Contracorriente

Inflación e inversiones

Según el FMI, “es posible que el mundo pronto se tambalee al borde de una recesión global”, con efecto domino en México antes que en el resto de América Latina.

Algunos factores impulsores de la inflación mundial están cediendo, pero no uno fundamental que es la débil oferta de bienes y servicios de las economías europea y estadounidense ante el exceso de demanda que generaron los apoyos de gobierno a empresas y familias durante la pandemia.

Aunque han bajado los precios del petróleo crudo de 120 dólares por barril en junio a 90 dólares ahora, y los precios mundiales de los alimentos han seguido la misma declinación después del acuerdo negociado entre Rusia y Ucrania para permitir los envíos de cereales a través del mar Negro, y a pesar también de que los problemas de suministro de insumos que interrumpieron y encarecieron cadenas de producción durante la pandemia se van resolviendo, a pesar de todo, la inflación mundial no ha sido sometida porque la política monetarista de los bancos centrales sigue actuando como si la causa de la inflación fuera la demanda excesiva de bienes y servicios en los mercados, cuando el problema es que la oferta no ha sido capaz de responder a esa demanda excesiva que dejó la derrama de billones de dólares en apoyos gubernamentales a empresas y familias durante la pandemia.

La debilidad de la oferta occidental no es reciente, viene de tiempo atrás de la pandemia, y de la guerra de Ucrania que causó el alza de precios de energía y alimentos; viene de la disminución del crecimiento de la productividad de las principales economías, debida a inversiones productivas privadas y públicas que están a la baja desde 1980, tendencia que a su vez responde a la disminución a largo plazo de la rentabilidad de las inversiones en fábricas y tecnología y a las mejores utilidades que han ofrecido las inversiones en activos financieros y en inmuebles.

El círculo virtuoso del capitalismo permitió, entre 1945 y 1965, un crecimiento sostenido del PIB real a partir de una productividad laboral creciente, generada por elevadas inversiones en organización y tecnología empresarial, animadas por altas tasas de rentabilidad, que es el alma y corazón del capitalismo. Michel Roberts, economista inglés, ha dedicado sus estudios al comportamiento bajista de las utilidades empresariales en EU y Europa.

A partir de 1980 comenzó el declive de las inversiones privadas en bienes y servicios, pero el neoliberalismo permitió una ligera recuperación de las utilidades corporativas, alimentadas en parte por inversiones bursátiles y financieras, y en parte por la desaparición de millones de empresas débiles que dejaban espacios económicos a las mayores empresas.

Fue el periodo cuando a la economía estadounidense se le adjetivaba como la «economía casino». En esa lógica especulativa sobrevino la crisis financiera de 2008, originada en Estados Unidos por la quiebra de Lehman Brothers, a la que rápidamente siguieron otras quiebras bancarias en Europa por la súbita depreciación de los “bonos chatarra” vinculados a los mercados inmobiliarios.

Mientras que parte del capital estadounidense y europeo se movía en la especulación, China se adhirió a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en el año 2000 para competir por mercados y convertirse, en sólo 20 años, en el principal exportador, inversionista y financiero extranjero en toda Asia, África, parte de Europa y en casi toda América Latina.

El éxito comercial chino es el verdadero motivo de las tensiones entre Beijín y Washington, enfrascados en la disputa por mercados que es, en el fondo, la pugna por el liderazgo en ciencia y tecnología, disciplinas impulsoras a la vez de la carrera espacial y de la militar en las que sustentan las aspiraciones de ambos contendientes de ser la potencia hegemónica en el orden mundial.

La incapacidad occidental de frenar la inflación equilibrando oferta y demanda, es un indicador más de sus desventajas relativas en eficiencia y competitividad y lo que los bancos centrales están provocando al aumentar sus tasas, es elevar el costo de los créditos a los consumidores y del financiamiento a las empresas, lo que tiene el doble efecto de reducir la demanda en todos los mercados empobreciendo a las clases medias, llevar a las empresas más débiles a la bancarrota y provocar con ello un mayor debilitamiento. Dice el FMI en su último pronóstico económico que “es posible que el mundo pronto se tambalee al borde de una recesión global”, con efecto domino en México antes que en el resto de América Latina.

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