La rotunda victoria de la ultraderecha en Italia, con la coalición entre Hermanos de Italia de Giorgia Meloni y la Liga de Matteo Salvini, tiene causas culturales y políticas comunes al descontento de diversas sociedades con la desigualdad, uno de los mayores problemas sociales contemporáneos; para Europa representa, si no la llegada del fascismo al poder itálico, por lo menos el fin del antifascismo de la postguerra y como tal, un ambiente protofascista y un desafío “a los valores que justifican a la misma Unión Europea”, según editorializa El País.
Entre lo que es común del caso italiano a otras realidades, destaca la falta de una agenda política que sea «evidente» y el descontento del electorado con la clase política, a partir de que el neoliberalismo les hizo perder a los partidos principios y proyectos; a los Estados europeos y latinoamericanos los llevó al abandono de su compromiso con el bienestar social, lo que generó desconfianza en la política y en los gobiernos a niveles peligrosos, y de que convirtió las elecciones en un carnaval de banalidades vacías de contenido -Europa, Estados Unidos- porque ocultan su fundamental compromiso, que es salvar las utilidades corporativas.
Son efectos negativos de la globalización y de las políticas neoliberales que tienen su impacto más profundo en el aumento de la desigualdad, motivo de conflictos sociales y polarización política que dan lugar a movimientos populistas de «izquierda» y de «derecha».
El populismo itálico de extrema derecha -como cualquier populismo- ganó al lograr una conexión emocional del electorado con las fallas del sistema político, secundado por los medios de comunicación masiva que, conforme al neoliberalismo, alimentan a las sociedades con simplificaciones hasta conseguir que no se quiera escuchar ni entender nada más.
Con excepciones, los medios de comunicación masiva han fincado su poder en el hombre masa que Ortega y Gasset estudió tras la Segunda Guerra Mundial, que puede ser rico o pobre, educado o no, pero no quiere ser confrontado y menos ser agobiado con valores intelectuales o espirituales. El hombre masa tiene enorme necesidad de creer ciegamente en un líder carismático a quien seguir.
Movido por su descontento, ese electorado ha fortalecido a la extrema derecha en Italia, Noruega, Polonia y se extiende a varias naciones más, llevando al gobierno a líderes autoritarios al servicio de élites con poder y riqueza, que ni siquiera tratan de incidir en la redistribución de la riqueza o en la evolución cívica y conciencia política de su sociedad.
El avance de la derecha amenaza los valores y principios del humanismo europeo que fue construyéndose tras la Segunda Guerra Mundial, basado en la idea de que la verdadera igualdad social la determinan la cultura, valores y códigos que vinculan e identifican a cada persona con sus conciudadanos, principios que idealmente aluden a la libertad, a la capacidad humana de mejorar, de vivir con honestidad y buscando la belleza.
El ambiente protofascista en Italia tratará de destruir esa noción de igualdad (además de revertir las políticas sociales progresistas) y terminar el proceso, muy avanzado, de remplazarla por la referencia a las diferencias materiales, como el dinero, el poder, el origen social o el género con el que se distingue a cada persona de las otras; la exaltación de tales diferencias implican resentimiento social, en el que el fascismo finca sus raíces.