Las interrupciones de flujos comerciales que ocurrieron durante la pandemia y sobre todo, los severos conflictos geopolíticos entre EU y China, están forzando a empresas y gobiernos –particularmente al de nuestro vecino– a rediseñar las cadenas de suministro de insumos; en México ya se celebran los beneficios potenciales de ese reacomodo.
El tema se ha puesto de moda bajo el término nearshoring, que consiste en que las empresas retiren de Asia sus fuentes de suministro de al menos los insumos críticos, para reinstalarlas en países aliados y cercanos.
Eso no estaría ocurriendo si no fuera por el temor a la fragmentación de la economía global, uno de cuyos ejes es China, y que generan las tensiones geopolíticas causadas por la rivalidad entre el país asiático y Estados Unidos por el intento de EU de frenar el ascenso chino, que ya no representa una competencia económica, financiera y geopolítica solo regional, sino a nivel planetario.
A pesar de múltiples medidas restrictivas al comercio entre los dos países, los intercambios mercantiles de bienes y servicios a nivel global no se han modificado hasta ahora (se mantienen en niveles de 40 millones de millones de dólares anuales), aunque es previsible que la confrontación sino-estadounidense seguirá y podría profundizarse, lo que justifica el temor al riesgo de afectaciones a la interconexión económica que se estableció a lo largo de treinta años, cuando se pensaba que la globalización había llegado para quedarse.
La fragmentación de la globalización reconfigurará bloques y regiones económicas, como lo hizo el T-MEC entre México, EU y Canadá; las tres economías “representan casi una tercera parte del PIB mundial, un peso económico 50 por ciento superior al de China, casi 60 por ciento más grande que el de toda la Unión Europea” según escriben Antonio Ortiz-Mena y Diego Marroquín en la revista Este País (https://estepais.com/tendencias_y_opiniones/mexico-en-el-mundo/relocalizacion-cadenas-suministro/)
Estamos en la región más rica del planeta, como los socios más pobres y desorganizados para aprovechar esa posición en favor del desarrollo propio y socialmente equilibrado; van a ser treinta años desde la firma del TLC durante los cuales, las empresas y gobiernos de México se conformaron con hacer de las exportaciones –y no del mercado interno–, el principal impulso del crecimiento económico.
Empresas y gobiernos se conformaron con atraer maquiladoras ofreciéndoles disciplina de una fuerza laboral capacitada y barata, además de créditos fiscales y flexibilidad en normas ambientales; se conformaron también con alcanzar un nivel bajo de integración de cadenas de valor internas.
Se conformaron, en fin, con seguir la pauta y dinámica externas en ausencia de una política industrial que mirara al interior de la sociedad, de la economía y del territorio nacional.
El crecimiento de las exportaciones se concentró en las regiones y entidades del centro y norte del país donde ya existían caminos, transportes, energía, universidades y demás infraestructura, porque tampoco hubo un proyecto económico político y social que contemplara hacer extensivo el impulso externo al crecimiento a estados como Chiapas, Campeche, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz o Yucatán.
En verdad que fueron muy malas empresas y gobiernos, supuestamente convencidos de que los mercados harían que las cosas sucedieran, cuando la realidad es que hay que hacer que sucedan como consecuencia de propósitos y compromisos; a ver si en esta nueva oportunidad establecen responsabilidades con la perspectiva de trascender la dinámica externa del crecimiento, para seguir un proyecto de desarrollo equilibrado con bases internas.
El autor es analista, profesor de la UNAM, maestro en Historia de México de los siglos XIX y XX.