New York Times intenta una síntesis imposible: “Henry A. Kissinger, el académico convertido en diplomático que diseñó la apertura de Estados Unidos hacia China, negoció su salida de Vietnam y utilizó la astucia, la ambición y el intelecto para rehacer las relaciones de poder de Estados Unidos con la Unión Soviética en el apogeo de la Guerra Fría, que a veces pisoteaba los valores democráticos para hacerlo, murió el miércoles en su casa en Kent, Connecticut”.
Hace exactamente 50 años Kissinger fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz, por su trabajo en la negociación de cese al fuego estampada en los acuerdos de paz de París, negociados con su contraparte en la premiación, el vietnamita Le Duc Tho, donde se sentaron las bases para poner fin a la guerra de Vietnam.
Paradójico Nobel de la Paz, a quien muchos también consideran un criminal de guerra y un golpista. Sus detractores cuestionan sus documentadas dañinas intervenciones en asuntos antidemocráticos y sanguinarios en países tan diversos como Camboya, Chile, Argentina, Bangladesh e Indonesia, por nombrar solo algunos de los más notables.
Justo el día de ayer terminé su último libro ¡publicado apenas hace un año! Liderazgo: Seis estudios sobre estrategia mundial. Apasionante radiografía del carácter y la visión de personajes que han marcado el rumbo no solo de sus países sino del mundo y con quienes tuvo conversaciones relevantes y conocimiento de primera mano de su forma de pensar y actuar.
El autor recorre la forma en que Konrad Adenauer, Charles De Gaulle, Richard Nixon, Anuar el Sadat, Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher, cambiaron para siempre el rostro de sus naciones.
Adenauer es el responsable de reinsertar a la derrotada Alemania al sistema internacional. Lo hizo desde una estrategia de la humildad donde llevó a cabo un pleno reconocimiento de los crímenes de guerra y los destrozos causados por su país en las guerras mundiales para, poco a poco, ir construyendo confianza con sus interlocutores donde su plan maestro fue combatir la noción de una Europa alemana para pasar a la idea de una Alemania Europea. Al hacerlo así, Adenauer fue vital para la construcción de lo que es hoy la Unión Europea.
De Gaulle es el artífice de una Francia siempre capaz de jugar en una división mayor a partir de su capacidad para exigir su lugar y ganárselo con inteligencia y determinación. El texto relata cómo De Gaulle desde un inicio criticaba la idea de una actitud defensiva para protegerse y siempre favorecía la idea de que “la mejor defensa es el ataque”. Desde una estrategia de la voluntad y la audacia que inició al salir de su país durante el control nazi y autonombrarse líder la Resistencia. Primer paso para encabezar la reconstrucción de la Francia moderna.
Nixon terminó la guerra de Vietnam y buscó la apertura hacia China con un doble objetivo: contrarrestar el poder de la Unión Soviética y a la vez ir colocando las primeras piedras de la integración de China al sistema mundial. Nixon vio con claridad que China era un gigante dormido, muy peligroso para no tenerlo cerca, por lo que era fundamental establecer relaciones y diálogos que disminuyeran la posibilidad de confrontación.
Anuar el Sadat logró algo fundamental, rompió la inercia y guiado por una estrategia de la trascendencia, firmó acuerdos de paz con Israel, lo que le ha permitido a Egipto concentrar sus esfuerzos en tareas más relevantes para el bienestar de su población. Su legado se ha visto truncado no solo por su asesinato sino por lo distante que se ve la meta final de lograr la paz en la región.
Lee Kuan Yew, el artífice del Singapur moderno, que con firmeza y claridad logró que la pequeña ciudad Estado no fuera devorada por China y mantuviera su autonomía e independencia. La estrategia de la excelencia comandada por Kuan Yew como mecanismo para construir una economía muy fuerte a la par de un mando autoritario —no como fin en sí mismo, sino como medio para evitar el conflicto en una sociedad multicultural— destaca la relevancia de un gobierno eficaz y una filosofía más centrada en el grupo y la comunidad, que en la libertad individual.
Cierra el libro la estrategia de la convicción de Margaret Thatcher, que logró sacudir a un Reino Unido que se regodeaba en su decadencia para poner un alto y mover a su país hacia otra dirección. Entre otros frutos de su determinación está el triunfo en la Guerra Fría al derrotar a la Unión Soviética, siendo una aliada fundamental de los Estados Unidos. Su vehemente defensa de la libertad individual y de las responsabilidades de los ciudadanos, marcaron su legado ferozmente anticomunista.
En México, el presidente saliente ha sido un líder relevante al interior, pero profundamente irrelevante al exterior. Los liderazgos que relata Kissinger fueron trascendentes porque no se quedaron en una mirada corta ¿Qué visión sobre el papel de México en el mundo tendrán Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum?
El autor es CEO Founder LEXIA Insights & Solutions