El viernes pasado Donald Trump posteó en su red social Truth Social un video en el que vemos, en la cajuela de una camioneta, una imagen del presidente Joe Biden en el suelo, atado de pies y manos, a la manera de un rehén secuestrado.
El video causó indignación y una amplia conversación sobre las implicaciones de que el posible nuevo presidente de los Estados Unidos sea un promotor activo de la violencia, incluso con imágenes que incitan a ejercerla contra el presidente en funciones.
Ya en semanas pasadas había declarado que si pierde la elección habría un “baño de sangre” y muy constante inflamando la retórica antiinmigrante que califica a las personas de alimañas, criminales y que van a envenenar la sangre de la nación. La sangre, otra vez la sangre.
Donald Trump juega con fuego en un país donde hay más armas que personas y donde fuimos testigos de un intento de golpe blando incitado por él mismo. Un evento que generó muerte, destrucción y una severa profanación al Capitolio, la institución ‘sagrada’ del poder político de los Estados Unidos.
Recordemos que ya hay cientos de personas en la cárcel a causa de estos hechos. A ellos Trump les ha ofrecido el perdón presidencial si es electo. Él mismo corre el peligro de estar tras las rejas si se le encuentra culpable de alguno de los 91 cargos penales que enfrenta en cuatro distintos casos, el más trascendental el relacionado con la toma del Capitolio.
Hay quien dice que la principal motivación de Trump para ganar la elección es no acabar en la cárcel, lo cual evitaría echando mano de una disposición jurídica que permite a los presidentes perdonar crímenes, en este caso se autoperdonaría.
Ese 6 de enero del 2021 estuvo en peligro real la vida de las figuras políticas más importantes del país: el vicepresidente Mike Pence y la líder del Congreso, Nancy Pelosi, segundo y tercera en la línea de sucesión en caso de la ausencia del presidente.
Es preocupante que Trump no solo corteje, sino que también invite a la acción a los miembros de 165 milicias de ultraderecha que operan en el país (muchas de ellas cuentan en sus filas con militares y policías en funciones), que están literalmente en pie de guerra, validados y enfebrecidos.
De estas filas de escuadrones del ‘odio organizado’ emergieron los cientos de sentenciados por el ataque al Capitolio y que ahora Trump llama héroes y rehenes de una justicia injusta. Al mimetizarse con estos criminales violentos vuelve a cruzar una nueva frontera.
Su fórmula hasta ahora muy exitosa consiste en romper las reglas, succionar toda la atención de los medios de comunicación, estar en el centro de la agenda con una imparable secuencia de provocaciones y, posteriormente, defenderse con diversas tretas.
El expresidente es comparado con el gran Houdini, el milenario escapista capaz de salir de cualquier problema con recursos inimaginados.
Su catálogo de trucos incluye victimizarse de cara a la opinión pública y en cuanto a la justicia, lo hace atrincherándose en los vericuetos del sistema judicial estadounidense explotado por astutos abogados cuyos recibos de honorarios se tasan en millones de dólares.
La espiral comunicacional de Trump se encuentra atrapada en la necesidad de subir el tono permanentemente para asegurar su dominio mediático y la excitación de sus seguidores más fieles.
La paradoja consiste en que esta radicalización es la ventana por la que se puede asomar la derrota republicana en noviembre, pero ¿y si no?
Si Trump se levanta con la victoria, su constante recurso a la violencia verbal contra sus múltiples detractores y sus resortes a pasar del insulto, la burla y el apodo a una incitación directa al odio y a la violencia preocupan mucho, especialmente sus implicaciones en la arena geopolítica internacional donde la invasión a Ucrania, el conflicto ampliado en Medio Oriente, la amenaza de China sobre Taiwán son pasto seco para un lenguaje incendiario.
Para México la escalada violenta de Trump tiene múltiples implicaciones preocupantes: la amenaza de cerrar frontera, deportaciones masivas, represalias comerciales, amenazas directas de intervención militar contra las bandas del crimen organizado y un largo etcétera.
La noche del 5 de noviembre, la nueva presidenta de México ya llevará 36 días en el cargo y deberá estar muy preparada para lidiar con una amenaza tan grande como probable. Si Xóchitl Gálvez fuera la presidenta tendría a su favor la medalla de haber sabido trascender a nuestro bully local (peso pluma contra el Mike Tyson de los aprendices de tirano).