No nos engañemos, vivimos tiempos de sacudidas e incertidumbre. Para sortearlos, la estrategia no puede ser apostar a la inercia, meter la cabeza en la arena o decir simplemente aquí no pasa nada.
Por un lado, la acelerada destrucción institucional en México y, por el otro, la próxima disrupción anunciada por Donald Trump y sus emisarios destruirán las bases de una relación bilateral a la vieja usanza.
¿Qué tipo de diálogo, colaboración o cooperación se puede esperar entre dos gobiernos cuyo principal objetivo es voltear de cabeza a sus respectivas instituciones?
En la primera administración Trump sabemos lo que sucedió. Un arreglo funcional para los presidentes de Estados Unidos y México donde cada uno obtuvo lo que quería. Trump amenazó con tarifas demoledoras y rápidamente dobló al gobierno mexicano para que actuara como muro en su frontera sur.
López Obrador hizo esas concesiones y con la velada amenaza de abrir la llave a la migración consiguió de Trump y Biden una enorme tolerancia a todas sus acciones dentro del ámbito mexicano.
Hoy las circunstancias han cambiado porque el triunfo de una administración Trump radicalizada en sus metas, discursos y funcionarios protagonistas prefiguran una dinámica ruda, ya no solo en palabras sino también en los hechos.
Empecemos por lo que más importa, las personas. La mancuerna formada por el poderoso asesor supremacista Stephen Miller y el denominado zar de la frontera Tom Homan no han parado de insistir en que las acciones de deportación masiva van en serio.
En su tiempo, la administración de Barack Obama fue muy activa en la materia, tanto que en los círculos latinos y de defensa de los inmigrantes se le denuncia como el “Deporter-In-Chief”. También es cierto que tuvieron ciertos criterios para hacerlo de manera no indiscriminada, al definir como prioridad a los recién llegados y a los que hubieran cometido un delito.
Acá en Estados Unidos, los intereses de la industria de prisiones ya se están frotando las manos con las ganancias que les representaría la construcción y administración de grandes instalaciones donde recibir a las personas que serían deportadas. Un caso más donde la codicia pasa por encima de la solidaridad humana. Escenario distópico con tonos claramente fascistas.
Si el tema central de la campaña de Trump fue la frontera y la supuesta invasión migrante, lo responsable es estar preparados para una respuesta humanitaria de gran calado para lo que se viene. Será justo y necesario no dejar a la deriva el destino de tantos sueños rotos.
Durante la campaña, Trump y los republicanos explotaron al máximo el malestar con la inflación que siguió a la recuperación económica pospandémica.
El efecto inflacionario que implicaría deportar a miles de personas que trabajan tanto en los campos como en las empresas empacadoras traería consigo un importante efecto inflacionario. He aquí un tema relevante con el cual construir una narrativa de defensa de los trabajadores migratorios en el mismo código transaccional que tanto le gusta a Trump.
Otro terreno donde se vienen movimientos importantes es el relativo al proceso de revisión del T-MEC, donde el objetivo debiera ser mantenerlo lo más alejado posible del tema migratorio y los relacionados con seguridad y narcotráfico.
Sería un error prender una veladora y sentarse confiados a esperar que no haya afectaciones profundas en dicha revisión por el simple hecho de que el acuerdo fue diseñado durante la primera administración Trump y su principal arquitecto, del lado estadounidense, será Robert Lighthizer, quien será nombrado representante comercial de la nueva administración.
Definitivamente, estos puntos son favorables para construir el marco de negociaciones donde los cambios sean mínimos y los daños quirúrgicamente administrados.
Con bisturí y no con machetazos o aplanadoras. La amenaza de tarifas está ahí; lo importante será desviar el objetivo del golpe al subrayar el valor geopolítico de la integración económica de Norteamérica.
De cara a la futura relación entre ambos países es esencial que todos los actores económicos, políticos, sociales y gubernamentales asuman una visión de Estado tanto para proteger a nuestros compatriotas como para potenciar nuestros intereses comerciales haciéndolo unidos y con una sola voz bien articulada, firme y persuasiva.
La situación no está para seguir dividiéndonos. Si nos dividen nos vencerán.