El verdadero gobierno en México no es AMLO ni lo han sido los últimos presidentes; el gobierno lo constituyen, como en cualquier país “democrático” occidental, poderes formales e informales que gravitan e interactúan en los sectores público, privado y social.
En cada uno de esos sectores hay una cúspide habitada por los más poderosos, desde la cual ejercen influencia decisiva no sólo en su ámbito, sino que juegan diversos papeles en los otros dos. ¿Quién manda en México?, el más reciente libro de Miguel Basáñez (MAPorrúa, 2023), sostiene que son los tres sectores interactuando, mezclándose e influyéndose en una continuidad dinámica los que mandan.
Mucho más interesante analizar así la vida social que considerar a México el país de un solo hombre, como hacen creer algunos analistas.
El libro de Basáñez aporta datos valiosos para visualizar lo que ha pasado en México a causa del apego acrítico de los gobiernos del PRI y del PAN al consenso de Washington; al respecto, ofrece información detallada y rigurosa, y una sugerente propuesta de interpretación de los claroscuros de cada sector y su evolución entre 1988 y 2023; ¿Quién manda en México? lo considera Basáñez una continuación de La lucha por la hegemonía en México, publicado hace ya casi cuatro décadas. Vale mucho la pena leerlo y que cada lector saque sus conclusiones.
Las mías son que las funciones de cada sector se complementan y sirven con relativa eficiencia al mismo propósito en países más consolidados económica, social e institucionalmente que el nuestro, en los que el crecimiento económico, movido por las utilidades empresariales, pesa más que cualquier otra consideración.
Para asegurar que así siguiera siendo al presentarse la crisis de finales de la década de 1970, que sigue viva, surgió el neoliberalismo con su “consenso de Washington”, cuyo lema podría resumirse en dejar que el mercado funcione sin la intervención del poder público, y que la sobrevivencia de cada empresa y de cada familia dependiera de sí mismas.
Darwinismo económico y social que dio lugar a una extrema concentración de poder en la cúspide del sector privado, a costa de los poderes público y social.
Ese poder hipertrofiado de empresas transnacionales, y de una que otra nacional en cada país, generó desigualdades de todo tipo y espacios a la corrupción en países ‘ricos’, que en naciones menos desarrolladas institucionalmente como la nuestra han alcanzado índices de paroxismo disfuncional del sistema para quien quiera invertir, además de riesgos de instabilidad social.
Lo vemos en todo el mundo: bajo crecimiento económico desde hace 40 años y encendidas protestas sociales. La versión bananera del consenso de Washington (no todos los gobiernos le hicieron todo el caso acrítico como aquí) causó estragos en exceso: desigualdad, parálisis de la movilidad social, pérdida de expectativas sociales e incapacidad del sector público para responder a las más elementales demandas de la gente.
En todo el mundo se habla de que el consenso de Washington va de salida, que tiene que ser remplazado, pero todavía no hay un modelo alternativo para hacerlo. La 4T tiende a modificar algunos aspectos nodales, como la revitalización del papel económico del Estado, que permitiría incorporar e implementar metas sociales, tanto asistenciales como en mejoras laborales y de desarrollo de regiones siempre olvidadas. Son apenas tendencias que no tienen mucho qué presumir en resultados numéricos, pero son correctivos necesarios al curso del país de los últimos 40 años.
El autor es analista, profesor de la UNAM y maestro en Historia de México de los Siglos XIX y XX.