Hay varios procesos políticos puestos en marcha por el gobierno que, si llegan a buen fin, significarían transformaciones profundas para el país, pero eso depende de apoyos de los sectores sociales que involucra cada uno de esos procesos, y de que atraigan las inversiones privadas necesarias, movidas por la lógica de los negocios y no por la exigencia de privilegios que muy pocas empresas obtenían del gobierno.
Me refiero a procesos en marcha como el impulso desarrollista al sureste, rico en recursos naturales y sobrepoblado de pobres; a la revisión de concesiones para explotar el agua, los minerales y las fuentes generadores de energía, pagando muy bajas contribuciones a la nación.
Otro proceso en marcha es la reforma laboral que propicia una democracia sindical y con ello, la mejoría de las negociaciones de contratos colectivos (el TMEC va tras ello, porque en EU del valor agregado que se genera en las empresas, a los salarios les corresponde 79 por ciento y en México apenas 19 por ciento).
Era inevitable que la separación del poder económico del poder político fuera el cambio más conflictivo, al grado en que por momentos parece más una ruptura que una transformación razonable que permitiera eliminar privilegios de unos y las consecuentes desventajas para otros inversionistas.
La transformación de la que el presidente se siente más orgulloso, según sus declaraciones, es la que pone la atención del gobierno federal en los pobres, por primera vez en décadas, y les hace saber a esos mexicanos que tienen un presidente que los representanta, al estilo personal de López Obrador, con un aire paternalista -material y moralmente- hacia ellos; la transferencia de dinero en mano es la principal acción de la política social que, si bien se justifica por las urgencias de las familias, no basta para modificar las estructuras de la pobreza.
Ninguna de las transformaciones en proceso será verdadera sin el respaldo social de los interesados, y de la tantas veces señalada meta de elevar las inversiones de capital nacional de 18 a 22 y hasta 25 por ciento del PIB. Lo lógico sería que la política personalista de López Obrador fuera más conciliadora para sumar apoyos.
En vez de eso, el presidente sigue abriendo frentes de confrontación. Nadie puede creer seriamente lo que dijo en la mañanera del viernes 11, en el sentido de que los pobres son quienes mejor perciben “que había corrupción”, mientras que “un integrante de clase media-media, media-alta, incluso con licenciatura, con maestría, con doctorado, no, está muy difícil de convencer (porque tiene) una actitud aspiracionista, triunfar a toda costa, salir adelante, muy egoísta”.
Ciertamente, las inclinaciones ideológico-políticas de las clases medias están influenciadas por la narrativa de las élites de poder económico y cultural, y por los medios de comunicación, pero es un grave error ignorar que sus posiciones tienen un enorme efecto en las clases medias bajas y en las populares.
Pareciera que se olvida que los sectores medios de cualquier nación han sido protagonistas de las grandes transformaciones, los que primero perciben las fracturas en las élites de poder y señalan tanto la necesidad como las oportunidades de cambio.
Sin el concurso de las clases medias mexicanas, la 4T no sólo perderá apoyo electoral, sino el económico de sus inversiones porque a esos sectores pertenecen los 4.1 millones de micro, pequeños, medianos y grandes empresarios que han sufrido por la corrupción y que aspiran a que las condiciones de lo público sean parejas para todas las inversiones.
Además de quienes tenemos el privilegio de haber estudiado licenciatura, maestría o doctorado, también son de clases medias los científicos, académicos y artistas, y los millones de empleados privados y burócratas de la economía formal.
La sucesión en 2024 se decidirá en favor de las fuerzas económicas y políticas que convenzan de su intención de promover una gran ampliación de las clases medias.
Horas después de que López Obrador abriera el nuevo frente de confrontación con las clases medias, la secretaria general de Morena, Citlalli Hernández Mora, declaraba ante la Associated Press que su partido -el del presidente- no obtuvo los resultados deseados en las elecciones porque “Nos hemos alejado de la capacidad de construir un discurso que conecte con la clase media que tradicionalmente nos acompañaba”, y también, dijo, del feminismo, de los periodistas y del sector empresarial, “y eso se notó en el ‘voto de castigo’ que hubo en Ciudad de México”.
Una apreciación más certera la de Citlali Hernández que la condena a las clases medias como irrecuperables por «arribistas, egoístas, racistas e hipócritas».