Nada menos que el muy ortodoxo Fondo Monetario Internacional, siempre persiguiendo la estabilidad macroeconómica porque considera que es el mejor clima de negocios, publicó el mes pasado un trabajo de Philip Barrett y Sophia Chen sobre 'El impacto social de las pandemias'.
El tema central del trabajo no es la situación sanitaria ni la parálisis económica, ni el empobrecimiento general de las sociedades que causan esos fenómenos, sino su consecuencia en fuertes tensiones y agitación social, y aconsejar a los gobiernos que anticipen medidas para mitigar el descontento de la gente.
A diferencia de un desastre natural, como un terremoto que ocurre intempestivamente y sus consecuencias son inmediatamente percibidas, una pandemia asociada a recesión económica, provoca riesgos mucho más graves de desorden social, aunque no se manifiestan en medio de la emergencia, sino con retraso de meses o años.
Hoy, por ejemplo, a pesar de que en América Latina la desigualdad creció, según la Cepal, 5.6 por ciento el año pasado, y de que todo indica que la región vivirá una década perdida, en ninguno de los países que vivieron intensas manifestaciones sociales durante 2019 (Chile, Ecuador, Colombia, Brasil, Venezuela, Nicaragua, Guatemala, Honduras) han vivido esas tensiones durante la pandemia.
La explicación de Barrett y Chen es que aquellos movimientos de 2019, como también los de Hong Kong, París, ciudades alemanas y españolas, y algunas africanas, fueron la repercusión de la crisis de 2008, de la que no se había recuperado la economía global cuando empezó la pandemia por Covid-19.
Se puede relacionar la profundidad de la recesión y caída de ingresos con la intensidad de la tensión social; antes de la pandemia ya eran problemas serios en México y muchos otros países la pobreza y las crecientes desigualdades asociadas a las políticas neoliberales, así como la falta de confianza en las instituciones.
Nadie duda que los registros económicos y sociales de lo que está ocurriendo desde marzo de 2020, son los más graves de los últimos noventa años en todas partes.
"Si la historia es una guía, es razonable esperar que, a medida que la pandemia se desvanezca, el malestar resurgirá en lugares donde ya existía anteriormente, no debido a la crisis Covid-19 per se, sino simplemente porque no se hubieran resuelto las condiciones sociales y políticas subyacentes", dice el documento del FMI, por lo que recomienda a los gobiernos aprovechar el aislamiento social por el confinamiento forzoso y la ausencia consecuente de manifestaciones masivas, para "reforzar su poder (¿?) y reducir las disensiones".
La crisis sanitaria ha hecho ver a todo mundo que el Estado no puede dejar a la lógica de los negocios asuntos críticos del bienestar social como la salud, las pensiones y otros; ello ha abierto la discusión sobre la necesidad de rehabilitar al Estado, que fue desmantelado por el neoliberalismo. Lo que no está claro aún es el sentido y la manera de "reforzar el poder" del Estado.
Mucho dependerá de la percepción de las clases medias, que son las promotoras en todas partes de las protestas masivas; están decepcionadas con la "democracia que habla de libertad e igualdad individual" en un contexto que niega la igualdad real de oportunidades para trabajar, educarse o curarse. Algunos países se inclinarán por el autoritarismo, que está en expansión en el mundo, y en las sociedades más cultas habrá oportunidades de centrar las políticas de Estado en las nuevas exigencias de bienestar social.