Ya desde febrero en mi colaboración To Biden or not To Biden planteaba: “No se cambia caballo a mitad del río” y “más vale tarde que nunca” son dos refranes que condensan las cada vez más ruidosas discusiones al interior del Partido Demócrata sobre la nominación de su abanderado en la elección presidencial de noviembre.
Esas ruidosas discusiones ya son estruendosamente abiertas. El pánico satura no solo el espacio mediático, sino todos los canales de comunicación posibles, a puerta cerrada, en llamadas telefónicas, en mensajes encriptados, en televisión, en las redes sociales.
La principal debilidad de Biden es ser percibido como un anciano disminuido que no está listo, no solo para vencer a Trump, sino para ejercer la posición más poderosa del planeta durante otros cuatro años.
El ataque de nervios se ha transformado en pánico tras el desastroso debate de junio, donde la principal tarea de Biden era la de aparecer fuerte y lúcido, lamentablemente, sucedió todo lo contrario.
Este viernes será fundamental para el destino de Biden. Tiene agendada una entrevista uno a uno de gran relevancia en la cadena ABC con el periodista George Stephanopoulos. Estará expuesto a millones de miradas que escudriñarán su desempeño para dar un veredicto definitivo: debe o no debe seguir.
Aunque, a fin de cuentas, la decisión final recaerá en el propio Biden. Si él decide continuar es muy poco probable que una revuelta interna lo baje de la contienda.
Si Biden me preguntara (algo que obviamente no sucederá): ¿debo seguir o parar? Le diría: querido Joe, no debiste haberte presentado a la reelección, pero como el hubiera no existe, lo que toca ahora es bajarse y allanar el camino. Hay que tomar el riesgo.
Entre este griterío y la estridente danza de gallinas descabezadas, aquí algunos pros y contras de los diversos escenarios.
Biden continúa. Él es el presidente, tiene buenos resultados que presumir; ya venció una vez a Trump, fue electo por su partido, la estructura partidista y la campaña está encabezada por su gente, por su equipo. El Partido Demócrata no entraría en una disputa abierta y una guerra fratricida de intereses y posturas ideológicas. No se trastocarían las finanzas, los contratos con medios y asesores, la logística en general de la campaña. Este escenario tiene en contra que nada indica que se pueda cambiar la imagen de un anciano senil que, a pesar de ser muy querido y respetado, tiene pocos elementos para revertir la pequeña ventaja que le lleva Trump. Muy difícil imaginar un horizonte del tipo “caballo que alcanza gana”. Este escenario es defendido principalmente por su círculo cercano, su familia, sus asesores de toda la vida y figuras del establishment que derivan su poder de la cercanía con el presidente.
Kamala Harris le entra al quite. Ella es la vicepresidenta, lo que la sitúa a solo un paso de ocupar la Oficina Oval en caso de que Biden muera o renuncie. La fórmula Biden-Harris ha sido ganadora tanto en la elección presidencial como en la actual nominación. Legalmente, puede acceder a los recursos financieros que ha recibido la campaña. Para llegar a la vicepresidencia tuvo que pasar un meticuloso examen de sus antecedentes personales, profesionales y financieros. Si ella no fuera nominada, podría haber un desencanto importante entre segmentos clave del voto demócrata: las mujeres y las personas negras (específicamente entre el segmento esencial para sus grandes victorias: las mujeres negras). En contra tiene que su paso por la vicepresidencia ha sido gris y su participación en las primarias del 2020 tampoco despertó gran entusiasmo. En las encuestas sus números son similares a los de Biden, pero no tiene debilidades tan evidentes. Una gran incógnita es: ¿está cerca o lejos del corazón de Biden? ¿Le gustaría que ella fuera su sucesora? Este escenario es defendido también por el establishment y por políticos muy preocupados por las implicaciones logísticas, financieras, de equipos y asesores.
Gretchen Whitmer. Entre la amplia gama de aspirantes, destaca entre los estelares gobernadores demócratas, su nominación es la que más sentido hace desde una perspectiva de opinión pública y rendimiento electoral. La gobernadora de Michigan ha ganado dos elecciones en su estado por un margen del 10 por ciento a sus rivales republicanos. Los demócratas solo necesitan ganar ese estado, Wisconsin y Michigan para repetir en la Casa Blanca. Es joven (52 años), ha sido una defensora exitosa de los derechos reproductivos (asunto clave para el electorado femenino y demócrata) con buenos resultados en su gestión y un claro contraste por edad, género y temperamento con Donald Trump. Este escenario es defendido por quienes piensan que lo más importante es ganar con las mejores cartas posibles en materia de opinión pública, dejando a un lado todos los obstáculos y complicaciones que implicaría un cambio de esta magnitud en materia política, ideológica, operativa y legal.
Otros asuntos muy complejos en este margallate son los cómos: ¿debates? ¿Encuestas? ¿Votaciones? ¿Rienda suelta a los delegados en la convención? ¿Declinación a favor de Kamala? ¿Renuncia a la Presidencia y Kamala presidenta desde antes? … Y una larga lista de imponderables.
Desde una perspectiva de opinión pública es evidente que Biden y el Partido Demócrata se equivocaron en buscar la reelección. La duda que queda es si redoblarán la apuesta o romperán el vidrio para intentar extinguir la crisis.
La respuesta debiéramos tenerla pronto. El espectáculo de tanto demócrata al borde de un ataque de nervios no prefigura un buen resultado.