La revolución bolivariana hecha en nombre del pueblo se ha quedado sin pueblo. En Venezuela han comenzado a derribar las estatuas de Hugo Chávez. El redentor está cayendo de los altares. No lo tiran los neoliberales, lo tira la gente de los barrios.
El manual populista latinoamericano es simple y de fácil aplicación. Hay que enfrentar a las grandes mayorías contra las élites. Estos liderazgos llevan agua a su molino al capitalizar las enormes desigualdades e injusticias que históricamente han sufrido las mayorías en nuestros países.
El modelo, llevado a su extremo, tiende a explotar y derrumbarse al paso del tiempo. La receta tiene cinco ingredientes principales:
• Liderazgo mesiánico.
• Acabar con las instituciones, los contrapesos y los medios de comunicación independientes.
• Activa redistribución de la riqueza a través de programas sociales.
• Pactos con el estamento militar.
• Alianzas internacionales con pares “antiimperialistas”.
El modelo es eficaz para concentrar el poder político, pero a la vez es “mucho poder para no poder hacer mucho” en beneficio del desarrollo de sus sociedades.
El modelo funciona al principio, pues la gente se siente agradecida y recompensada emocional y pragmáticamente. Reciben dignificación y alivio económico, lo cual está muy bien.
En esta fase, el líder puede mantenerse en el poder con el apoyo de los votos, su liderazgo es apreciado e incluso “idolatrado”.
El fracaso futuro se empieza a gestar con los ataques sistemáticos a las instituciones democráticas, al Estado de derecho, a debilitar al árbitro electoral, a minar los poderes Legislativo y Judicial, a amordazar a los medios y opinadores críticos, a inhabilitar a los rivales políticos de la oposición, a amenazar al empresariado.
Al ir perdiendo legitimidad democrática, el control político empieza a depender más de la fuerza, la cual estará a cargo de autoridades arbitrarias, del Ejército y en última instancia de grupos de choque paramilitares, lo cual ilustra una clara manifestación de la degradación del régimen (en este caso personalizada por los ‘colectivos chavistas’ que no son otra cosa que porros con permiso para matar a nombre de ‘la soberanía nacional’).
Una debilidad adicional es la excesiva concentración de poder en el líder carismático, la cual se agudiza ante la ausencia o falta del personaje original. Maduro no es Chávez y se nota. El esquema es muy frágil, pues pone en los hombros de una sola persona los destinos de la nación. En sociedades complejas esto provoca desaprovechar la energía y el talento de múltiples actores económicos, políticos y sociales.
En su combate a la oligarquía y el imperialismo yanqui, el modelo sugiere buscar alianzas con contrapartes de izquierda latinoamericana y con actores políticos beligerantes con Estados Unidos como lo son Rusia, Irán, Corea del Norte y China (estos gobiernos fueron los primeros en felicitar a Maduro tras su macrofraude electoral).
El nivel de deterioro de la situación política en Venezuela agrava la situación de una economía arruinada, con más de 8 millones de personas forzadas a emigrar y al menos dos terceras partes de los electores inconformes y decididos a no tolerar el fraude electoral. También entra en crisis su posición internacional de cara a sus contrapartes latinoamericanas.
Los gobiernos de Chile, Argentina, Perú, Uruguay, Costa Rica, Panamá y Dominicana han denunciado abiertamente el fraude y como respuesta Maduro les ha exigido que retiren a sus embajadores. En este grupo destaca el gobierno chileno de Gabriel Boric, que, a pesar de ser de izquierda, en todo momento ha denunciado el autoritarismo del régimen.
El apoyo incondicional a Maduro por otros gobiernos de izquierda de la región se ha resquebrajado, especialmente el caso de dos países vecinos. El gobierno de Lula en Brasil y el de Petro en Colombia, pues ambos ya han pedido que se transparente el proceso, con lo cual quedaría demostrada la derrota del líder bolivariano.
Lula y Petro, aliados cercanos al régimen bolivariano, son los principales actores políticos que pueden contribuir a una salida negociada y a restablecer la estabilidad democrática en Venezuela, a la vez de ofrecer ciertas concesiones y garantías a Maduro y sus secuaces.
Cabe resaltar el protagonismo estratégico de Lula, quien ha firmado una declaración conjunta con Joe Biden en la que hacen eco del clamor internacional para que se “divulguen de inmediato datos completos, transparentes y detallados de las votaciones en los colegios electorales”. El mensaje es claro, la narrativa antimperialista no será excusa tolerada por un aliado –Lula– quien demuestra que hay límites democráticos que no desea traspasar.
Poco qué decir de las dictaduras que sufren los cubanos y nicaragüenses, que inmediatamente reconocieron a Maduro.
¿Y México? Nuestro gobierno está más cerca de la narrativa antimperialista y antiinjerencista (como ejemplo ilustrativo, hacerle el vacío a la OEA), aunque al parecer pudiera sumarse a Brasil y Colombia para intervenir en una posible solución. Ya veremos si el presidente López Obrador sigue atrincherado en el añejo discurso de la no intervención. Por su parte, nuestra virtual presidenta electa, Claudia Sheinbaum, pareciera fijar una posición ambigua donde intenta quedar bien con ambas partes, lo que se desprende de la siguiente declaración: “escuché al presidente López Obrador que hablaba del 80 por ciento ciento computado, hay que esperar también al final del cómputo. Entonces yo creo que lo primero es transparencia en el resultado, que se termine de contar, y lo segundo, también decir, que no estamos de acuerdo con el intervencionismo”.
El pueblo venezolano votó con claridad contra Maduro. Todo país democrático de la región debiera tener una unívoca demanda: “voto por voto, casilla por casilla”.