Ganó Trump la elección presidencial, además de la mayoría republicana en el Senado y el control de la Cámara de Representantes. ¿Quién ganó realmente?
Trump y Kamala Harris comparten el claro propósito de hacer que el sistema capitalista funcione mejor, esto es, que haya estímulos a las decisiones de inversión empresariales para que el crecimiento de la economía recupere el ritmo que perdió desde la crisis de 2008 y aún antes, a finales de los años 70 del siglo pasado.
Según Harris, y los demócratas, las políticas públicas deben favorecer la recuperación económica de las familias de clase media, es decir, estimular el mercado de consumidores, y sólo subsidiar algunas actividades consideradas estratégicas.
Ese enfoque de política perdió ante las promesas de Trump de reducirle los impuestos a todo mundo, aunque en los hechos los superricos del país y las grandes corporaciones serían los mayormente beneficiados. Prometió “bajar impuestos, regulaciones, costos de energía, tasas de interés e inflación”, sobre el supuesto de que los estímulos ficales harían que las grandes empresas aumenten sus inversiones y se acelere el crecimiento económico, supuesto que contraviene la experiencia en EUA y Europa de los últimos 40 años.
Durante ese lapso se ha seguido esa línea de política en EUA y Europa, y lo único que aumentó fueron las desigualdades, pero no las inversiones productivas porque para ese tamaño de empresas son mucho más importantes la estructura y fluidez de las cadenas de producción, los estímulos de mercado y la expectativa de ganancias, que los estímulos fiscales o la cancelación de regulaciones.
Eso le da a las grandes corporaciones una real autonomía ante cualquier gobierno de los países “ricos”, lo que va causando que las discusiones y las decisiones políticas vayan perdiendo peso en el curso de los acontecimientos.
Las desigualdades, por ejemplo. Economistas ingleses del Kings College identificaron las reducciones importantes de impuestos a los ricos habidas en 18 países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) entre 1965 y 2015, y concluyeron que sirvieron para acentuar la desigualdad de ingresos en esos países, pero no tuvieron efectos significativos en el crecimiento económico o el desempleo.
Con la elección de Trump ganaron algunos bonos adicionales las grandes corporaciones transnacionales, pero no la mayoría de los estadounidenses que sufrirán, junto con el resto del mundo, y México muy particularmente, otras dos promesas de la llamada “Maganomics” (Hagamos América grande otra vez, por sus siglas en inglés): una es la imposición de aranceles más altos a importaciones de bienes intermedios o de consumo final, y otra, la amenaza de expulsar masivamente a los 11 millones de inmigrantes sin documentos.
El aumento de aranceles a las importaciones con el propósito de animar la producción nacional y así reindustrializar el país vuelve a ignorar el fundamental principio de que las decisiones de inversión responden, antes que a cualquier política, a la tasa de ganancias esperada.
De llegar a hacer realidad la expulsión masiva de inmigrantes indocumentados, generaría angustia indecible en esas familias, pero además dejaría sin trabajadores puestos de ocupación que son cruciales para mantener actividades en el campo o los servicios.
Cualquiera de estas dos medidas -aranceles más altos y persecución de inmigrantes- generaría más inflación y no su reducción como prometió Trump y sus seguidores le creyeron. ¿Por qué ganó Trump? Una razón es, precisamente, la inflación; al 40 por ciento de los estadounidenses les preocupa la inflación y el empleo como los problemas más importantes del país.
De hecho, el de México es casi el único gobierno en el mundo que estando en funciones durante la pandemia y el periodo de alta inflación que siguió, no perdió el poder en la siguiente elección. A Biden se le culpa de la inflación en su país.
Pero Trump también ganó por motivos sociológicos que habrá que estudiar con detenimiento, relacionados con la crisis de valores o civilizatoria que vivimos, en la que el individualismo ha desplazado sentimientos de pertenencia, confianza y solidaridad ciudadanas.
En vez de tales valores y otros como la honestidad, se admira a quien tiene el poder de mentir, de abusar e inclusive de delinquir; a Trump se le admira a pesar de estar judicialmente indiciado por diversos delitos, porque sus defectos parecen ser condiciones de éxito en estos tiempos que vivimos.