La sequía que sufre gran parte del país es una certera advertencia de que si nada se hace, si se deja que todo en la agricultura siga igual, muy pronto tendremos mayor escasez y encarecimiento de alimentos, y hambre entre millones de mexicanos.
La situación es muy clara: en los estados donde están las principales presas de uso agrícola y la infraestructura de riego que asegura los más altos rendimientos (Chihuahua, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Sinaloa, Sonora y Tamaulipas), está lloviendo cada vez menos.
Unos cuantos datos ilustrativos elaborados por el Grupo Consultor de Mercados Agrícolas, con números de la Comisión Nacional del Agua: a mayo de este año, en comparación con el mismo mes de 2021, la caída de lluvia fue menor: 90.4 por ciento en Sonora, 83.9 por ciento en Chihuahua, 76.3 por ciento en Guanajuato, 72.3 por ciento en Sinaloa, 31 por ciento en Michoacán, 30.1 por ciento en Jalisco y 27.3 por ciento en Tamaulipas. Sólo en Nayarit llovió más que el año pasado, un 117 por ciento.
Estos porcentajes no son coyunturales, se vienen acentuando rápidamente. En cinco años, entre 2017 y 2021, las precipitaciones en esos ocho estados disminuyeron 64.6 por ciento. Aunque no es lineal y este junio mejoraron las condiciones de humedad en algunos municipios, hay una tendencia muy clara de escasez de agua para uso agrícola en los estados donde se concentra toda la infraestructura de riego con que cuenta el país.
Muchas naciones no tienen manera de afrontar el desastre que va provocando el calentamiento global, pero México sí tiene con qué hacerlo en el sur y sureste del territorio.
La mayor amenaza a la seguridad alimentaria es que los distritos de riego del norte y occidente del país se queden sin agua, posibilidad altamente probable, según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, de la ONU.
Dos millones de hectáreas de esos distritos se destinan a hortofruticultura, que han hecho de México el primer exportador mundial de aguacate, limón, mango, chiles, pepino y tomate. Hay otros 4.5 millones de hectáreas bajo riego, gracias al cual producen maíz blanco y otros granos básicos con altos rendimientos.
Si las lluvias escasean en el norte disminuirán esas cosechas, pero en el sur y en el sureste del país se prevé un clima más benigno y sobre todo, ahí está 60 por ciento del agua dulce con que cuenta el país.
Un acierto del gobierno de López Obrador ha sido haber destinado fuertes inversiones a esas regiones, las más ricas en recursos naturales y las más abandonadas en inversiones públicas y privadas. Se están construyendo un tren turístico, un corredor transístmico y una refinería que mañana se inaugura, pero nada se ha previsto hacer que sirva para elevar rendimientos en la agricultura.
El Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) y el Colegio de Postgraduados de Chapingo han explorado juntos el potencial productivo en Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Tabasco, Campeche y Quintana Roo desde hace décadas, y ahí están los estudios que demuestran cómo y con qué se puede asegurar el abasto pleno y sobrantes de 16 cultivos básicos para la alimentación, de los cuales, actualmente se tiene que importar en promedio más de 50 por ciento del consumo.
Tres cosas se necesitan: invertir en canalizar el agua de la región hídrica más rica del país a ciertas parcelas (hasta tres millones de hectáreas); proveer semillas y otros elementos tecnológicos, y ofrecer servicios adecuados de financiamiento y comercialización, es decir, el sur-sureste necesita lo mismo que el Estado aportó a la agricultura norteña en los años 60 del siglo pasado, y que el cambio climático obliga a desarrollar el potencial de recursos de otras regiones.