Contracorriente

Mr. Monsanto

¿Qué es lo que le preocupa al secretario de Agricultura estadounidense, Tom Vilsack, conocido allá como Mister Monsanto? Ganar votos electorales.

En un intento de evitar una controversia con el gobierno de Estados Unidos, el de México emitió el 13 de febrero pasado un segundo decreto para regular la siembra y el consumo del maíz transgénico y prohibir el uso del glifosato, más suave que el de diciembre de 2020.

El decreto vigente mantiene la prohibición de siembra y liberación al ambiente de ese maíz, así como su uso en la elaboración de masa y tortillas.

El asunto tiene aristas políticas y aspectos técnicos. Hay que considerar que el gobierno de Joe Biden busca reelegirse en noviembre de 2024 y necesita ganar votos entre los agricultores estadounidenses, para lo cual quiere dar la impresión de que defiende sus intereses con anticipación.

Digo anticipación porque las exportaciones de Iowa y otros graneros que tiene EU a México, no registran ni registrarán la menor merma con el decreto mexicano; no importamos maíz blanco con el que elaboramos tortillas, tamales, tostadas, tlacoyos y las delicias que ya usted conoce.

Los 17 millones de toneladas de maíz gringo que compra México cada año se usan aquí, como allá, principalmente para engordar animales, que es lo que ratifica el decreto, aunque también permite que se use para elaborar aceite comestible, corn flakes, jarabe de maíz de alta fructuosa y muchos comestibles más.

¿Qué es lo que le preocupa al secretario de Agricultura estadounidense, Tom Vilsack, conocido allá como Mister Monsanto, la empresa propietaria de las patentes de maíz transgénico y del peligroso herbicida glifosato? Ganar votos electorales, ya lo decíamos arriba, pero sobre todo, que Monsanto está perdiendo mercado: en la Unión Europea solo está autorizado el cultivo de maíz transgénico resistente a insectos (no la variedad resistente a herbicidas, que es la que en México se ha introducido), a pesar de lo cual, sólo se cultiva en España y poco en Portugal. Francia, que es el principal productor europeo de maíz, prohíbe su cultivo, lo mismo que otros 17 países de la región.

Los argumentos son varios: el International Journal of Biological Sciences trata de probar que el maíz transgénico de Monsanto está relacionado con daños en los organismos de las ratas, particularmente en hígado y riñones. Falta tiempo para probar su inocuidad en la salud humana.

Pero México, como territorio en el que se originó el maíz y su cultivo hace seis mil años en el Valle de Tehuacán, y es el reservorio de 64 variedades de ese alimento, 59 de las cuales son nativas, no puede ser sometido a los intereses mercantiles del secretario Vilsack, que pasan por alto el riesgo de pérdida del germoplasma de esas variedades por contaminación.

De permitirse su siembra indiscriminada sería prácticamente inevitable la contaminación de maíces criollos, adaptados por la naturaleza a las condiciones ambientales óptimas para su cultivo; de esas 64 variedades dependen las siembras del 73 por ciento de las unidades agrícolas de México.

Esto nos lleva a otro inconveniente del uso de semillas transgénicas, y es que no toda tecnología es útil en cualquier contexto económico, ni es sinónimo de progreso; las tecnologías desarrolladas en las economías avanzadas pueden causar efectos adversos en otras condiciones.

Es precisamente el caso del maíz transgénico, del que existen dos variedades: los resistentes a insectos (el autorizado en Europa y ya prohibido en 18 países) y la variedad hecha para resistir particularmente al herbicida glifosato, que también vende Monsanto.

Ese herbicida, sin cuya aplicación no tiene sentido la compra de la semilla que lo resiste, ya que es su única cualidad, si bien abarata el control de hierbas en la siembra de enormes extensiones, no aumenta rendimientos ni eleva el precio de la cosecha; sin embargo, su aplicación exige medidas extremas de cuidado por el riesgo de muerte que implica su alta toxicidad.

De ahí que el decreto de febrero pasado también prohíba su uso en nuestro país.

Si está por verse que el consumo humano directo de maíz genéticamente modificado afecte la salud, si su uso generalizado en nuestro territorio pondría en riesgo el germoplasma de 59 variedades de maíz nativas y si el ‘paquete’ tecnológico en que se vende es de muy alto riesgo (además de caro), lo razonable es que el panel de controversias no se deje llevar por el mercantilismo de empresas y gobiernos que las respaldan.

El autor es analista. Profesor de la UNAM. Maestro en Historia de México de los Siglos XIX y XX.

COLUMNAS ANTERIORES

Peor que el neoliberalismo
Quién gobierna

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.