El mundo enfrenta un futuro cargado de riesgos e incertidumbres: inflación, recesión global, creciente desigualdad, demasiados países endeudados, calentamiento planetario, inseguridad y carestía alimentaria, una degradación climática sin precedentes y un eventual surgimiento de nuevas pandemias; desafíos que tendrían que afrontarse con nuevas perspectivas, evitando caer en las premisas y supuestos que nos condujeron al desastre actual.
Conforme al Consenso de Washington, que definió las reglas del juego para la economía mundial durante casi medio siglo, se desmontó la intervención de los gobiernos en la economía y lo mismo se hizo con el llamado estado de bienestar, que en México tuvieron vigencia como economía mixta y justicia social durante el llamado “milagro mexicano”, el cual duró de 1950 a finales de la década de 1970.
El “consenso” se convirtió en el lema de la globalización neoliberal y es por eso responsable de haber profundizado las desigualdades sociales y los desequilibrios entre países ricos y pobres. La opción para los gobiernos es clara, pero no de aplicación sencilla: seguir apoyando a un sistema económico fracasado, o reemplazar el “Consenso” de Washington con un nuevo contrato social.
Las bases de una perspectiva alternativa las ofrece la experiencia vivida con el neoliberalismo; es decir, mientras que el Consenso de Washington minimizó el papel del Estado en la economía y presionó a favor de una agresiva agenda de “libre” mercado, privatización, desregulación y liberalización comercial, un nuevo pacto social debería empezar por actualizar el papel económico del Estado en combinación con el de las empresas, y volver a establecer metas claras con la intención de favorecer el bienestar social.
El gobierno de la 4T presume haber reformulado el contrato social al atender “primero a los pobres”, pero su apego a políticas que continúan debilitando al Estado, como la negativa a realizar una reforma fiscal y la obligada austeridad consecuente, impiden pasar de programas asistencialistas a estrategias de impulso a inversiones mixtas en sectores estratégicos para desarrollar el potencial de crecimiento con mejores empleos.
Ciertamente, los mayores problemas son internacionales y es en ese plano en el que se debe reemplazar al Consenso de Washington para afrontar las crisis entrelazadas que con seguridad sobrevendrán en torno al cambio climático. Por ejemplo, las probabilidades de una drástica reducción en la disponibilidad de alimentos causada por fenómenos climáticos es científicamente considerada alta; algo tiene que cambiar para evitar que cinco empresas transnacionales que comercializan todo lo que se siembra con fines mercantiles, aprovechen la escasez para encarecer precios y enriquecerse más, tal como lo están haciendo en este momento con el pretexto de la guerra en Ucrania.
El problema es que no existe un orden institucional global que sea capaz de asegurar la cooperación y la paz; lo que hay son miles de interconexiones comerciales entre las naciones, en las que rigen la competencia mercantil, el dominio de las tecnologías y los sistemas de pago acoplados por unas cuantas empresas que controlan los intercambios de mercancías en los circuitos clave.
En esos ámbitos predomina la competencia y en periodos como el actual, una profunda confrontación Estados Unidos y sus aliados contra China y Rusia; la urgencia de llegar a un nuevo consenso que reivindique el bienestar social es clara, exige un nuevo orden mundial para implantar una nueva forma de pensar el desarrollo económico que no se reduzca a medirlo en términos de PBI o la rentabilidad financiera sino en lo que realmente importa: seguridad en el bienestar integral de la humanidad.