Sigue la discusión entre economistas sobre la principal causa de la inflación que agobia a todo el mundo; unos consideran que radica en la demanda excesiva, y otros que hay que buscarla en las dificultades de la oferta de bienes y servicios.
Casi todos los gobiernos han asumido sin más, la perspectiva monetarista; según ese punto de vista, para controlar el alza de precios se debe hacer lo mismo que durante la experiencia neoliberal -que fue de baja inflación entre 1980 y 2021- es decir, basarse en la confianza en la autonomía y gestión de los bancos centrales, y en la disciplina fiscal de los gobiernos.
Ello, no obstante que la crisis financiera de 2008 minó la confianza en los sistemas financieros, mientras que la recesión provocada por el Cocid-19 de 2020 arrasó con los equilibrios macroeconómicos; ante tales cambios, el diagnóstico monetarista es el de siempre: la inflación se debe al exceso de circulante monetario, causado en esta ocasión por el gasto con el que los gobiernos intentaron mitigar los efectos del encierro forzado por la pandemia. La receta tampoco cambia: reducir la capacidad de consumo de la gente, para lo cual los bancos centrales deben subir las tasas de interés.
El otro enfoque le da mayor importancia en la baja inflación de las pasadas décadas a los factores que favorecían el abatimiento de costos en las líneas de producción y la subida de las tasas de ganancia corporativas, y que ahora han llegado a su límite, o han desparecido.
Un factor habría sido los grandes avances tecnológicos a partir de la aparición de las computadoras y de los sistemas informáticos, la microelectrónica, la óptica, la Internet, las redes inalámbricas, la industria química que desarrolló mejores productos farmacéuticos y nuevos materiales sintéticos; esas herramientas contribuyeron, sin duda, a aumentar la producción a menores costos, pero no dan más, y otros cambios están por llegar.
Un segundo factor fue la incorporación de China, Rusia y de otros mercados emergentes a la globalización, en la que esos países participaron ofreciendo materias primas y energéticos, bienes y servicios a bajo costo; ese factor se perdió desde que Donald Trump le declaró la guerra comercial (y tecnológica) de Estados Unidos a China en marzo de 2018, precisamente cuando la competitividad de las exportaciones de China alcanzaban récords. Luego vino la guerra en Ucrania y las sanciones impuestas por EU y Europa a Rusia, lo que ha interrumpido el abasto de energía, alimentos, fertilizantes, metales industriales y otros productos básicos a Europa.
Un tercer factor de la baja inflación neoliberal fue que los salarios no solo se mantuvieron bajos sino que se contrajeron en las economías ricas por factores políticos, como fue el debilitamiento intencional de los sindicatos de empleados y obreros. La masa salarial en Europa, como proporción del PIB, representaba, en 1975, el 69.9 por ciento del PIB y ya para el año 2006 había bajado a 57.8 por ciento, nivel semejante al actual. La agitación social que vivieron durante la década de 2010 y la inflación actual, han forzado a los europeos a reducir el papel de los salarios como factor de su competitividad.
La situación actual es que, por un lado, desaparecieron factores que propiciaron bajos costos de producción durante décadas, y por el otro surgieron nuevos obstáculos a la maximización de ganancias empresariales o lo que es lo mismo, al crecimiento de las inversiones y del PIB; destacan, por ejemplo, la concentración en unas cuantas corporaciones del control de diversos mercados, la parálisis financiera de los gobiernos por sus altas deudas y déficit fiscal, las pandemias, el cambio climático y las sequías que amenazan la producción agrícola.
Entre unos y otros factores, hacen cada vez mayor el riesgo de que la economía internacional se estanque en la estanflación, el peor de los mundos posibles; imposible que la economía mexicana no resintiera el alza inflacionaria, que sigue irrefrenable (fue mayor en julio -8.15 por ciento- que en agosto (7.99 por ciento), o que no tuviera un menor crecimiento por bajas inversiones (86 por ciento de las cuales son privadas) que el potencialmente posible; aún estamos 1.7 por ciento debajo del nivel del PIB del tercer trimestre de 2018. ¿Qué hacer para evitar mayores catástrofes? No se ha consolidado en el G7 o en el G20 una alternativa al neoliberalismo que integre coherentemente la economía, el derecho y la cultura, con la fuerza política suficiente para imponerse.