Contracorriente

La disputa electoral

Es claro que en la elección se juega el apoyo franco del Poder Legislativo al gobierno, o una Cámara de Diputados con mayor presencia del PAN, PRI y PRD.

Este próximo domingo, los gobernados procederemos a elegir 500 diputados federales, 15 nuevos gobernadores y 19 mil 915 legisladores y munícipes locales. Quienes resulten electos tomarán decisiones en nuestro nombre, que sólo para eso los elegimos.

Es claro que en la elección se juega, por un lado, el apoyo franco del Poder Legislativo a la política económica y social del gobierno y, por el otro, una composición de la Cámara de Diputados con mayor presencia del PAN, PRI y PRD, que no llegarían para negociar nada, sino con la consigna de sus promotores de frenar al gobierno.

El verdadero problema político que está detrás de las elecciones del 6 de junio es que las élites económicas no comparten los principios básicos ni los propósitos últimos del proyecto de país que persigue el gobierno, por la razón principal de que no están dispuestas a ceder poder en los mercados ni en las instituciones del Estado.

Y resulta que bajarle al predominio de esos poderes es indispensable para construir en México un nuevo Estado desarrollista, más eficiente en la promoción de inversiones privadas, pero también en la distribución con equidad de los ingresos. AMLO lo está intentando a la mexicana, igual que Joe Biden lo está haciendo para Estados Unidos.

El primer requisito para avanzar en tal proyecto es la recuperación de soberanía política del Estado, copada durante décadas por el poder económico, y frenar la corrupción entre algunas de las muy grandes empresas y gobierno, la cual, además de todo, traba el desarrollo de otros inversionistas privados.

No hay que perder de vista que recuperar márgenes de acción política del Estado es un proceso gradual que tiene plazos y dificultades técnicas pero sobre todo, políticas; lo han dicho los críticos del gobierno, a dos años y medio no hay resultados de los que pueda presumir, y es cierto. Además, la pandemia agravó las dificultades de todos los procesos y empobreció los ingresos de toda la gente.

A pesar de todo, se han puesto en marcha medidas desarrollistas muy importantes, dos por ejemplo: la recuperación de ingresos que genera la explotación de los recursos naturales (minería, petróleo, agua), y que han sido concesionados con criterios obscuros; la transparencia afecta a algunos concesionarios, pero atrae a otros inversionistas en mejores términos y el intento de equilibrar el desarrollo regional, favoreciendo con inversiones públicas a los estados del sur y sureste; el corredor transístmico ha recibido poca atención y críticas de la oposición, la cual se ha centrado en la refinería en Dos Bocas y el tren maya que cuestan aproximadamente 1.01 por ciento del presupuesto federal de un año.

De culminar bien esos y otros procesos, como las mejoras salariales, a las pensiones y a la recaudación fiscal, podrían mejorar los niveles de inversión productiva, la movilidad social ascendente y las expectativas de la población empobrecida de ser parte de esa movilidad. Entre tanto, se están repartiendo miles de millones de pesos en mano a millones de beneficiarios campesinos, jóvenes y adultos mayores.

Estoy convencido de que AMLO no es un socialista ni nada exótico, sino un auténtico producto de nuestra historia contemporánea, cargada de injusticias, de abusos de poder y de corrupción, lacras que él, lamentablemente, le endilga, por no hacer deslindes explícitos, a la inmensa mayoría de los grandes, pequeños y medianos empresarios mexicanos que son parte constitutiva de las clases medias.

La elección del domingo mantendrá el margen de acción del gobierno para avanzar en su llamada 4T, o lo reducirá y eventualmente lo neutralizará en sus principales propósitos.

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